Mañana gélida de Sábado, taxi e historia de vida

                                                       EN TERCERA CLASE
De pronto surgen conversaciones absolutamente inesperadas y con quienes poco o nada se espera de ellos mismos. Ésas son las historias que valen, sobre todo si tienen algo de sensible. Eso no suena a Arjona, sino más bien a Serrat o a Víctor Jara.

Gélido sábado de agosto. 8.45 AM. a la salida de la estación del Metro de un sector populoso. Voy en dirección a un diplomado que tomé recientemente y que no es en una universidad "cota mil" (apelando a un concepto acuñado por el padre Felipe Berríos) pero sí algo retiradita de la "chusma". ¿Qué es mejor para la circunstancia y sobre todo cuando voy algo atrasado? (tengo que llegar a las 9 AM). Un taxi.


No se trata de parlar con alguna poesía tipo Arjona, pero sí al menos aproximarse a Serrat y a Víctor Jara, porque lo que me ocurrió tiene un poco que ver más con lo social que con un romance.

-Buenos días, señor.

-Buenos días. Me lleva por favor a .... -una vez que le indico el lugar empieza lo bueno.

Taxista: ¿Usted trabaja allí?.

Yo: No. Voy a un diplomado.

De pronto, casi sin darme cuenta, el señor me dice que tiene un amigo que vive en Mendoza y, en tono festivo, yo le digo que "se trata de la ciudad más chilena de Argentina". Intuyó, no obstante, que está deseoso de contarme algo.

Taxista: Je, je. ¿Y usted sabe cuál es la ciudad más peruana de Chile?.

Yo: uhmm...

Taxista: Santiago, ¡¡jajajaj!!....

No quedó más que reírnos.

Taxista: Acá, en la estación del metro en que lo recogí, la mayoría de los vendedores ambulantes son peruanos.

Yo: ¿Sííí?...

Taxista: ¿Usted sabe cuánta plata se hace en un día una señora que vende sopaipillas y sánguches?

Yo: No.

Taxista: ¡150 lucas!

Yo: ¿No joda?. ¡Impresionante!

Taxista: De hecho la mujer pondrá lueguito un negocio en su barrio.

Yo: Con esa cantidad de plata, sin duda algo mejor tiene que salir después.

Taxista: Pero fíjese que tiene un cafiche detrás.

Yo: ¡Qué fuerte!

Taxista: ¿Sabe? Yo tenía una pega re buena, pero... fui alchólico durante 15 años.

Yo: ¡¿No le puedo creer?!

Taxista: Yo estuve a punto de perder a mi familia, porque era una cosa de todos los días, con escándalo y todo.

Yo: ¡Qué tremendo!

Taxista: Pero si no fuera por la terapia que hice, por mi familia misma y por mis amigos, lo que le cuento hoy no se lo habría contado.

Yo: ¡Que fuerte!. Menos mal que pudo enrielarse a tiempo.

Taxista: Sí....Pero fíjese que yo tengo tres hijos: el mayor lamentablemente está siguiendo los mismos pasos.

Yo: ¡Uy!, ¡qué lastima!.

Taxista: Yo tengo que andar escondiéndole los tragos cuando viene a la casa.

Yo: Me imagino.

Taxista: El es un profesional. No pasa todavía los 40 años de edad. Sacó su título y lidera una organización en la iglesia, pero lamentablemente cayó en el frasco.

Yo: ¿Cómo?. ¿Y tiene hijos?

Taxista: No. Mis tres hijos, en todo caso, son solteros.

Yo: Bueno, en todo caso, eso no disminuye la gravedad de la situación. Lo siento por usted.

Taxista: Gracias por su solidaridad. Lo malo que la carga del drama me la tengo que llevar yo.

Yo: ¿Cómo es eso?

Taxista: Imagínese que mi hijo alcohólico es una persona que tiene responsabilidades y ....de repente esta sumamente "curao". Yo tengo que actuar con firmeza.

Yo: Por supuesto, usted tiene que acuar con firmeza. No queda otra.... Usted tiene que seguir en esa senda como para que él tome de nuevo el rumbo positivo.

Taxista: Por supuesto.

Yo: ¡Por acá es!, ¡déjeme ahí al frentecito!.

Tras la sonajera de monedas de rigor, nos despedimos deseándonos suerte mutuamente (además, no me hizo el leso: me cobró lo que correspondía). Evidentemente mis deseos pesaron en firmeza de voz y convicción. ¡Pobre hombre!: me conmovió.











Comentarios