"Los detectives salvajes" de Roberto Bolaño: a casi de 20 años de su publicación, más clásico que ayer

El recordado escritor nacional rompió esquemas con la gruesa novela de diversos personajes, prolongadas persecuciones y múltiples formas de interpretar. 

Una de las primeras sensaciones que me produjo la novela "Los detectives salvajes" de Roberto Bolaño, fue encontrar cierta familiaridad entre García Madero y  mi persona. No fue porque necesariamente me sintiera un adolescente y a la vez un proyecto de escritor, sino porque yo, a los 17 años (edad del personaje), tenía gustos definidos pero no muchas definiciones (valga la redundancia) en torno al actuar de mi vida, al igual que el muchacho.

Bolaño, fallecido en 2003 a los 50 años de edad, es objeto constante no sólo de admiración, sino también de reportajes, estudios y tertulias (y lo seguirá siendo). Aunque suene tosco decirlo, el personaje da para mucho.

El libro, publicado en 1998 y con importantes distinciones en la inmediata posteridad, tiene ese mismo espíritu: la inquietud, la búsqueda. Cesárea Tinajero no es necesariamente una diva pero sí un objeto de deseo y, a su vez, Ulises Lima y Arturo Belano, dos hombres deseosos no sólo de algún tipo de tesoro, sino de identidad de la que enorgullecerse.


Muchos años, personalidades e historias varias
En "Los detectives salvajes", Bolaño juega con los tiempos (transcurren 20 años considerando las fechas de inicio y de tope de los acontecimientos relatados) y construye cada historia o testimonio conforme a las búsquedas señaladas y aquellos objetos de deseo que no tienen que ver necesariamente con el sexo. Cabe agregar allí una especie de obsesión colectiva: el realismo visceral.

Y la abundancia es algo así como un arcoiris: los personajes señalados no son exclusivos (hay decenas); los lugares, en tanto ciudades o países, son consecuencia de acciones inesperadas o casi accidentales (el desierto de Sonora, el Distrito Federal, Colonia Condesa y Parque Hundido, en México; Tel Aviv y Beersheba, en Israel; Barcelona, en España; y Los Ángeles, en Estados Unidos, por ejemplo, en un trayecto que hasta pasa por Centroamérica) y se construyen experiencías vitales de distinta naturaleza: frágiles, lunáticas, temerarias, temerosas, corajudas, al límite de la vida o de la locura total, al margen de la ley, juveniles, maduras, soñadoras, etcétera.

Los proyectos literarios son parte de los sueños y constituyen un eje en "Los detectives salvajes", aunque también aquello puede ser tomado como un camuflaje del mundo de las drogas.

Algo así como un rompecabezas
Quizás Bolaño edificó una enorme metáfora sobre la indefinición adolescente, donde la adultez tampoco sobresale necesariamente como solución, aunque todo aquello puede resumirse como una búsqueda de una identidad latinoamericana...Quizás, quizás, quizás.

Y aquélla es igualmente una de las gracias de leer a Bolaño: es como un rompecabezas. Algunos dirán que hay guiños a García Márquez, a Borges o a Cortázar, pero el hecho de que se mezclen historias y que estas se entrelacen, hagan irrumpir puntos de vista y brindar un matiz relevante a situaciones que parecían intrascendentes, le da a la lectura de esta novela un atractivo que la distingue en el plano literario.

Se añade en este aspecto la cualidad de referir, a veces, más de una situación y más de dos personajes en una página o en un par de párrafos largos y, por si fuera poco, uno que otro fetiche u objeto símbolo: un automóvil Chevrolet Impala y una sucesión de dibujos extraños, por ejemplo. 

Es más: uno se puede enamorar de María Font, de Lupe y hasta de la Tinajero de sus años mozos, pero también puede considerar a estos personajes abiertamente irrelevantes o, por el contrario, lejanos de ser prodigios de virtudes. Lo mismo puede ocurrir con Amadeo Salvatierra, con Piel Divina y hasta con un guardia de camping. La caricaturización de la "vida Nobel" ex post de Octavio Paz tiene un ingrediente no menor dentro del rompecabezas aludido.

En síntesis: más de 600 páginas que dejaron, dejan y dejarán huella.



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