¡Gracias, Marillion!

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EL ROBUSTO SEÑOR ROCK
Las 5 mil personas que repletaron el teatro Caupolicán de Santiago la noche de este jueves 18 tienen sobradas razones para argumentar porque asistieron a uno de los momentos más inolvidables de su vida, sino el más en el plano de los recitales de rock.
Lo de Marillion en el Caupolicán, este jueves 18, fue un instante mágico. No es una necedad señalarlo. Y no lo es porque es parte de las emociones.

Haré una comparación odiosa y quizás fuera de lugar: en un libro sobre historias de los mundiales de fútbol, el periodista argentino y ex editor de la revista El Gráfico, Héctor Vega Onesime, escribió  a partir de las emociones lo que sintió él personalmente cuando Argentina ganó el mundial de fútbol organizado en su propio país en 1978. En la oportunidad, siendo ya un profesional experimentado, él confesó que se sintió como un niño y que le dieron ganas de llorar de la emoción. Es algo así como el resumen de un sueño largamente anhelado.
La música suele tener un efecto similar al fútbol en el plano de las emociones en circunstancias muy especiales: un grupo de rock o un equipo admirado por ti, una circunstancia soñada y largamente esperada por ti y, como corolario de eso, un estadio lleno con gente que siente algo parecido a lo que tú sientes.
Eso se llama catarsis: algo así como un efecto purificador que causa cualquier obra de arte en el espectador.
Mucho más que algo técnico
No me detendré en lo magnífico que fue el recital de Marillion desde el punto de vista técnico…Sólo diré que me impacta la gran serenidad de Steve Rothery para sacar potentes y sensibles riffs con su guitarra (o con sus guitarras), la seguridad con que Pete Trewavas marca los tiempos con su bajo, la contundencia y efectividad con que Ian Mosley toca los tambores, la gran delicadeza con que Mark Kelly envuelve o complementa el resto de la música con sus teclados, y la fascinación de Steve Hogarth de juguetear con el público, gozar como niño arriba del escenario y cantar cada tema como si fuera el efectivo protagonista de cada historia y si fuera el último día de su vida.
Lo vaticiné pero fue todo mejor de lo que soñé. Mi mujer, notablemente, más devota del grupo que yo, se emocionó. Ver y escuchar a 5 mil personas cantando (¡notese!: cantando y no coreando) “Kayleigh”, “Lavander” , “Beautiful” y “Sugar Mice” es, efectivamente, para impactarse.
Madurez, trayectoria y variedad
Ver a Hogarth, al arranque del recital, repentinamente mimetizado en la platea superior del recinto de San Siego, fue transgresor al menos para los convencionalismos de nuestra mentalidad de conciertos musicales tradicionales. Y fue muy motivador.
“Splintering Heart”, de suave y misterioso comienzo y fuerte irrupción rockera tras ese casi silencioso inicio, fue el tema elegido allí. Ver a todos los músicos mostrando su energía en ese momento y a Hogarth arrancando por entremedio del público al escenario, tras cantar las primeras letras, nos inyectó de más ganas de disfrutar el recital.
“No One Can”, “Slainte Mhath” y “The Invisible Man” fueron otros de los temas elegidos de un repertorio que involucra cerca de una veintena de discos y 33 años de historia; en otras palabras, varias decenas de temas. Por lo tanto, un repertorio de difícil elección, pero que demuestra que Marillion es un grupo maduro, con trayectoria y mucho que elegir en variedad de canciones.
En cierto sentido ya lo dije: fue algo para disfrutar, emocionarse y, finalmente, mirar al cielo y decir: ¡gracias!.
¡Gracias, Marillion!

Para finalizar los dejo con un par de clásicos interpretados en el histórico recital referido:

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