Es parte de la naturaleza masculina

Sergio Martínez Cifuentes
Sitio Cuadros Modernos
Por Gonzalo Figueroa Cea

SEXUAL DELICADEZA
Con la imaginación a mil por hora todo cabe allí en relación a las mujeres: las formas, la cintura, la ropa (o la falta de ésta), etcétera.

A la mujer no sólo la disfrutamos en el amor de pareja, sino que también a la vista. Sonará obvio pero es necesario ponerlo de relieve. Por ejemplo, cuando caminamos por la calle y vemos a una dama muy guapa, nos hacemos los lesos mirando al cielo, haciendo como que nos paramos en un quiosco a leer un diario o que nos detenemos porque nos llegó un mensaje repentino en el celular.


El acto de mirar a una mujer atractiva, lúdico -si queremos definirlo- y agradable, puede tener como consecuencia variantes insospechadas de imaginación (inspiración, dirán algunos). Es parte de la naturaleza masculina.

Es difícil encontrar a un hombre que se fije en una mujer que le parezca medianamente atractiva sin pensar en algo que vaya más allá de lo observado; es decir, más allá de aquello que tan hipócritamente se dice a veces: "no deja espacio a la imaginación”.

La vista masculina, en la mayoría de los casos, no tiene filtro. El riesgo de caer en la calificación de “depravado” o “grosero” está a la vuelta de la esquina. Y lo admito sin miedo al que dirán porque es francamente ridículo no admitirlo. Es parte de la naturaleza masculina.

Reconozco que soy como la inmensa mayoría de los hombres en ese sentido. Y mi señora lo sabe. A veces, hasta lo analizamos graciosamente. Ella sabe qué clase de mujer me gusta sin que yo mueva un músculo de mi cara. Lo entiende. Nos reímos. Es parte de la naturaleza masculina.

Yo sé también cuáles son los tipos de hombres que le gustan a mi esposa. Igualmente nos reímos al respecto. Sin embargo, no estamos pensando en intercambios de parejas o cosas así. 

Mujeres de bastante menos edad

Fue en 1994. Debo haber tenido unos 22 años de edad. Eran tiempos de universidad y en que recién uno podía tener espacio para algo parecido a un trabajo. Estaba recién pololeando con quién es mi cónyuge y, en efecto, un día de entonces ella me hizo una observación tremenda: “tú eres gusto de jovencitas”.

Ella, que había sido liceana sólo un par de años antes, se dio cuenta que en las micros algunas niñitas entonces quinceañeras me observaban risueñas. Había allí un tema de cierta resistencia visual y alguna que otra mueca delatora: como un juego. Como era tímido, terminaba mirando para cualquier lado. 

Pero esa clase de mujeres no es la que, necesariamente, me llaman la atención. Mis gustos son variados, aunque no me llama la atención alguien como Claudia Schiffer.

Muchas veces le dije a mi señora, que es bajita, que estaba completamente seguro que en este país de mujeres más bien macicitas, de un metro 60 de estatura promedio (o menos, incluso), morenas y con rasgos asiáticos, deben haber como dos millones de ellas que son notablemente más atractivas que aquellas que responden al estereotipo de las pasarelas. La mujer latinoamericana es atractiva. 



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