1999
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Saben que el lugar no es el adecuado, pero la idea les resulta audaz y atractiva. A veces el riesgo tiene esos matices. Dos cuerpos se atraen y se desean. Punto. Pero es el único lugar que es un obstáculo para materializar lo que tanto les gusta, lo que desde casi un mes es “pan cada día" fuera de ahí. ¿Y por qué? Porque hacer el amor en el trabajo está fuera de norma.
Son bellos, cada cual apenas se empina sobre los 30 años de edad, tienen puestos envidiables: él es jefe de división, ella asesora, no creen que sea la mejor edad pero cierta energía juvenil se mantiene y, aunque ya tienen descendencias y recientes relaciones de pareja con finales nada halagüeños, pareciera que la motivación, en lugar de ceder, aumenta.
Lo han intentado: en días anteriores, cerca de las siete de la tarde y ante muy poca gente en el edificio, las ganas y las pulsaciones para aquel fin parecían las apropiadas. Sin embargo, informes, un alcalde muy molesto que pidió una reunión con la autoridad, el presidente de la cámara de diputados que solicitó una documentación clave, una unidad que imploró recursos para una capacitación bien extravagante y una asociación gremial que cuestionó un contrato, sucedieron en una sola jornada y, situaciones similares, en otras más. La fatiga laboral y algún estrés fue determinante. ”¡Que tontera!, ¡jdejémoslo todo para mañana!”, dice ella. ´”Sí, de todas maneras. Estoy reventado”, responde él.
Demóstenes escuchó en un seminario de días atrás, de esos que considera “una lata” porque tiene que ir obligadamente aunque de repente escucha allí “cosas interesantes”, que la telefonía móvil apunta a convertirse en algo más que un artefacto de llamados, escuchas y escasos datos. El relator experto argumentó que, dentro de algunos años más, habrá allí Internet, aplicaciones de mensajería de datos y voz muy modernas, otras para pagar servicios en línea, la posibilidad de sacar fotografías y hacer videos de alto estándar, y hasta programar reuniones.
-Así sería más fácil controlar todo…y tener más tiempo para nosotros -vaticina él, risueño, mientras el ordenador se apaga.
-Soñar no cuesta nada –agrega Vilma, incrédula y con cara de sueño, mientras espera a Demóstenes para irse juntos.
La ida al motel ya dejó de ser un subterfugio. A esta altura no hay necesidad de engañar a alguien. Él le importa a ella y viceversa. Nada más. Ahí sí tienen tiempo para descansar, al menos un par de horas, y después concretar lo que más le gusta juntos. Evidentemente lo pasan bien, pero los dos son proclives a emociones más fuertes o, por llamarlas de otras maneras, osadas e irreverentes. Claramente desean algo que los desafíe.
-¿Y tus hijos?
-No tenía que ir a visitarlos hoy. ¿Por qué crees que estamos acá? -dice y ríe al final Demóstenes. Ambos ya están instalados en la cama circunstancial.
-Son tres, ¿eh?. Que fácil para los hombres -se queja Vilma, aunque está risueña.
-Además a Flavia le toca mañana llevarlos al colegio -retruca él, más risueño que ella.
-En mi caso, mi mamá está al cuidado de María José. Que bendición que esté ella. ¿Rubén?...tú sabes: es la nada misma y la cosa ninguna.
-Supongo que le dijiste a tu mamá y a la José que hoy vuelves a casa.
-Desde luego.
-Menos mal que trajimos ropa de recambio...con lo fijados que son en la oficina -comenta Demóstenes. Tienen claro que al día siguiente irán directo al trabajo.
-Y si alguien pregunta por nuestros bolsos...fuimos juntos al gimnasio - enfatiza Vilma antes de unos sonoras risas de ambos.
-Pero será la úlltima vez...antes de la primera donde ya sabemos.
Tras un beso, vino el amor cuerpo a cuerpo.
Llegó el momento
Es viernes. El ejetreo de oficina termina antes. Rosita se fue pasadas las seis. Demóstenes había hecho gala de un gesto ridículamente distractivo cuando la secretaria se despedía. "Jefe: me retiro", dijo Rosita. "....¡Ah!...sí, por supuesto....¿le queda algo más por hacer? ...pero ¡que absurdo lo que le pregunto!...que tenga un bello fin de semana", responde el hombre aparatosamente.
Don Pepe, a quien Demóstenes le pidió que dedicara la jornada a limpiar una persiana, cumplió con su deber y se fue a las 6:15. Exactos cinco minutos después aparece Vilma.
-Al fin -dice ella sonriente.
-¿Ni un alma más?
-El contador del fondo, pero está casi al otro lado del piso.
-Además ese huevón se va tarde. Y cuando sale de su oficina es para ir al baño que está en el piso de arriba.
-¡Ah!, ¿y el guardia de turno?
-Pero ese gallo está abajo y rara vez sube.
-No recuerdo que alguno de ellos haya hecho rondas algunas vez -reflexiona Vilma.
-Y no será la excepción -enfatiza Demóstenes con serena firmeza.
Intuitivamente se acercan a una oficina pequeña usada como bodega. Allí yace, casualmente libre de cosas encima, un sillón de cuero abundante, que solo algunas semanas atrás era parte de una recepción.
Por instinto ella lo empuja suavemente al lugar. Él se deja caer. Ella no se saca la blusa, pero si la falda con una destreza casi artística. El, con menos eficacia pero igualmente con rapidez, se despoja de zapatos.y pantalones. Los jadeos dan paso a besos apasionados. La puerta de la oficina está cerrada, pero no lo está la de esa bodega improvisada. Él se inquieta, ella toma la batuta.
-Olvídate, déjate llevar -susurra Vilma. La transpiración veraniega libera aromas que mezclados con la artificialidad del perfume resultan igualmente irresistibles. Él, pese al evidente entusiasmo, intenta decir algo. Ella, montada sobre él, le pone el índice en la boca. "Olvídate de todo lo demás", vuelve a susurrarle. Él le agarra las nalgas como quien agarra dos balones fútbol que atesora: las acaricia, las pellizca, hace figuras sobre ella. Todo es poesía visual.
Fuera de allí, si el entorno fuera una persona, impertérrito es la palabra más apropiada. Cualquier cosa que pudiese interpretarse como sorpresiva o intempestiva, no tiene por donde encajar allí.
A los cinco minutos la poesía se viste de sus palabras más arrojadas. La desnudez es solamente como el cimiento. Si al inicio equivalía al movimiento andante de la sinfonía, ahora ya están en el allegro más energético, estilo Beethoven, aunque sin necesidad de música. La imaginación queda pequeña. Irrumpen los besos hasta en las partes más inimaginables para aquello. No se avergüenzan, no hay espacio para pudores ni siquiera de caricatura: parecen como fundidos de un sexo volcánico, si fuera necesario resumirlo con una figura. Juntos: ella arriba o él abajo, o viceversa, son como la máxima escultura jamás hecha sobre el amor.
Enterada media hora donde la imaginación queda corta, bajan la intensidad del encuentro corporal. Lograron derrotar con holgura a su propio pesimismo previo. No hubo un clímax: hubo varios. La energía volcánica dio espacio a caricias en laa mejillas, en los cabellos, en la espalda y en el pecho de Demóstenes, y en los senos, muslos y nalgas de Vilma. Y algo más. Están sonrientes pero serenos. Tienen tiempo para platicar varios minutos.
De pronto sienten que golpean tímidamente la puerta principal. Ambos no se paran del sillón de forma automática, pero al menos levantan sus cabezas y espaldas, inquietos. Se miran con alguna dosis de pavor mesurado. Comienzan a vestirse casi sin necesidad de pensar en el simple hecho de decidirlo. Durante varios segundos más tienen la esperanza de detectar que fue solamente el viento. Pero algunos segundos después aquella ingenua fe se diluye: otro golpe de puerta, aunque esta vez más determinado.
-¿Señor Vildósola?...¿Señor Vildósola?
Vilma está próxima al pánico. "Tranquila. Cerraré esta puerta para que podamos terminar de vestirnos", afirma Demóstenes "Agarra el desodorante ambiental y espárcelo", le pide ella. "Trataré que no suene tanto", responde él. Ella, por las dudas, abre una ventana y también su persiana.
-¡Don Demóstenes!...¡Don Demóstenes!...¿Está allí?
Los segundos parecen minutos. Un minuto, un caldo de problemas a resolver...ojalá en menos de 20 segundos. Por fortuna ya están vestidos y aprovechan de perfumarse sin alarde. "¿Qué harás?", pregunta inquieta ella. "No lo sé. Ya se me ocurrirá algo", responde él. Detenido en la puerta, hace unas muecas serio, casi deformando la cara y pareciera que hablara pero sin elevar la voz. "¿Qué dijiste", pregunta extrañada Vilma. Él hace un chasquido con los dedos. "Lo tengo", puntualiza. "Salgamos. No digas nada", agrega, próximo a la puerta. Unos cinco pasos y llegan a la puerta principal de la oficina y que da directo al pasillo. Abre con sigilo.
-Señor Vildósola...-dice Farías, el contador, con los ojos bien abiertos, aunque más sorprendidos que escrutadores (aunque no debiese haber mucha razón para sorprenderse). Lo acompaña Moya, el guardia, quien mira para atrás de Demóstenes y Vilma, como quien buscara algo. Demóstenes mira fijo a los ojos de Farías y con seguridad, pero sin molestia. Ella está algo dubitativa.
-Señor Farías: siento la tardanza en responder. Estábamos en la pequeña bodega que tenemos acá, buscando una carpeta muy importante, que por fortuna encontramos -responde Demóstenes, con tranquilidad y firmeza, aunque, detrás de él, Vilma hace una mueca que pareciera señalar que eso de encontrar una carpeta estuvo de más.
-En realidad los de las explicaciones deberíamos ser nosotros. Lamento interrumpirlos, pero se trata de algo delicado - responde Moya con una seriedad al borde de lo irrisorio.
-...cuénteme -pide Demóstenes, ya con algo de seguridad que bordea lo dubitativo.
-Hemos descubierto el robo de un computador -responde Farías.
Revelado esto, tanto Demóstenes como Vilma sienten corporalmente una sensación de alivio enorme. El tema de fondo es lo suficientemente delicado como para alterar a cualquier funcionario de gobierno de rango mayor, como él o como ella, dado el nivel de responsabilidad que tienen en el cuidado de los bienes de la institucón. Pero como no los descubrieron haciendo el amor, al menos pueden tomar el robo como un accidente menor o algo que puede tener solución. Ella, como está detrás de él, logra disimular cierta sonrisa de satisfacción.
-Y fue en la oficina que está al lado de la suya- enfatiza Moya,quien con el dedo indica una dependencia justo colindante con el sector donde Demóstenes y Vilma hicieron el amor. Aunque el hecho denunciado no evidencia lo que más les preocupaba, ambos vuelven a inquietarse.
-¿Y cómo descubrieron el hecho? -pregunta ella.
-Fui rato atrás a buscar unos documentos de un subordinado mío y ahí me di cuenta que no estaba el artefacto. No fue difícil porque, además de notar el hecho, está conectado a la oficina del lado a través de unos orificios redondos muy notorios -enfatiza serio Farías. Vilma y Demóstenes se miran con cómplice inquietud.
-¿Hace cuánto rato atrás?- preguntan a coro el hombre y la mujer. El contador queda algo pensativo.
-...unos 40 minutos más o menos -responde finalmente.
-....ya -retruca dubitativo Demóstenes. Mira inquieto a Vilma, cuya preocupación es evidente. Saben que nada pueden decir: quedan expuestos si lo hacen, aunque el tema de mayor interés no sea el de su principal preocupación.
-Disculpen…¿acaso detectaron algo fuera de lugar?, ¿algún ruido? –pregunta el guardia, con la mano en el mentón.
-No. Solamente nos extrañamos porque, al igual que a ustedes, nos pareció todo muy extraño – responde ella con una risa nerviosa.
-¿Se habrá producido el robo en el rato que estábamos buscando algo en nuestra pequeña bodega? –pregunta Demóstenes.
-No tenemos antecedente alguno. Solamente lo que le señalé: que me acerqué a esa oficina, contigua a la suya, y no encontré el computador –añade el contador. Las caras de la pareja de amantes se tornan notablemente más tranquilas, como queriendo decir “nunca se dieron cuenta que hicimos el amor”.
Simultáneamente a una meticulosa conversación entre los cuatro, donde definen los pasos que desde ese momento deben dar: información a la autoridad, a las jefaturas respectivas, ejecución de un protocolo y evidentemente un llamado a la policía, entre otros, Vilma y Demóstenes preparan rápidamente sus pertenencias para marcharse.
-Ya sabemos qué hacer –puntualiza serio, sin alterarse, Demóstenes.
-Señor Vildósola, señora De la Vega: vayan tranquilos, muy tranquilos -dice Farías.
-Gracias, hasta la vista -responde Demóstenes, mientras Vilma hace el gesto de despedida con la mano.
Una vez que ella solo dirige su mirada al ascensor para bajar con Demóstenes, este, como si tuviera un extraño tic, se da vuelta para volver a despedirse con la mano de Farías y de Moya. Ambos, casualmente, se olvidan de la seriedad excesiva de segundos atrás: Farías sonríe a Vildósola con un gesto aprobatorio y, Moya, le guiña a este un ojo, sonríe y pone el pulgar derecho hacia arriba, ambos como si estuvieran festejando una gracia.

felicitaciones por tu audacia de escribir de los interiores y exteriores humanos...te mando un gran abrazo!
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