Dulce y juguetón paréntesis

Imagen Portal del Aguador
Por Gonzalo Figueroa Cea

SEXUAL DELICADEZA
Tras salir -con permiso, claro- de la casa donde ha vivido toda su vida, Ferenc Mancilla se junta con su amigo Dávor Pinares e inician una aventura donde no buscarán ser los únicos protagonistas. Como dos muchachos de 16, hay una mezcla rara de ansiedad, alta motivación y cierta dosis de calentura no precisamente explícita. Lógico: es un sábado semi primaveral, son cerca de las 21 horas y el cumpleaños de Charlotte comienza en una hora más...Será una fiesta, al decir de Silvio Rodríguez, de "semi niños-semi adultos de ambos sexos". Caminan rumbo a tomar la micro.


Ambos viven en una comuna del sector nororiente de la capital con vestigios agonizantes de clase media, como los de sus familias de origen (que, dicho sea de paso, lograron ser de clase media con mucho esfuerzo y siguen siéndolo).

Como es típico de 1988, se escuchan desde las residencias, algo mezcladitos pero distinguibles, ecos de música de U2 o de INXS (los grupos del momento), sonidos que contrastan una cuadra más allá con "Love will save the day" de Whitney Houston (la cantante del momento). Hace un poco de frío pero los jóvenes están convenientemente vestidos.

Llegan a la parada, donde hay gente, aunque da lo mismo quien éste: lo importante es que aparezca pronto la Intercomunal 24, que los dejará en Avenida Ossa (como le llaman a Américo Vespucio en cierto sector) con Avenida José Arrieta. Allí deberán tomar otra micro que los dejará frente el departamento donde vive Charlotte, quien celebrará su condición de quinceañera. Todo bien: aparece la Intercomunal 24, se suben y parten al "oriente central" de Santiago.

-Oye, Dávor: ¿y qué tal es la mina? -pregunta Ferenc mientras van de pie en una micro repleta.

-Mira, bien. Pero está pololeando.

-¡Ah!

-En realidad la cacho re poco. No es que seamos tan, tan amigos...Ella es hija de una amiga de mi mamá -complementa Dávor, muy convencido aunque aparentemente con ganas de cambiar la conversación.

-¡Ah!

-Y nos conocimos y me invitó a su cumpleaños -añade Pinares.

Por el silencio posterior de Ferenc, Dávor titubea y luego le sonríe. Habrá pensando que Ferenc  pensaba (valga la redundancia) que entre Charlotte y él había "algo", pese al pololo de ella. 

Esos escasos metros cuadrados
Llegan a destino. No tuvieron que caminar ni subir mucho para llegar al departamento donde vive Charlotte. Éste es parte de un conjunto habitacional modesto, de pocos pisos, pero de esas infraestructuras con al menos dos décadas de existencia y que ya resistieron muy bien un par de terremotos. Charlotte, quien los recibe muy sonriente, no es precisamente la novia oriental de Daniel LaRusso en "Karate Kid II". Más bien es algo maciza y luce muy bien con su pelo rizado, chaqueta y pantalón de mezclilla, más unas alpargatas de color calipso. 

Dávor y Ferenc se quedan mirando sin hablarse, pero si como con la mente se estuvieran diciendo: "¡por qué estamos vestidos así?"... No es que le copiaran a Los Prisioneros en las tapas de sus discos (sólo se diferencian de ellos porque están algo más abrigados y las chasquillas de sus peinados algo más levantadas), pero quizás la circunstancia da como para haberse vestido de otra manera, más vistosamente.  

Tras los saludos de rigor, con regalos incluidos, Dávor presenta Ferenc a Charlotte y viceversa. Luego ella presenta a sus amigas y, tras los protocolos respectivos, la mirada de Zelinda, una de ellas, se concentra fuertemente en Ferenc y la de él en ella durante...un par de segundos, suficientes para que Dávor le dé a su amigo un pisotón en apariencia involuntario. "Disculpa, viejito", le dice a Ferenc. 

Bajita, delgada, de pelo castaño ondulado, con un abrigo negro y largo, y provista de esas típicas botas de moda (que en realidad más bien parecen bolsas con flecos negros, como si estuviera todo hecho de papel kraft por lo anchas y nada ceñidas), Zelinda se aproxima a Ferenc una vez que son presentados. Ella es una versión muy chilensis de Jaclyn Smith (claro, con varios centímetros de estatura menos en relación a la recordada Kelly de la serie setentera "Los Ángeles de Charlie").

-¿De dónde vienes Ferenc? -pregunta la joven.

-De lejiiitos -indica con el dedo el muchacho como apuntando al cerro Manquehue, que no se ve.

-¡Jajaja!...¿Eres tímido?

-¿Yooo?, ¡nooo! -responde sonriente Ferenc, mientras Zelinda se ríe más fuerte todavía. Él la sigue.

Hay onda entre los chicos. No pasa demasiado rato hasta que se ponen a bailar al son del rock latino y, tras cartón, del pop metal norteamericano. Descubren que hay varias cosas en común entre los dos: el gusto por varios grupos musicales de moda por entonces, pero sobre todo Upa! y Soda Stereo -"pero a mi mamá le gusta mucho G.I.T.", comenta ella al paso-; ambos están por la opción "No" en el plebiscito programado para un par de meses más aunque no podrán votar (por ser menores de edad no determinarán si Pinochet continuará en el poder o si hay elecciones libres para 1989; pero ambos apoyan muy convencidos la última opción); y, entre algunas otras predilecciones más, les encanta el fùtbol, pero con un matiz no menor: Zelinda es hincha de la Católica y él de Colo Colo.  

Fuman, beben lo suficiente, ella va donde sus amigas para conversar un rato, después regresa donde él; paralelamente, él va donde Dávor, quien está muy tranquilo, para luego regresar donde ella...Y seguir conversando. Lo pasan bien en ese círculo de fiesta juvenil sin estridencias: baile, diálogo, risas, cigarros, cerveza o piscola (si hay algo más, obviamente no se advierte en esos escasos metros cuadrados). 

Finalmente se despiden. Él le detalla su número de teléfono y ella le sopla el suyo. 

Largas caminatas
Al miércoles siguiente, Ferenc va a buscar a Zelinda al colegio. El muchacho se despacha una caminata desde Vitacura, altura del 7000, hasta Plaza Egaña, en Ñuñoa. No es poco: son cerca de nueve kilómetros, al menos un par de horas caminando, pero lo hace porque quiere ahorrarse la plata de la micro. "Un día me pegué una caminata desde mi casa hasta Estación Central y, antes, me fui en bicicross desde donde mismo hasta el estadio en ruinas de Pedreros", le confesó una vez a unos amigos. "No le creyeron todos, pero yo le creí...Es capaz de hacerlo", confesó Dávor.

Pero además Ferenc está enamorado de Zelinda. Ella también se siente muy atraída por Ferenc, pero se sorprende con su visita a la salida del colegio. Son las seis de la tarde, cuando lo ve se ríe mucho y comenta algunas cosas con sus amigas, entre ellas Charlotte. Al acercarse se saludan con cierta forzada aunque alegre serenidad.

-¡Que grata sorpresa! -comenta ella.

-Y me vine desde mi casa -cuenta él con una soltura que busca transformarse en una galana audacia. Zelinda, tras arrastrase el pelo hacia atrás, invita a Ferenc a pasear por Irarrázaval. Una caminata que, en circunstancias corrientes, no debiese significar más de una hora, la efectúan en dos. Son cerca de las ocho y media de la noche y llegan al pasaje El Almendral, cerca de Ramón Cruz. Es la casa donde vive Zelinda junto a su hermana, Evelyn, de 12 años, y su madre. Se han fumado entre los dos media cajetilla del cigarro más barato que encontraron. En el trayecto la conversación versó sobre los temas que les atraen.

Ella jugará el sábado una final de pimpón, organizada por un club de barrio y adonde acudirán otros chicos y chicas, amigos de Zelinda. Pero él irá a verla, se juntarán y saldrán a divertirse. Ése es el acuerdo. Tienen la corazonada sobre algo bonito que empieza.

Ahora ella debe entrar a su casa a descansar. Y él volver: sus padres, su madre y su abuela deben estar muy preocupados. ¿Su hermana y sus dos hermanos mayores?. No. "Ellos ya saben cuidarse. Tú eres muy jovencito todavía", han comentado en algunas ocasiones desde hace algunos años tanto su papá como su mamá. Desde la puerta Evelyn y la mamá de ambas chicas lo saludan y también se despiden sonrientes.

Aunque, como dirían en el campo, todavía "no pasa na'", durante algunas semanas los muchachos detectan que tienen mucha sintonía y lo pasan muy bien. El mismo Dávor se entera de una confesión que Charlotte le formula: "Zelinda pasa todo el día hablando de 'mi amor'. 'mi amor por acá', 'mi amor por allá'. Es por Ferenc". 

Cumpleaños de Zelinda
Llega un día muy especial: el sábado en que Zelinda celebra su cumpleaños número 16. Por cierto, él es el gran invitado. Llega a la casa de El Almendral cerca de las 22 horas. Sus únicos moradores son un veintena de muchachos y muchachas cuyas edades son de entre 15 y 20 años. Hay harto copete, cigarros y un fuerte aroma mezcla entre maleza quemada húmeda y té de hojas mojado.

Todos los pasan bien, sobre todo quienes logran emparejarse. Ferenc y Dávor comparten vasos, cigarros y también conversan tanto entre ellos como con el resto. Ferenc es igualmente paciente: ve que su eventual polola es "joteada" por distintos invitados, pero sabe que tarde o temprano habrá algo más que una amistad. 

Termina la fiesta, quedan pocas personas en la pequeña residencia de Zelinda, su mamá no está, hay una cama de sobra y harto espacio. Sólo quedan ella, Evelyn, Ferenc, Dávor y Jocelyn. 

-Son las dos de la mañana, estoy algo cansado y difícilmente podré volver ahora a mi casa -le comenta Ferenc a Zelinda. Ella le toma una mano, lo mira con mucho cariño y le pasa la mano suavemente por una mejilla y luego por el pelo.

-Quédate acá. Vamos a dormir en el dormitorio que comparto con mi hermana. Dávor y Jocelyn también. 

-¿Y tu hermana? -pregunta el joven.

-Evelyn dormirá sola en el dormitorio de mi mamá - responde Zelinda con seguridad. 

-Entiendo.

-Me encantó tu regalo y la tarjeta. Están muy lindos -comenta la chica tras abrir el envoltorio del obsequio, ver que se trataba de un caset de Upa! y que la tarjeta era casi una declaración de amor.

En el dormitorio, ambos están instalados en una de las camas en la posición de yoga llamada "postura de la cobra". Dávor y Jocelyn hacen algo parecido (no es que los cuatro vayan a practicar meditación; es sólo casualidad). Apagan la luz, conversan y, no pasan más de 15 minutos, cuando Ferenc y Zelinda se besan apasionadamente. Dávor y Jocelyn hacen lo mismo pero con menos pasión y unos cinco minutos después. Aunque es de noche, las energías se prolongan.

Sólo unos amigos 
Entre Ferenc y Zelinda comienza a tener lugar una rutinaria aunque virtuosa forma de relacionarse: él va al colegio a buscarla, pasean, llegan a la casa de ella, él se va. En un lapso de un par de horas por día conversan animadamente, juegan en los resbalines y en los columpios de las plazas como los niños que tienen menos de la mitad de edad de ellos, corren, fuman, se besan con mucho afecto y se ríen a menudo. Los días sábados aprovechan para ir a fiestas de amigos o, por último, para comerse un completito con una cerveza o una bebida en algún boliche cercano a la casa de la chica. En esos días, obviamente, se extienden las horas de encuentro. 

Llega un momento en que ella, claramente más experimentada en el ámbito de las relaciones de pareja, lo invita a hacer el amor. Él está inseguro al principio pero después accede. Aunque están lejos de hacer cosas demasiado audaces, es todo muy lindo. Sin embargo empiezan a ver malos entendidos. 

Ferenc descubre que hay otro hombre. Él detecta unos flirteos y hasta unos forcejeos extraños mezclados con discusiones algo extravagantes entre  supuestos amigos de Zelinda y ella misma.

-¿Quién es ese tal Luciano?. ¿Y el Sebastián? -le pregunta molesto un día.

-Luciano es un ex y Sebastián un amigo, que es casi como un hermano. No seas huevón. No te pases rollos -le responde entre asustada y extrañada la muchacha. 

-Pero vi como te joteaban. ¿Qué buscan ellos? -insiste Ferenc.

-¡Nada!. Son amigos, Ferenc -insiste la joven, pero él no se convence. Finalmente el chico vuelve triste a su casa.

Días después se entera por boca de Dávor que Zelinda todavía pregunta por él. Dávor lo sabe porque tiene contacto regular con su polola, Jocelyn, y con Charlotte, ambas amigas de la joven. "Estará todavía enamorada de mí", dice Ferenc. "No me cabe duda, amigo", responde Dávor.

Se decide a replicar la misma rutina que llevaba hasta una semana atrás. Para lograr su objetivo, la llama o la va a buscar, pero ella se escabulle. Para revertir la suerte, va a su casa, ahí en el Almendral. Lo recibe la hermana menor. Él está detrás de la reja frente a la puerta de calle, desde donde aparece Evelyn. Le dice que va a ver si está ("como si viviera mucha gente y la casa fuera muy grande", piensa él, intrigado)-, tarda tres eternos minutos en aparecer de nuevo y le dice que Zelinda no está. Ferenc nuevamente regresa triste a su casa.

Tiempo después, tras intentos fallidos, se entera que ella se fue de El Almendral junto a su mamá y su hermana. Pero también se entera de un par de cosas algo peores por parte de su amigo y de una amiga en común de ambos: Zelinda estaba emparejada con dos hombres a la vez al margen de la relación amorosa que Ferenc mantenía con ella simultáneamente; de hecho ya había tenido un par de relaciones de pololeo aparentemente con los mismos hombres, de aproximadamente un año y fracción cada una -con él no alcanzó a durar el mes- y ...un par de embarazos fallidos (tanto Dávor como Charlotte no supieron decir si realmente fueron abortos).

En síntesis, una vida dura. ¿Y su idilio con Ferenc? Sólo un dulce y juguetón paréntesis.

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