Ceder el asiento en el Metro: a veces no son las palabras, sino sólo el gesto

¡CÉDELES EL ASIENTO!
cronicadigital.cl
EN TERCERA CLASE
El tren urbano debe ser uno de los pocos lugares aptos para distinguir con facilidad a cierto tipo de personas que creen que el mundo empieza, sigue y termina teniéndolos a ellos como exclusivos protagonistas.

Rumbo al trabajo, en el marco de una jornada normal aunque sin mucha gente en las calles (estamos a algunos días del "Súper Lunes"), tomó, tras el trasbordo respectivo, el Metro en la estación Plaza de Maipú. 


Me coloco en la parte habitual (ideal para no estar con otras personas paradas todas achoclonadas y, además, a fin de leer tranquilamente un libro): igualmente de pie pero con asientos ocupados por delante y por detrás (no crean que me molesta: prefiero estar parado allí todo el rato aunque haya tenido la posibilidad de ir sentado, considerando que agarro el tren en una estación inicial).

Algunas estaciones y minutos después se sube una mujer de unos 30 años de edad con dos niños de unos ocho años cada uno y, además, embarazada. No quisiera parecer como extremadamente comedido (me encantó ese adjetivo: se lo copié a la consagrada escritora argentina Hebe Uhart), pero claramente me doy cuenta que soy el único conmovido con la situación (como la mujer del César, siéndolo y pareciéndolo, al menos aparentemente).

La dama se coloca de pie al lado mío, interrumpo mi lectura y le digo, con palabras medio "escupidas", a la mujer sentada frente a mí, de unos 25:

(poner la edad no es dato irrelevante para mucha gente, según varios permite distinguir ciertas formas de ser y también facilita discenir entre generaciones):

-Le agradeceré ceder el asiento a la señorita.

-¡Que ella me lo pida! -me responde tranquila y segura aunque bien fría y seca.

No tardaron un par de segundos cuando una señorita (al menos así lo parecía), más o menos también de un cuarto de siglo, sentada al frente de la otra que ocupaba asiento, pero bastante más empática aunque no por ello menos tranquila y segura que aquélla, sin hablar mucho se para y le cede el asiento a la dama embarazada.

-Siéntate acá -murmulla en la oportunidad la mujer del gesto amable.

-¡Muchas gracias! -retruca la beneficiada mirándome a mí y a quien le cedió el asiento.

Muchas veces no sabemos qué piensan aquellas mentes no muy dadas a los gestos mínimos de educación. Como que uno tiene la sensación que estas personas creen que el mundo empieza, sigue y termina teniéndolos a ellos como exclusivos protagonistas.

Comentarios