“El Chacal de Nahueltoro”: recursos precarios y el mejor cine


CINE SIN TIEMPO NI ESPACIO:
ESPECIAL BICENTENARIO

Hace 41 años fue filmada esta película, que consagró definitivamente a Miguel Littin y llevó la figura del actor Nelson Villagra a la liga, igualmente definitiva, de los grandes de la interpretación. La “crónica roja” es el elemento, quizás, más atrayente de esta realización vista desde el punto de vista comercial. Pero su crítica a la marginalidad y a la justicia prevalece finalmente y, hasta hoy, se mantienen vigentes.

Era 1998. Estaba haciendo un diplomado de Periodismo Cultural en la Universidad de Chile y sus alumnos -alrededor de 50- habíamos pasado una primera fase de clases con profesores de gran jerarquía, como el filósofo y experto en lingüística y literatura latinoamericana, Nelson Osorio Tejeda; y Pablo Oyarzún Robles, filósofo y hoy decano de la Facultad de Artes de la citada casa de estudios superiores.


Fue entretenido. Osorio, chistoso y blanco predilecto de alumnos que pierden un poco la paciencia cuando hay un profesor un tanto burlón que basa su clase en hartas anécdotas, se refirió regularmente a aspectos de nuestra cultura y de nuestros orígenes que no siempre se ponen de relieve: el origen de algunas palabras muy usadas entre los “huincas” (hablemos del “chileno promedio”) como “piñén” (mugre pegada a la piel) y “chunchules” (tripitas de res), entre otras.

“Ravinal Achi” y “Popol Vuh” eran las lecturas que el mismo Osorio recomendaba a los estudiantes para internalizarse más en nuestra cultura en su sentido original.

Pablo Oyarzún, no obstante, era muy distinto. Con una temática igualmente muy atractiva, Oyarzún nos introducía en la estética, casi en forma muy parecida a como lo hacía otro notable profesor que tuve cuando estudiaba periodismo: el recordado músico y filósofo Luis Advis. En el fondo, la clase consistía en observar los objetos artísticos más allá de la mera apariencia: un ejercicio tan llamativo como extraño. ¡Sencillamente notable!.

La segunda fase del diplomado, que consistía en electivos, tuvo entre sus maestros al director artístico con mención en cine y crítico del “celuloide”, David Vera Meiggs. La otra alternativa era literatura, pero elegí cine porque me atraía notablemente más. Obviamente asistí a las clases de Vera Meiggs, un tipo muy entretenido.

Antes de ese diplomado, mi madre me había hablado de Vera Meiggs porque había tomado un curso sobre cine que él lo hacía. Y ella me hablaba sobre todo de lo gracioso que era para hacer clases.

Mi madre también me advirtió de la predilección del docente por Luchino Visconti. De hecho, creo que Vera Meiggs hasta tiene físico, no de italiano al menos, pero sí de lo que es: un hombre muy culto al que le gusta un poco revolverla. En otras palabras, alto, de mediana edad (¿qué se entenderá por eso?; ¿eh?), moreno, barbón, de anteojos y…., con cara de hombre muy culto al que le gusta un poco revolverla (ji, ji).

Neorrealismo italiano, Kurosawa y….“El Chacal de Nahueltoro”

Vera Meiggs comentaba con regularidad de que era un fanático del neorrealismo italiano, aunque también le gustaba el cine que hacía el japonés Akira Kurosawa; “pelaba” a los gringos, “desmenuzaba” con sus comentarios los filmes que más le gustaban y, por cierto, “destrozaba” los que abiertamente detestaba. “Esa película no la hicieron, sino que la perpetraron”, sostenía, arrancando tras cartón las carcajadas de los alumnos.

En una de las jornadas de clases, el académico trajo precisamente una película de Kurosawa, “Rashomon”, la vimos y, francamente, quedamos fascinados. No obstante, hubo otra película que me llamó profundamente la atención y que fue objeto del análisis de otra clase de Vera Meiggs: “El Chacal de Nahueltoro”, filme chileno de Miguel Littin, realizado en 1969 y que sencillamente nos conmocionó.

Pero el tema de “El Chacal de Nahueltoro” no quedó ahí. En la misma ocasión, el docente vino con el mismísimo Littin. El entonces alcalde de Palmilla (reelecto hacía dos años por otro período de cuatro temporadas) resultó ser un tipo muy coloquial, franco, directo, apasionado por lo que le gusta e, igualmente, muy entretenido….No había que ser muy bacán para darse cuenta de su amistad con Vera Meiggs (lo digo en buena). En cierto sentido se parecían un poco.

Una de las cosas que me llama notablemente la atención era que Littin en la época en que dirigió “El Chacal…” tenía alrededor de 27 años, aunque el dato no es de extrañar si pensamos que Orson Welles realizó “Ciudadano Kane” (1941) cuando tan sólo tenía 26 años. Pero había algo notablemente diferente de Littin en comparación con Welles y que lo pude detectar en aquel encuentro del diplomado: la precariedad de la producción.

El laureado director (premio Ariel y nominaciones al Óscar y al Oso de Plata, entre otros importantes reconocimientos) comentó que la movilización no era buena, tampoco la alimentación y las condiciones en que vivieron durante el período en que fue grabado “El Chacal…”. En otras palabras, los recursos eran escasos.

Sin embargo, lejos, lo que más me llamó la atención (y, por cierto, le llamó la atención a los alumnos), fue algo que también parecía “tomadura de pelo”: la película fue grabada con una sola cámara…En fin.

Marginalidad y la justicia, blancos de las críticas

“El Chacal”, escrita por el mismo Littin y ganadora del premio OCIC Award del Festival Internacional de Cine de Berlín en 1970, generó un impacto muy fuerte en Chile por sus igualmente fuertes connotaciones sociales y políticas. La marginalidad y la justicia son los blancos de sus críticas a lo largo de la película.

Y el tema no es menor, dado que la realización está basada en hechos que ocurrieron en la vida real. Es la recreación del asesinato de una familia completa (una especie de versión chilensis de “A Sangre Fría”), ocurrido en la localidad rural de Nahueltoro en San Carlos (hoy región del Biobío) y ampliamente difundido por la prensa nacional -específicamente la “crónica roja”- a mediados de los años 60.

El protagonista del episodio fue el campesino llamado Jorge del Carmen Valenzuela Torres, quien es llevado preso como autor del asesinato múltiple. Por la crudeza de la circunstancia fue apodado “El Chacal”.

Pese a la precariedad de las condiciones en que fue filmada la película, ésta tiene un ritmo demoledor. Es difícil no dejar de prestarle atención. Las locaciones elegidas, como el sitio del suceso (un recóndito lugar donde difícilmente deambulaba un alma en pleno día) y la cárcel aparecen muy bien detalladas tan sólo con seguir las secuencias. La pobreza y el mundo oscuro de estar “en la cana” (con todo lo que ello significa) es resumido por las imágenes.

Es posible en la misma película apreciar el cambio sicológico del personaje de Valenzuela, interpretado genialmente por Nelson Villagra: por un lado, se aprecia al analfabeto sin educación alguna, sin proyecciones en la vida, sin grandes pretensiones en lo vital salvo lo vital mismo, embrutecido por la vida y transformado en el asesino de una mujer campesina (interpretada por Shenda Román) y de los hijos de ésta; los simbolismos: las piedras; y el sentimiento de culpa posterior y consciente: “no quería que sufrieran”, como sostuvo en las declaraciones posteriores.

Y, por otro lado, el hombre rehabilitado, emancipado y domesticado, que aprende a leer, a respetar a la gente y a creer en Dios. Pero se trata de un progreso que no le alcanza a servir del todo para subsistir. ¿Porqué?. La justicia determina su destino aplicando la “Ley del Talión” (“ojo por ojo”, “diente por diente”) pero en el sentido de legalidad con el máximo de formalidad, indeclinable y estricto. En fin, otro tema plenamente vigente.

No quisiera dejar de destacar las tremendas actuaciones de Luis Alarcón, Héctor Noguera y Marcelo Romo.

¡Un clásico del cine chileno!

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