"La nieta del señor Linh" (2005): un clásico sobre el desarraigo y la amistad genuina como antídoto ante las adversidades

Imagen sitio editorial Salamandra
Philippe Claudel logró plasmar en este libro cómo la fe y la porfía, en sus sentido más nobles, logran torcer situaciones que parecen erigirse inexorablemente como destinos. 

Aunque no entre en la categoría de novela romántica o abiertamente de comedia (más bien, se trata de una obra que gatilla, en general, emociones a la inversa) me cautivó "La nieta del señor Linh" de Philippe Claudel. Por sugerencia de mi madre leí entero el libro y, en una decisión extravagante, decidí leerlo de nuevo (lo mismo hago ahora con "La intrusa", curiosamente de otro escritor francés: Eric Faye. y recomendado por ella misma.

Tenía ganas de detectar más detalles en torno a ambas obras: como cuando uno ve ciertas películas del cine de autor llenas de símbolos y situaciones que, en segundas vistas, permiten descubrir más mensajes; dicho de un modo más integral, que el lector realice más lecturas (valga la redundancia).

"La nieta del señor Linh", cuya primera edición data de 2005, desarrolla una idea simple aunque dominada por emociones fuertes, alusiva al largo viaje que emprende contra su voluntad un veterano acompañado de su pequeña nieta. Trasladados en barco hacia un destino desconocido para ellos, tal como ocurre con muchos refugiados, se ramifica una historia provista de los deseos de bienestar por parte del protagonista y el estrechar algún lazo que finalmente logré unirlo con aquel lugar extraño al que logra llegar, muy diferente al de su tierra querida.


Se deduce, con cierta facilidad, que proviene de un país asiático asolado por una guerra (bien pudiese suponerse que se trata de Vietnam) y, a la vez, es factible forjarse la idea que su destino es un país desarrollado como Francia, con una enorme urbe con todas las características atribuibles a las del mundo occidental. 


Él ha perdido a toda su familia salvo a la pequeña Sang Diu. Más allá de la presencia del pequeño ser que acompaña al veterano (que pudiese ser una muñequita o un bebé de carne y hueso), he allí un primer símbolo: algo que une al personaje con la modesta aunque hermosa tierra que él habito y trabajó en compañía de su familia, pero que es parte del pasado y de lo que pudo ser un destino de idílica continuidad, todo arrebatado por crueldad de un conflicto bélico.

Aquel elemento se acompaña de la soledad, concepto establecido en varios paisajes de la obra (Claudel es también cineasta) y cuya mitigación tiene lugar al establecer una gran y afectuosa amistad con otro hombre solitario. Allí surge otro mensaje extra: la factibilidad de crear lazos más allá de las experiencias, las costumbres y las barreras idiomáticas. 

Coincidencia emocionales y energéticas
Evidentemente hay coincidencias emocionales y hasta energéticas que unen a las personas. Creo que la amistad genuina tiene mucho que ver con eso. La relación de buena onda (como diríamos por estas latitudes) entre el anciano y el señor Bark entra en esa categoría. Tal como se expone en la contratapa de la publicación de Ediciones Salamandra, "La nieta del señor Linh" es "una exquisita fábula sobre el exilio y la soledad o, lo que es lo mismo, la lucha por preservar la identidad".

Comparto con ustedes dos párrafos escogidos de esta obra de Philippe Claudel, ganador de los premio Francia Televisión 2000, Bourse Goncourt de la Nouvelle 2003 y Renaudot 2003:

"El hombre gordo saca el paquete del bolsillo, le da un golpecito en la parte inferior con un dedo amarillento y se lo ofrece al anfitrión, que sonríe y niega con la cabeza. Su amigo coge un cigarrillo, se lo lleva a los labios, lo enciende y da la primera calada con los ojos cerrados. (página 100)

"Todo se confunde. Los sitios, los días, las caras. El anciano vuelve a ver su aldea, los arrozales y su damero mate o resplandeciente, según las horas, las gavillas de arroz paddy, los mangos maduros, los ojos de su amigo el hombre gordo, sus fuertes y amarillentos dedos, las facciones de su hijo, el cráter de la bomba, los cuerpos destrozados, la aldea en llamas...Avanza. Tropieza con los años y con la gente, que corre no se sabe adónde, que no para de correr, como si lo propio del hombre fuera correr, correr hacia un gran precipicio sin detenerse jamás". (página 116)


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