Gonzalo Figueroa Cea: El robusto señor Rock

Rock: robusto señor de 55 años 

Es reduccionista e injusta la referencia de “sexo, drogas y rock and roll” para mencionar al más identificable y quizás más popular género del amplísimo panorama de la música popular. Por de pronto, la contribución es mucho mayor.

Los Beatles, antes de llamarse como tales, ser famosos y de que el dinero les llegara en mastodónticas cantidades, cambiaron un par de veces de nombre, cambiaron de integrantes como si nada y, en materia de actuaciones, deambulaban entre boliches de su natal Liverpool, Londres y Hamburgo.


Entre 1957 y 1962 la banda de la porteña ciudad inglesa era sólo una agrupación más entre muchas que, dentro de Gran Bretaña, se abrían paso a la sombra del creciente rock and roll y sus derivados. Al respecto figuras provenientes del otro lado del Atlántico como Elvis Presley, Chuck Berry, Jerry Lee Lewis y Bill Halley & His Comets, ya eran líderes indiscutidos.

Ya hacia comienzos de los años 60 y a punta de esfuerzo -y, evidentemente, más de alguna contradicción y no pocos dolores de cabeza-, el conjunto comienza a tomar forma definitiva y estilo propio con batería, bajo y dos guitarras; su popularidad sube, la cotización de sus actuaciones también y, por consiguiente, las giras se suceden más seguido.

Además, John Lennon y Paul MacCartney ya se perfilan como dos prolíficos compositores…Pero, ¿qué hubiese pasado si Brian Epstein y George Martin no se hubiesen cruzado en el camino de los Beatles?.

El primero fue como una especie de alma gemela, un entusiasta e hiperquinético empresario que apostó por ellos. El segundo, un músico talentoso que ocupaba un puesto ejecutivo de un igualmente reputado sello discográfico. Martin aportó con su granito de arena en el sonido del grupo y, particularmente, sugirió los énfasis en el aspecto de los acompañamientos vocales y los coros.

¿El resto?. Ventas millonarias, fama, giras grandiosas por “medio mundo”, el inevitable ascenso en el estándar de vida de ellos y su círculo más cercano, encuentros y desencuentros familiares, etcétera. Algunos años después, el descubrimiento de las drogas y el LSD no sólo alteró sus rutinas de vida, sino que les permitió detectar los interesantes efectos de estos extremos estimulantes en la música.

Y no es broma: escuchar temas como “One Day in the Life” de “La banda del Club de Corazones Solitarios del Sargento Pimienta” (1967) o “Bungalow Bill” del “Álbum Blanco” (1968), todavía me suena muy revolucionario. Y eso que nací tres años después del último long play citado.

Las drogas han estado presentes desde siempre en la música rock, aunque los niveles de injerencia entre uno y otro caso son tan disímiles como discutibles. Además creo que es una caricatura reducir el rock a una relación entre música, mucho ruido, alcohol, drogas y sexo. Evidentemente, aquel “mote” es injusto.

A lo anterior es necesario agregar que, de alguna manera, las drogas estuvieron siempre presentes en la carrera de los Beatles. Pero al principio era sólo un estimulante, algo así como una “chispa” para extender la diversión juvenil y el “sueño aspiracional”, propio de un grupo de muchachos que, dada la incertidumbre propia de las situaciones esquivas, desean el éxito y la fama. Naturalmente hablamos de finales de los años 50 y principios de los años 60.

En la segunda mitad de los 60, ya millonarios, las drogas a las que accedían ya eran más extrañas, más potentes que las anteriores y, para ellos, el consumo empezaba a adquirir otro sentido. Ya no eran tiempos de subsistencia sino que tiempos de búsqueda. ¿Qué clase de búsqueda?. Algunos dirán “espiritual”; otros, “cósmica”; y, el resto, abiertamente más melómano, “musical, con la idea de nuevos sonidos”…Me quedo con las tres opciones juntas.

Grandes obras, poca farándula

Inspirado en lo que señalara en el último párrafo anterior, creo que cuando se trata de analizar cada gran obra maestra del rock and roll, hay que dejar de lado cualquier supuesta influencia de algún alucinógeno -sea “droga blanda” o “droga dura”- o del alcohol (que, a todas luces, si lo llegamos a calificar de droga, sin duda que es una droga muy menor en cuanto a efecto).

Creo que la relación entre una cosa y otra es factible -y, en ese sentido, respeto tal postura-, pero prefiero en esta oportunidad separarlas, no por antojo o pudor, sino porque no tengo certeza plena de dicha influencia y, por último, porque aquello que deja la historia del rock and roll, finalmente, son grabaciones; en algunos casos, obras maestras y, lo principal, grandes exponentes.

Por ejemplo, de Eric Clapton he leído reportajes biográficos que enfatizan demasiado los problemas de adicción que tuvo y aminoran un poco la tremenda contribución de este notable guitarrista -“mano lenta”, como lo apodaron- en la evolución del rock y su presencia en agrupaciones fundacionales del rock más experimental en los años 60, como Cream o The Yarbirds.

La rápida forma de deslizar los dedos de Eric Clapton generaba un sonido volátil, potente, algo así como un vehículo supersónico en el cielo que cubre un “desierto blusero”. Su amigo George Harrison, de los Beatles, tenía un estilo más emotivo, pausado y espiritual.

El tema no es menor: en 1966, época en que Lennon, MacCartney, Harrison y el gracioso Ringo Star arriesgaban el popular prestigio beatlesco con sonidos menos convencionales -la combinación de orquesta sinfónica y grupo de rock, armónicas distorsionadas y cierta caricaturización de los tradicionales bajo, guitarra y batería, por ejemplo-, Clapton se confesaba como un investigador musical por esencia. Su búsqueda sonora ya era una constante.

Dado que por esos días los Beatles se atrevieron a hacer algo que los Moody Blues y los Deep Purple llevaron, posteriormente, a su cota máxima: los conciertos para grupo de rock y orquesta sinfónica, para algunos esto fue extraño y poco satisfactorio, pero para otros -entre quienes me incluyo- fue alucinante. ¿Qué hubiesen dicho por esos días Beethoven, Bach o Mozart si hubiesen estado vivos?.

No se trataba de que el grupo de rock y la orquesta sonaran simultáneamente, sino de que los sonidos entre uno y otro formato se combinaran en secuencia -como una especie de posta atlética-, de tal manera de dar origen a verdaderas suites, que podían durar fácilmente, y por lo bajo, una decena de minutos.

Años 70: múltiples ideas

Aunque me incluyo entre los seguidores de Genesis, a lo mejor muchos de ellos desconocen que la banda británica desplegaba en su primer álbum, “From Genesis To Revelation” (1969), un estilo muy próximo al de los Moody Blues o al de los Bee Gees en los inicios del trío de hermanos Gibb.

Por aquel entonces, el promedio de edad de los integrantes de Genesis no traspasaba los 20 años, pero se empeñaron en hacer un set bastante respetable de canciones pop que daban la sensación de tener una gran banda de apoyo detrás, pese a que eran un quinteto. Canciones como “The Silent Sun” o “Am I Very Wrong?” son dos botones de muestra. El disco, en todo caso, estuvo muy lejos de ser un éxito comercial.

Todo esto ocurría cuando los Beatles se acercaban a su disolución, The Who y The Doors generaban admiración y escándalo, y los Rolling Stones se aprestaban a tomar relevo, en lugar de los “Fab Four”, como banda de rock más popular a nivel mundial entre las que estaban vigentes.

Genesis comenzó a tener éxito a partir de los años setenta y no necesitaron sonar como orquesta para alcanzarlo. La banda inglesa se convirtió en un grupo de rock progresivo y, en efecto, como los grandes conjuntos cultores de esa tendencia en esa época, era una orquesta en sí misma.

Además Peter Gabriel desarrolló toda una puesta en escena que incluía mucho histrionismo en las canciones (además de la ejecución de la flauta traversa), maquillaje, disfraces, mimos y relatos de cuentos cortos entre la interpretación de un tema y otro. Tony Banks (teclados), Mike Rutherford (bajo), Phil Collins (batería y segunda voz) y Steve Hackett (guitarra) fueron los músicos perfectos para desarrollar la novedosa idea.

Pink Floyd, ampliamente dominado por Roger Waters en ideas y composiciones, impactaba por un sonido sencillamente exquisito y unos espectáculos en vivo impresionantes que, con los años, fueron depurándose al agregarle más aspectos llamativos: rayos láser, luces de múltiples colores y formas, imágenes de fondo de alta definición, figuras inflables (entre éstas, un chancho), escenarios con partes desmontables, etcétera.

Waters, al igual que su coterráneo Peter Gabriel, tenía una imaginación desbordante. De hecho, en cierto sentido cada álbum portaba una serie de temas (unos breves, otros largos) que resumían una gran idea y, a veces, un gran relato o una gran historia, originadas en el pensamiento de Waters. Se trataban, evidentemente, de discos conceptuales.

En efecto, la idea en torno al disco doble de Pink Floyd, “The Wall” (1979), fue llevada al cine por Alan Parker en 1982. Curiosamente el tema de la droga era uno de los componentes relevantes del filme.

The Who tuvo también el privilegio de llevar al cine la idea en torno a su disco conceptual Tommy, editado en 1969. Con artistas de la talla de los músicos Eric Clapton y Elton John, y de los actores Jack Nicholson y Ann-Margret, entre otros, el filme dirigido por Ken Russel fue realizado en 1975.

Peter Gabriel, en cambio, no corrió en Genesis la misma suerte con el excelente álbum y show en vivo “The Lamb lies down on Broadway” (1974), a pesar de que trascendió, en más de alguna oportunidad, algún interés del polifacético artista chileno, Alejandro Jodorowsky, por llevarla al celuloide.

Rock total e importantes evoluciones

Yes, liderado por Jon Anderson y con luminarias como Rick Wakeman (teclados) y Steve Howe (guitarras) eran el equivalente musical a la selección holandesa de fútbol en el Mundial 1974: mientras Holanda, de la mano de Johan Cruyff, era “fútbol total”, Yes era “rock total”.

Sin embargo, esa categoría también es perfectamente aplicable a los excelentes Emerson Lake & Palmer, un trío de virtuosos donde Keith Emerson llegó a ser definido, según la crítica, como un el “Jimi Hendrix de los teclados”.

Grupos como Yes y Emerson Lake and Palmer llevaron la complejidad de la composición y de los arreglos a límites insospechados en los primeros años de la década del 70. En ELP daba la impresión de que esta forma de vivir la música equivalía a un divertimento.

Una idea de ello se puede apreciar en el álbum en vivo “Pictures at an exhibition” (1971), donde Keith Emerson se entretiene con un teclado portátil. En el caso de Yes la cosa era un poco más seria y, de hecho, se esmeraban en que los instrumentos sonaran etéreos pero, a la vez, extraños.

Los escoceses Jethro Tull y los holandeses Focus no se quedaron atrás y brillaron como auténticos “conjuntos de rock orquesta”. Sus líderes, Ian Anderson y Thijs van Leer, respectivamente, se consagraron en el primer lustro de los 70 como verdaderos “Clapton de la flauta traversa”. La parte lúdica, la diversión y el virtuosismo fueron los aspectos más distinguibles de estas dos grandes bandas progresivas.

Cabe hacer notar que todo esto ocurría mientras Led Zeppelin y Kiss eran los grupos que se “comían el mundo” y Peter Frampton se transformaba en símbolo sexual y artista superventas.

Para que no crean que hay solamente espacio abrumador para los británicos -aunque haya mencionado a Hendrix, Kiss, los Doors y Elvis y sus contemporáneos- una de mis agrupaciones “gringas” favoritas es Kansas. Muchos creen que Kansas es sólo el clásico “Dust the Wind”, pero es mucho más que eso.

Elementos de la música clásica y del folk de Estados Unidos -el violín y la guitarra acústica-, más otros propios del rock progresivo y la dulce voz de Steve Walsh son prueba de lo que señalo. Sugiero escuchar la gran recopilación publicada en 1984: “The Best of Kansas”. Debo confesar que, de los años 70, también me encantan los Lynyrd Skynyrd (“Sweet Home Alamaba) y los Dobbie Brothers (“Listen to the Music” y “What a Fool Believes”).

Me reservo el privilegio de agregar al final de esta parte a una agrupación inglesa y a otra canadiense: Queen y Rush, respectivamente. Ambos fueron conjuntos de rock duro y muy cercanos, en tanto estilo, durante sus primeros años de existencia a Led Zeppelin, Deep Purple o Black Sabbath.

Queen, con “At Night at the Opera”, da un giro un tanto más suave en cuanto a guitarras pesadas y privilegia muchos los coros, los acompañamientos de románticos pianos para la voz superdotada de Freddy Mercury y, por añadidura, los arreglos de los temas en función del lucimiento vocal del cantante. ¡Notable!. “Rapsodia Bohemia” es un auténtico himno.

Rush desarrolla hacia 1976, con “2112”, un camino hacia el rock progresivo con un tinte más duro. Podría ser definido como hard rock progresivo. Ya en 1981, con “Moving Pictures” hay un estilo más suave, aunque siempre propio, y un guiño al rock progresivo más tradicional. La voz del bajista Geddy Lee se dulcifica y la guitarra, comandada por Alex Lifeson, es menos intensa aunque, no por ello, menos efectiva. ¿Neil Peart?. Un baterista excepcional, sino el mejor, y un gran letrista.

Vuelta a lo simple

Paralelamente a la irrupción del sinfonismo, David Bowie daba la pauta en Inglaterra con un estilo musical y una moda diferentes. El “Duque Blanco” resumió en 1972, a través de “Space Oddity”, todo lo que produjo la música popular y la no tan popular en esa época, pero a través de una propuesta musical más simple y con el agregado de imponer modas visuales: su forma de vestir y sus puestas en escena fueron un valor agregado a su tremenda imaginación.

Años después apareció en Inglaterra una agrupación que intentó ser punk, pero fue finalmente calificada como “semi punk”. Lo cierto es que eran demasiado virtuosos y veteranos (las edades de los integrantes fluctuaban entre los 25 y los 34 años) para ser aceptados en el “mundo punk”.

Sin embargo, este grupo contribuyó al historial del rock and roll como uno de las agrupaciones que motivó el regreso a lo simple después de la fuerte y duradera arremetida del rock progresivo y el rock más experimental, donde aparte de las bandas mencionadas brillaban grupos como King Crimson y compositores como Brian Eno.

Me refiero a The Police, conjunto que creó el reggae blanco y desarrolló un estilo que combinó elementos del jazz, del rock progresivo y del rock and roll más clásico para conquistar el planeta. Liderado por Sting -cuyo nombre legal es Gordon Sumner-, a este trío le bastó grabar cinco discos en sólo siete años para entrar a la historia del rock como una de las más grandes bandas de todos los tiempos…En algún momento fueron catalogados como “los Beatles de los 80”, pero ¿no habrá sido, como decimos en Chile, “ponerle mucho”?.

La historia del rock da para mucho más. Evidentemente el espacio es escaso y, si se traspasa el límite, se corre el riesgo de aburrir. Pero habrá tiempo para mucho más...Y no es poco.

Los seguidores de Led Zeppelin y Deep Purple -que me encantan- deben haber quedado con gusto a poco. Lo admito. ¿Los admiradores de Kiss?. Les debe haber pasado igual. ¿Los de U2 o The Cure?. Ni hablar. ¿Bandas más recientes como Nirvana, Dream Theathet, Radiohead, Cold Play y otras?...Uhm!...Ya habrá espacio para todo aquello. ¿El rock en español?...Bueno, también tendrá su espacio.

¡¡Viva el rock!!



Comentarios