Fantasía en rock latino

Imagen de Eter Magazine
Por Gonzalo Figueroa Cea

SEXUAL DELICADEZA
Y llega al lugar. Sin disfraz, como el título de la canción del grupo Virus, que se escucha desde un automóvil que pasa. Es él, sin frac, sin elegancia: en tenida dominical de feria y sin más.

El lugar está perfectamente dispuesto, tal como se lo pidió él al amigo en común de ambos que facilitó la residencia. Ella, como amante de las artes y del diseño de vestuario de alto vuelo también transmitió sus exigencias. "Los aromas de las velas y del incienso son clave. No te olvides, por favor".

Él entra a la casa, hermosa y cubierta de cerámica con forma de piedras de colores incrustadas y puerta principal de pino oregón. Ella está adentro, desnuda. Sólo la acompaña un pañuelo lila que se lo frota levemente detrás del cuello. Sonríe. Se nota que lo esperaba. A lo lejos es factible oír el bajo de "El ritmo de tus ojos" de Soda Stereo.

Curiosamente la idea era juntarse a la misma hora, pero como cada uno tenía una copia de la llave, ella decidió entrar a las 23:58. Dos minutos le bastaron para despojarse del vestido de una pieza fucsia y de sus zapatos de tacón rojo colonial.

Él también sonríe y ríe.

-¿Qué esperas para sacarte la ropa? -enfatiza ella tras prolongar su coqueta risa y pasarse la mano por sus brillantes rizos castaños que le tocan los hombros. De pronto, como un rayo pasa otro automóvil, desde el que se escucha "Cuando vuelvas" de UPA!.

Él, sin responder, se saca la polera azul marino, el bluyín y las zapatillas tratando que la ansiedad no se coma su tacto y delicadeza habituales. Con la polera se pasa a llevar los escasos pelitos tiesos y algo aplastados que le inundan la frente.

Por fin sus delgadeces sin telas agregadas logran el asombro mutuo y hacen más notoria su sonrisas. Ella bordea el sofa, todavía de pie. Él se acerca.

-Pensar que en el colegio nunca me diste la hora -dice él y ríe levemente mientras le toca a ella tiernamente el mentón.

-Y pensar que en las fiestas de entonces intentaste sacarme a bailar, pero yo te decía que no, sin ser precisamente amable -responde ella, quien con sus dedos le roza dulcemente a su compañero la cintura. Por cierto, él se muestra dichoso.

-Pero ha pasado harto tiempo -retruca él.

-Sí, pero ha sido mucho mejor en ti -precisa ella. El sudor suaviza las caricias.

-No creo. Yo pienso que ha sido mejor en ti -contraataca él. El cielo, el horizonte y el cuento de hadas parece estar cerca para los dos.

Y no están equivocados. Fue en la fiesta de una amiga en común donde se produjo el reencuentro con un instantáneo flechazo. En la ocasión, después del saludo ella lo miró reiteradamentw en forma fija. Él también la miraba con cierta insistencia, pero no tan obsesivamente. En ese mismo instante, en ese mismo lugar, coincidía con esa complicidad "Más bien, menos mal" de G.I.T. 

En síntesis, los papeles se invirtieron: cuando ni siquiera eran amigos y ella ni siquiera lo cotizaba, eran quinceañeros. Corría 1987. En 2010 y y cada cual a sólo un par de años de cumplir la cuarta década, él pasó a ser cotizable para ella.

-Suena feo, pero es así -recuerda ahora él.

-Es verdad, pero ...disfrutemos, cariño -le implora ella. En una de las casas traseras es factible escuchar "Creo que te quiero" de Nadie.

-Sí, amor.

Sólo pasan algunos segundos cuando ambos están sobre la alfombra. El resto es poesía. Nada cursi, en absoluto. Las pieles parecen fundirse y confundirse. Las manos no discriminan destinos. Los ojos tampoco, aunque no es necesario abrirlos a cada rato para sentir algo tan lindo. El aroma a incienso inunda y embriaga de pasión el lugar. Todas las posiciones y contorsiones sin factibles en este amor que parece a toda prueba. Los recuerdos de niños, incluso los más desagradables, les causan gracia. Son como cosquillas. Son como escuchar "Mi niña veneno" de Ritchie. Se ríen más fuerte todavía.No hacen falta más palabras.

De pronto, sin que ambos lo adviertan, están cerca de la reja de entrada.

-Menos mal que nadie ha pasado todo este rato -dice él, inquieto.

-¡Olvídate!, ¡déjate llevar por el momento, mi amor! -retruca ella.

Pero de pronto se dan cuenta, mirando hacia dentro de la casa, que las ropas de ambos no están. "¿Cómo?, ¡esto no puede estar pasando!, exclama él. Pero las palabras igualmente sobran. Él agarra su celular, la agarra de la mano y se escapan desnudos desde la casa sin mediar análisis. Desde algunas cuadras más allá, se alcanza notar el bajo de "Baila", popularizada por Iván. 

-Pero, ¿qué hacemos?. Así no podemos llegar muy lejos- puntualiza ella, dos cuadras más allá del lugar de origen de todo.

-¡Metámonos acá, cariño! -responde él. Se trata de un sitio eriazo y, dentro de él, un auto abandonado y abierto.

La poesía sigue por algunas horas más. Duermen un poco. Pero la inquietud vuelve porque dentro de otras horas más, no precisamente mucho para volver a dormir o hacer el amor de nuevo, deben volver ambos a sus vidas normales. 

-El único que nos puede ayudar es Luis. Menos mal que tengo grabado su número telefónico.

-¡Llámalo luego! -ordena ella.

Producida la llamada, él le cuenta a Luis -el amigo en común de ambos- la situación. Al tipo le da un ataque de risa. Él y ella se miran incrédulos.No pasan más de cinco minutos y, a un paso del mismo sitio eriazo, Luis aparece en su vehículo con su novia. Por el parlante del auto se escucha "La dolce vita" de Donald.

-Chicos: ¡eso estuvo fabuloso!...¡Es cierto!. Lo disfrutamos mucho -subraya Luis, muy risueño, al igual que su mujer.

-Pero, ¿a qué te refieres?...-pregunta perplejo él.

-Dejé una camarita adentro, otra afuera y otra en este auto -comenta aquel amigo en común, con curiosa soltura.

-¡Eres un voyeurista, incorregible! -sostiene él, empuñando una mano.

-Bueno, viejo, en la vida todo tiene un precio, ¿o no?-responde Luis, antes de soltar otra sonora risa.  











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