Ni descanso ni democracia

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EN TERCERA CLASE
A veces cualquier opinión, simple idea o lo que pareciera una certeza, puede caer en la categoría de “conclusión apresurada”. Y allí bien válidas son las preguntas al respecto.

Son circunstancias únicas. Son anecdóticas. No significan mucho más allá del hecho en sí mismo: cotidiano como muchísimos, pero dicen mucho. A veces nuestras propias interacciones con los demás, por muy irrelevantes que parezcan, nos transmiten cosas que van más allá de un vulgar hecho. Si generan más de alguna carcajada, es porque resultó gracioso contarlas. Pero, a veces, las mismas nos invitan a la reflexión.


Por tal motivo, comparto dos situaciones recientes, muy comunes y corrientes pero lo suficientemente llamativas como para dejar de ser comunes y corrientes,  en las que fui partícipe. 

¿Cuál democracia?

Ingresó como de costumbre al acceso del edificio donde trabajo y saludo al señor que le toca el turno de la seguridad. Es bastante peculiar su aspecto, porque me recuerda un poco a esos personajes sacados de películas españolas del tono Bigas Lunas, De la Iglesia o Almodóvar, como la típica caricatura del hombre de la península: 1.70 de estatura, delgado, moreno, cara alargada, ceja gruesa y una boina. ¿Cuál es la única diferencia? No lleva boina y usa terno y corbata.

Mi saludo habitual con el hombre es atípico: atiende a supuestas simpatías políticas:

-¿Cómo le va camarada? Quiero decir…

-…correligionario. Recuerde que ni compañero ni camarada -le corrijo sonriente. Él también lo está.

-¡Correligionario!

-Pero, por sobre todo, demócrata -agrego.

-¡No me hable de democracia! ¿Cuál democracia? –me dice algo molesto.

-Sííí –lo refirmo con una risa media socarrona.

En fin. Así es la cosa. "Signo de los tiempos", dirán muchos. "Signo de los pesos", dirán otros más agudos.


¿Descansar?

Típica conversación relajada de inicio de jornada en el ascensor. Junto conmigo suben una joven embarazada (claramente en recta final) y un señor cincuentón fino y de buena presencia al costado. Tras los saludos de rigor, la mujer conversa conmigo.

-¿Sales de vacaciones pronto? –me pregunta.

-Sí, a mitad de la próxima semana –le respondo.

-¡Que rico! 

-¿Y tú? –le consulto sin ahondar en la gravidez de su estado.

-Sí, pronta a descansar. ¡Al fin! –me dice sonriente.

Se abre la puerta del ascensor y nos despedimos. Tras el cierre, el caballero voltea elegantemente la cabeza hacía mí y me dice sonriente y cáusticamente:

-A descansar no creo.

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