"El Consumo me consume" de Tomás Moulian: más que un clásico de la literatura intelectual de bolsillo

Al inicio el autor agradece al "ilustre inventor del correo electrónico". Debemos recordar que el texto fue publicado en 1999. ¿Las ideas? Mantienen plena vigencia.

Cuando se acude a la biografía de Tomás Moulian es difícil no detenerse para admirar -no sólo detectar- al menos dos aspectos ineludibles: uno, el hecho de que es Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales (2015) y, dos, ser el autor de abundante obra en el plano de su especialidad: sociología y ciencia política provista de una visión crítica a la estructura económico-social de Chile.


Moulian cuenta con una docena de títulos, entre los cuales sobresale esa especie de best seller de 1997 que es "Chile actual. Anatomía de un mito". El libro al que aludo a continuación: "El consumo me consume" sigue esa línea pero es diferente: dirigido a todo público (tal como lo revela el título de la colección a la cual pertenece: "Libros del Ciudadano" de Lom ediciones). 

Tiene tan sólo 73 páginas pero es lo suficientemente contundente en contenido para permitir en el lector los correspondientes procesamientos de información, análisis y conclusiones acerca de nuestra fragilidad como seres proclives a caer en los "encantos" de nuestro sistema económico. 

Puse arribita en el título del artículo "clásico de la literatura intelectual de bolsillo" y es inequívoco y nada de ambiguo ni irónico: tiene el espíritu de los minilibros que publicaba la editorial Quimantú en plena época de la Unidad Popular, práctica que también rescató el semanario The Clinic hace algunos años: que la literatura de toda índole llegue a todos y no se reduzco a círculos intelectuales restringidos.

Una curiosidad: en la parte de los agradecimientos, Moulian hace un reconocimiento al "ilustre inventor del correo electrónico". Debemos recordar que el texto fue publicado en 1999. ¿Las ideas? Mantienen plena vigencia.

Con la misma motivación comparto algunos párrafos que me llamaron la atención:

"Consumir es una operación cotidiana e imprescindible que está ligada a la reproducción material pero también espiritual (cognitiva, emocional y sensorial) de los individuos. Es un acto ordinario ligado al desarrollo vital y es el objetivo de ese intercambio incesante de los hombres con la naturaleza que llamamos trabajo.

"Una actividad tan imprescindible, ¿porqué está sometida a menudo a un enojoso escrutinio moral? La pregunta debe responderse antes de iniciar una reflexión crítica sobre el consumo".

("El consumo como problemática", página 9)

"¿Qué forma del deseo se puede encontrar en el impulso de consumir, más allá de la necesidad? Carpentier pone en boca de Enrique, uno de los protagonistas de La consagración de la primavera, el siguiente juicio sobre la ostentación consumista de su aristocrática familia: "Seres que creen que la Idea, la única Idea posible es la posesión".

("El consumo como tipo de deseo", página 19) 

"Las computadoras y los automóviles son, en ese sentido, objetos emblemáticos. En dos o tres años, a veces en menos tiempo, están superados. Servirían durante mucho tiempo para satisfacer las necesidades de un usuario ascético, recatado. Pero el utilizador voraz, que desea estar en la punta, deberá sustituirlos".

("Capitalismo y despilfarro", página 31)

"No es raro, en esta perspectiva, que el más ostentoso de todos los exhibicionismos sea el de los jóvenes ricos. En realidad, la carrera por el dinero, en una atmósfera de competitividad darwiniana y donde se coloca en el dinero una carga simbólica tan fuerte, es dura, sin piedad, estresante".

("La fechitización del dinero", página 35) 

"Algunas de estas conductas representan la exacerbación de la lógica del individualismo, el cual al extremarse deviene en un maquiavelismo social. No importan los medios para realizar la meta de la riqueza. Aunque ellos sean ilícitos, el dinero no cambia de color".

("Desintegración social y politización", página 47) 

"La obscenidad consiste en escenificar esa agobiante abundancia a pocos miles de metros de ¡a miseria, en exhibirla ante los ojos de los parias, sin dinero ni crédito, que tienen el derecho de peregrinar hacia esos templos para mirar, incluso para tocar, pero sin poder adquirir".

("El mall, la catedral del consumo", página 58)




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