“La Sociedad de los Poetas Muertos”: el pasaje a la inmortalidad de Robin Williams

"La Sociedad de los Poetas Muertos"
Sitio El Rincón de Sofista
El personaje del profesor Keating, que interpretara en esa película el actor que falleciera recientemente en trágicas circunstancias, se transformó en un referente ineludible, al menos, para una generación.

Podría escribir largamente sobre el enorme talento de Robin Williams, pero prefiero quedarme con el recuerdo de mi héroe de la transición adolescente-adulto: el emblemático profesor Keating de la película "La Sociedad de los Poetas Muertos".


Al margen de la magistral actuación de Williams en el clásico referido (le valió una nominación al Óscar), en aquél también sobresalieron tres actores que, pese a desarrollar carreras bastante respetables en el cine, quedaron marcados por sus personajes en el citado filme: Robert Sean Leonard (el amigo del “Dr. House”), Ethan Hawke (“Antes del Amanecer”) y Josh Charles (“The good wife”) como los jóvenes Neil, Todd y Knox, respectivamente.

Pero el personaje interpretado por el recientemente malogrado Robin Williams, quien entonces tenía 39 años de edad (1989), era de un carisma indiscutible.

Recuerdo que en la reseña del Cine Arte Normandie, que repartían en esa sala por entonces, el comentario respecto de la película destacaba que el director del largometraje, Peter Weir, se la jugaba allí por referirse a un drama de la clase alta estadounidense, algo poco visto por esos días, dado que la mayoría de la películas hollywoodenses enfocadas al ámbito social se concentraban en los problemas de personajes de clase media o baja.

En el caso particular de “La Sociedad de los Poetas Muertos”, la ambientación es en Estados Unidos a fines de los años 50, puntualmente en un prestigioso pero exigente colegio internado de larga existencia. En efecto, “Tradición, Honor, Disciplina y Excelencia” rezaba el lema de Welton Academy, caricaturizado como “Inferton” por sus estudiantes, evidentemente en privado.

Derribando ciertos muros
El personaje del maestro John Keating, interpretado por Williams, literalmente se “come” el filme: en un contexto dominado por un personal docente y una directiva extraordinariamente conservadores (“victorianos”, como bien señaló la crítica del Normandie; “decimonónicos”, diríamos ahora), de pronto irrumpe un profesor de literatura inglesa irreverente, quien había sido alumno de allí y quien motiva a los educandos a salirse de las rigideces que imponía aquel sistema educativo.

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Keating incentiva a los jóvenes a sacarse la “camisa de fuerza” que involucran las estructuras y, en el fondo, toda norma anquilosante de las mentes y de las voluntades para que cada uno de ellos saque lo mejor de sí y eche a volar la imaginación, soñar en grande y adquirir confianza en sí mismos, algo que suena siempre muy estimulante, sobre todo para muchachos de 17 años, una edad bisagra en la vida de los seres humanos.

El proverbio (o dicho) latín “Carpe Diem” (Aprovecha el Día) resume el espíritu que guía a Keating. Mucha gente olvida lo que prosigue a esa frase, pero es importante parafrasear ese agregado, el que también es recalcado a los jóvenes por el maestro: “porque algún día sólo serás comida para gusanos”.

El poema de Walt Whitman “¡Oh, Capitán!, ¡Mi Capitán!, dedicado al presidente de Estados Unidos, Abraham Lincoln, después de que éste fuera asesinado, en 1865, es otra clásica frase del filme que sale en boca de John Keating. No obstante, al respecto, se me viene automáticamente a la mente la notable escena en que el joven Todd Anderson (Ethan Hawke) logra vencer su timidez y, tras mirar un retrato de Whitman, califica a éste como un “loco” o un “lunático” (dependiendo del doblaje).

Sin embargo aquélla es sólo una parte de esa escena: el mismo Keating contribuye a que Todd revele, con algo de esfuerzo, su enorme veta creativa, la que queda en evidencia mediante un imaginativo relato verbal, basado en un texto de Whitman, que deja asombrado a Keating y a los compañeros de curso del joven. 

Recuerdo que la película fue exhibida en 1990 en Chile y que, cursando ese mismo año cuarto medio, fui a verla al cine con mis compañeros y compañeras del liceo 11, encabezados por una profesora. El veredicto de quienes asistimos a la repleta sala esa vez fue unánime tras ver el largometraje: nos gustó, nos emocionó, nos marcó.

Como dijo una vez un tío que fue un connotado profesor: “Keating cometió el error que no debe cometer maestro alguno: ganarse el corazón de sus alumnos”. 




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