Cuando la niñez es casi borrosa pero también más imborrable

EN TERCERA CLASE
Cuando uno es niño y mientras más lo es, cada situación, cada travesura, cada juego pasa a ser, con el curso de los años, un recuerdo vago…Pero la dulzura de la situación no se pierde en ese vago recuerdo.
La noción del tiempo y la importancia de las cosas suelen relativizarse cuando uno es pequeño. No sabemos cuando es lunes o viernes, tampoco cuando es sábado o domingo, pero sí detectamos, como en cualquier escenario de familia de clase media y occidental normal, que hay días en que nuestros padres descansan y que suelen ser jornadas más entretenidas que las otras por el sólo hecho de que “papá y mamá están en casa”.

Los primeros recuerdos asociados a mi infancia tienen que ver con el accionar matinal en mi casa: debo haber tenido unos cinco años de edad y compartía el mismo dormitorio con un hermano de 13 años y otro de 10.
Recuerdo que una mañana me tragué una bolita de acero: fue una cosa traumática: no porque me sintiera mal sino porque quedé con la duda acerca del destino de la bolita dentro de mi cuerpo.
También recuerdo que…
Recuerdo que cuando vi por primera vez el “Chapulin Colorado” por la tele mi papá me fomentó harto la necesidad de que lo viera…Y enganché tan fuerte como cuando enganché con dibujos animados como "Los Picapiedras", otros de Hanna Barbera y muchos más: “¡mira, Gonza, el Chapulin Colorado!”, decía mi papá en tono festivo. 
Lo más curioso de todo es que la música característica de cierre del Chapulín Colorado, “Los súper genios de la mesa cuadrada”, se me quedó grabada y la asociaba harto con mi padre y cualquier persona que ocupara bigotes (a lo mejor mi admiración posterior por Caszely y el “Gato” Osbén tuvo alguna relación con eso).

De esa época recuerdo también muchas series de TV norteamericanas de acción: "Las Calles de San Francisco", "El Hombre Nuclear", "Columbo" y "Emergencia"...Empecé a sentir algún tipo de admiración por los bomberos fomentada por el mejor amigo de mi hermano mayor por entonces: se llamaba Manolo. Cada vez que sonaba una especie de sirena desde la compañía de bomberos, de donde estuviera Manolo arrancaba para sumarse al equipo de bomberos que acudía motorizado a la emergencia.
De mi madre recuerdo claramente su pasión melómana: Mercedes Sosa y Piazzolla figuraban entre los discos que escuchaba con regularidad. Pero también, gracias a ella, conocí a Picasso, un genio que, a mí parecer de entonces, pintaba unas cosas bien raras, amorfas y divertidas. También le agradezco a mi mamá el haber conocido, gracias a ella, el funicular y el zoológico.
Los bizcochuelos de mi abuela y algo más

De mi hermana, quien debe haber tenido por ahí unos 14 años de edad, recuerdo su predilección indiscutible por esa especie de sex simbol de la música popular que era Peter Frampton. “Star Wars” y “Fiebre de Sábado por la Noche” eran sólo proyectos, grupos como Queen o AC/DC recién agarraban vuelo y del punk se sabía poco y nada…Y yo menos sabía sobre todo eso, salvo de Peter Frampton.
El hermano que le seguía en edad a mi hermana, escuchaba Kiss. En efecto, junto con unos amigos y en el marco de un acto colegial imitaron al famoso grupo de rock en pleno incluyendo sus estrafalarias vestimentas y maquillaje. Y mi hermano sólo algunos años mayor que yo le apasionaban los soldaditos y las películas de acción.
Por mi abuelita materna, que vivía con nosotros, conocí los queques y bizcochuelos más exquisitos que he comido: todos hechos por ella. También recuerdo los ricos yogures gorditos y otros de envoltorios más delgados y redondos que yo consumía en la mañana, gracias a la preocupación de ella.
La señora que hacía el aseo en mi casa se llamaba Norma y, gracias a ella, conocí algo más de la música AM en materia de cantantes de habla hispana y de una comuna que se llamaba Pudahuel que, años después, iba a tener una importancia capital en mi existencia.
¡Bellos recuerdos!
Para finalizar los dejo con un clásico de la música popular de entonces:

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