Salvajemente romántico

Pintura del sitio Rincón del Tibet
Por Gonzalo Figueroa Cea

SEXUAL DELICADEZA
Es curioso, pero mientras Orestes trabaja y escucha por Youtube un concierto de guitarra del gran y recordado Paco de Lucía, se acuerda de la hermosa y reciente noche vivida.

Fue como tocar el cielo. Y no se trató de algo furtivo ni prohibido. Eso sí había que hacerlo con cuidado: la pequeña, acostada en su dormitorio, se podía despertar; y, los gatos, meterse a la habitación de sus padres. Entonces, Orestes cerró la puerta por dentro mientras Nieves se desvestía adentro.

El hombre, llegado a la mitad de la cuarentena pero firme, andaba ganoso y deseoso; y, Nieves, igual. Apagada la luz, los besos y las caricias irrumpieron como bolas de nieve en avalancha, pero con el suficiente calor humano y la naturaleza como para seguir …y no parar por un buen rato.

Deseosa y ganosa, Nieves besaba las orejas de Orestes; y éste, a su vez, acariciaba sus caderas, su cintura, su cara y, paralelamente, la besaba. Evidentemente hubo mucho más. Era como si fueran dos locos desatados pero locos de amor, no de otra cosa.

El resto fue como tocar el cielo en el sentido literal de la palabra. Algunos le llaman volar; otros, imaginarse otro lugar; los restantes, haber visto estrellas en el firmamento (no hay duda que las metáforas abundan), pero no estaba presente nadie allí salvo Orestes y Nieves, quienes tocaron el cielo con su amor mutuo: cercano, con afecto y total.

Es la forma como se vive el clímax en un saludable cóctel de energía y posterior relajo, sin ruidos ajenos, sin interrupciones y en una oscuridad virtuosa capaz de acalorar los sentimientos y vencer lo que en el resto del día es pura imaginación. 

La música de fondo era un concierto de clavecín del gran Johann Sebastian Bach. “la voz del señor” dirán algunos… Puede ser. Claro: el resto era el cielo con sus planetas, estrellas y galaxias, sin duda. Mientras el barroco dominaba sutilmente el ambiente aéreo del dormitorio,  la pequeña dormía en el suyo y los gatos rasgaban sillones y se echaban a descansar en ellos, por cierto éstos últimos fuera de esos escasos pero cálidos metros cuadrados cuyos dueños eran Oretes y Nieves.

Es como tocar guitarra clásica: se mantiene la delicadeza de los dedos, pero el espíritu …es salvajemente romántico.

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