Los Figueroa: casi como una cita con la historia

Viernes 13 de enero de 2012


MI TIEMPO Y MI ESPACIO

La diversidad es justamente la mayor riqueza de un colectivo. Es lo que encuentro en toda la descendencia de mi abuelo paterno. Y estoy hablando de un generoso cúmulo de generaciones entrelazadas a lo largo de 113 años de historia. Eso es tremendamente atractivo y no es posible captarlo siempre. Eso me pasó el 7 de enero último. No ha sido la única vez, pero fue muy especial.

Una inyección anímica muy positiva significó la reciente reunión de camaradería que sostuve con un grupo de primos/as y sus descendientes directos/as del ala sanguínea de mi padre. En un posteo cibernético, posterior a la cita y dirigido a la red familiar de contactos disponible, puse de relieve lo satisfactorio del encuentro.

Evidentemente “camaradería” es una denominación injusta para tanto calor humano. No quisiera exagerar con ello ni ponerme zalamero. “De amistad”, eso sí, es una denominación que hace más honor a la “juntá” de aquel sábado 7 de enero de 2011. Aunque, si de justicia se trata, prefiero a la larga definir la reunión como “de consanguineidad”… Lo que no es menor: vale y harto.

Cuando hablo de “inyección anímica” no pretendo señalar que yo haya pasado por una depresión o algo por el estilo. No. En absoluto. Sin caer en la autorreferencia, siempre he estado deseoso de romper los esquemas que nos imponen las rutinas de la vida en general. No es que la vida de uno sea una lata, pero siempre es necesario tener algún argumento o poderosa razón para hacer algo muy diferente a lo que es corriente para uno. Con mi mujer y mi hija siempre nos esmeramos en hacer cosas en esa dirección. Y si nos dan la oportunidad, bienvenida sea.

En el caso de una familia muy numerosa, con un alto contingente de generaciones entrelazadas a lo largo de 113 años de historia, es altamente improbable, aunque no por ello imposible, que la descendencia sobreviviente se junte en su integridad. Pero esa posibilidad en sí misma, por mucho que alguien manifieste que no la desea, debiese ser siempre muy atractiva.

Arcoíris de múltiples colores

Un poco a propósito de la reunión del 7 de enero, recordé una anécdota sobre la lejanía física e ideológica entre dos hermanos, uno de ellos compañero de labores nuestro en mi trabajo. Una vez conversé al respecto con mi entonces secretaria y confidente laboral:

-Imagínate esa gente que no se ve durante mucho tiempo siendo parientes. ¿Cómo será cuando se encuentren después de tantos años? -me dijo María Teresa.

-Conozco a gente que, simplemente, por diferencias políticas, valóricas y hasta personales, simplemente deciden no verse -respondí.

-Eso es fuerte.

-¡Demasiado!

No se trataba de hacer un parangón con mi familia directa o específicamente con la vertiente familiar de mi padre. Pero esa vertiente es la que curiosamente más conozco. Es notablemente diversa desde varios puntos de vista. Y no hablo de contexturas físicas ni de residencias, sino que de aspectos intelectuales e historias personales. Eso tampoco debe mirarse como algo complejo ni estigmatizante. Tampoco corresponde darles connotaciones de gravedad. Para nada. Sería ridículo.

La diversidad es justamente la mayor riqueza de un colectivo. De lo contrario todo sería muy plano y fome. No se trata de que todo sea extremo: creo que todo es válido en la medida que la integridad física del ser humano y su dignidad no se vean amenazadas o vulneradas.

Esa riqueza, traducida como diversidad, es la que encuentro en toda la descendencia de mi abuelo paterno.

Algo de historia y …mucho más

A raíz de la visita de un primo a nuestro país, parte importante de la descendencia que menciono, incluyendo a algunos herederos de escasos meses y primeras muecas, constituyó la cita del 7 de enero. Yo estaba incrédulo, muy incrédulo, pero no por ello menos risueño. Cabe agregar un ingrediente notablemente atractivo para la ocasión: conocer a los más jóvenes integrantes del enorme clan.

Nuestro abuelo falleció en 2003. Tenía 104 años de edad. La familia es longeva, no hay duda. En un país donde la esperanza de vida, tras 200 años de “existencia mestiza oficial”, recién se empina por los 80 años de edad, eso vale y harto, harto, harto, sobre todo para los descendientes de la familia Figueroa de un lejano valle del Ñuble. Evidentemente estoy hablando, al menos, de unos tres siglos de referencia.

Eso es gozar de buena salud, aunque es muy probable que esos modestos habitantes apellidados Figueroa, en esos instantes recónditos del tiempo, pensaran y se preocuparan más del trabajo como modo de subsistencia que de la descendencia directa que ellos iban a tener. Es difícil saberlo: es pura especulación y la mente es libre de analizar en tal sentido.

Lo cierto es que, 113 años después y en términos sanguíneos, estamos nosotros como herederos y herederas, teniendo como referente principal al abuelo José Ricardo.

Pensar que las redes de contacto, con el tiempo se limitan a un círculo muy exclusivo: entre familiar de núcleo muy directo y de amistades con intereses en común. La lejanía física es otro punto. Pero lo que ocurrió el 7 de enero fue formidable y no me cansaba de analizarlo junto a Memo y a Claudia.

Míos/as, tuyos/as, nuestros/as

María Jesús, de dos años y ocho meses, estaba a punto de quedarse dormida en el mismo vehículo. No era para menos: el reloj marcaba las 23 horas (11 de la noche en lenguaje chilensis) y fueron cerca de cinco horas que involucraron un rico asado, tallas por doquier, espacio para el relato político (no tanto análisis, por fortuna, je, je; eso también da para harto) y recuerdos varios.

Kiko, Ruty, Memo, el suscrito, Vitoco (el insigne visitante), Cristina, Pablo y Claudio fueron los primos que acudieron a la cita. Los/as cónyuges, parejas, hijos y nietos se sumaron al asado que se preparó en la agradable tarde del sábado 7 de enero.

Claudio comandaba la parrilla, a la cual se le acercaba parte de la concurrencia regularmente para asistencias y conversa alrededor del fuego. Los más chicos disfrutaban de los juguetes, sobre todo las pelotitas y los autos, pero también de la película "Río" de la incombustible factura Disney. Algunos papás y mamás se preocupaban lo normal de los peques. Los tragos, una vez más, demostraban ser el complemento ideal y el clásico testigo de la conversa.

Los más pequeñitos tuvieron la posibilidad de conocerse, conocer a sus tíos y tías y vicerversa: Salvador y Clemente, los más pequeños; Joaquín, Nahuel y María Jesús, los mayores. Cuatro varoncitos y una pequeñuela….El clan Figueroa se extiende.

Con Kiko y Memo asumimos riéndonos que el carné ya nos delataba sin compasión. A Kiko le recordé, bromeando y sin asumir edades -gesto de caballeros-, que él y Ricky -otro primo- nacieron en tiempos en que los varones usaban jopo en el peinado y, en el caso mío, yo nací en una época en que las patillas largas y los pantalones pata de elefante eran usuales en los mortales. ¡Pura buena onda!, ¿eh?.

Regreso a casa

-¿Qué te pareció la reunión? - le comenté a mi señora, Claudia, tras haber ido a la “Juntá”.

-¡¡Súper!!. Me encantó - me dijo Claudia, muy entusiasta.

-Lo pasé súper bien. Fue re entretenido -complementó mi hermano Memo, quien iba en el asiento de atrás en el vehículo.

-Superó mis expectativas- sostuve escuetamente para luego reflexionar y conversar muy animadamente acerca de lo ocurrido pocos instantes antes. Y no era poco, aunque fueron cinco horas que se hicieron exiguas. ¿Y por qué?. ¡¡Si lo pasamos bien!!. Claro, he allí una razón muy noble: los niños demandan atención y, ya pasaditas las 23 horas, los bostezos tipo “Pink Floyd, The Wall” de los peques estaban pesando harto…De lo contrario podríamos haber trasnochado.

Algunos días después Claudio nos mandó un generoso ser de fotos por correo, a lo que añadió un adjunto muy especial: “Cartas para recordar”, el testimonio escrito de mi padre consistente en la delicada transcripción de las cartas que le envió su padre -mi abuelo- por correo postal entre 1949 y 1994. Eso será parte de una nueva historia, a la que me referiré prontamente.

¡Salud por y para todos y todas!


Para finalizar los dejo con un clásico de la gran y recordada cantante y folclorista argentina Mercedes Sosa:

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