Cigarros entre clases

Advertencia: no es fomento al vicio, sino sólo un guiño de recuerdo acerca de una juventud temprana y ya ida.

Es 1989. En tercero medio, con edades entre los 16 y los 17 años, la sensación de tener "un mundo por delante" es power y, casi en el mismo sentido, el riesgo tiene un lado amable: de juego, y otro un tanto perverso: de desafío a ciertas normas. 

En tiempos en que los adultos fuman hasta en una oficina o en cualquier recinto cerrado casi sin ninguna restricción (claro, sólo existen las propias de un lugar técnicamente no habilitado para aquello o la clásica petición de algún un anfitrión del tono "por favor, no fume"), el sólo hecho de ponerse fumar siendo menor de edad y en un colegio fue, es y está prohibido.


Pero en 1989 y antes y después de 1989, ponerse fumar siendo menor de edad y en un colegio tuvo, tiene y tendrá un matiz desafiante: no necesariamente a la autoridad: quizás, en la mayoría de los casos, los profesores, inspectores o el rector no se darán cuenta del hecho. El desafío es concretar una acción que, al ser tan audaz como ladina, no se note...o, lo que es más plausible todavía, no deje rastros.  

Hacer algo fuera de la norma sin que lo noten tiene ese sabor... No está mal siempre que no estés cometiendo un crimen. Quizás desde ese punto vista de lo prohibido e incógnito tampoco es reprochable que una pareja de menores de edad hagan el amor en un recinto educacional, pero puede ser más aparatoso y, sobre todo en materia de reglamentos vulnerados, más peligroso que fumar.

¿Acudir a drogas en una infraestructura cerrada como un establecimiento educacional?. No. Eso sí que es ir demasiado lejos...Mejor hacerlo lejos de allí. 

Si fuera del colegio (sobre todo a la salida) y en sectores externos como una plaza, el desahogo de la fumada de un cigarro muy común y corriente (en el caso de Ferenc Mancilla y de sus amigos puede ser un "Liferoy") es de por sí gratificante, dentro del colegio la ladina audacia lo transforma en algo digno de contar, como un cuento (valga la redundancia). 

Son un cuarto para las 10 de la mañana de un día frío, aunque sin lluvia, de invierno.  Pasadas las primeras horas pedagógicas, correspondientes a un ramo de biología, y ya en pleno recreo un grupo de alumnos está en el umbral de la puerta de la sala de clases, que está abierta. Están en el segundo piso de la infraestructura trasera del liceo, cuyo nombre recuerda a un connotado político y abogado chileno del siglo XIX. 

Ferenc, César, Gianluca y Eloísa charlan, pero ya pensando en ejecutar las primeras caladas de cigarros "Liferoy".  

-Chicos: ¿están seguros que debemos quedarnos acá para fumar? -consulta Eloísa, muy delgada, de cabellos tipo ricitos de oro y de sonrisa tan radiante como coqueta. 

-¡De más que sí, Eli!. Nadie nos va a cachar. Tranquila -responde César, quien gracias a su atlética figura está en condiciones de arrancar lejos si algún inspector o profesor lo pilla.

-Yo creo que Eli tiene razón. Abajo y atrás, cerca de la reja que separa a la multicancha del gimnasio, con tanta gente al medio, no nos van a descubrir- advierte a su vez Gianluca, quien decidió quedarse con los muchachos en esta ocasión, dado que un resfrío impidió que su polola viniera ese día. Casi siempre está con ella. 

-Pero yo creo que César está en lo correcto: estamos en un segundo piso y es la sala del final - detalla Ferenc, sonriente y despreocupado. 

-¡Démosle, no más, entonces! - enfatiza Eloísa al darse cuenta que la discusión es algo inoficiosa y que moverse del sector de la sala al patio les comerá un tiempo precioso (el recreo no dura más de 15 minutos). 

-¿No hay moros en la costa? - pregunta César. 

-No - puntualiza Gianluca, tras asomar rápidamente la cara afuera y volverla. 

-Bueno, tenemos 10 minutos para nuestro favor - precisa Ferenc. 

-Lo único malo es que voy a quedar hedionda a cigarro. Me encanta este sweater - se queja Eloísa. 

-¿Y nosotros no vamos a quedar pasados a pucho? - responde César, risueño. Los otros ríen nerviosamente. 

-Pero, Eli ¿no me vas a decir que nunca has fumado uno en el recreo? - añade Gianluca. Ríen los otros dos muchachos más sonoramente. Eloísa ríe aunque un poco molesta. 

-No lo digo por eso. Lo digo porque la profe de matemáticas igual es vivita y se va a dar cuenta - retruca Eloísa. Los varones se ríen en forma más histriónica. César abraza a la muchacha, a fin de disminuir la mueca de fastidio, no muy evidente pero sí observable de ella. Lo hace con humor, Gianluca y Ferenc lo refrendan... Y se le quita la molestia a su compañera de curso, al menos en la cara. 

Tras las primeras caladas Eloísa manifiesta su admiración por César, tras exhalar aquel en forma maciza el humo del cigarro a través de su nariz. 

-¿Y puedes hacerlo por los ojos? - pregunta la chica, sonriente. 

-No... Pero al menos puedo jugar básquetbol con un pucho en la mano. ¿Qué te parece? - responde el aludido. Tanto Eli como los otros dos jóvenes se ríen con medido relajo. 

Quedan unos cinco minutos, tiempo suficiente al menos como para un cilindro compartido. César ofrece uno de los suyos desde la misma cajetilla "Liferoy", la más barata del mercado. 

-Insisto, chicos: vamos a quedar hediondos- insiste nerviosa Eli. 

-¡Yaaa!... ¿Y por qué no te echas perfume?. ¿Debes tener?. O le pides a alguna de tus amigas - responde con ironía César, antes que el resto arranque sonoras risotadas. La misma chica llama a la calma. 

-Sí tengo, pero me preocupan ustedes. ¿No van a querer echarse perfume de mujer? 

-Pero más notorio y desagradable es el sudor de los que juegan a la pelota. Algunas de tus amigas lo encuentran insoportable. Y con razón - subraya Ferenc. 

-Pero los profes, no. A ellos les da lo mismo - aclara Eloísa. 

-Traje un after shave. Recuerden que hoy nos toca al final educación física - pone de relieve Gianluca. 

-¡Anda a buscarlo, flaco!- ordena César. Acto seguido Eloísa va a buscar su perfume. Sólo faltan un par de minutos para que termine el recreo y... llegue la profesora de matemáticas. 

Tras echarse perfume en las partes donde el aroma a tabaco se impregna más: pecho, cara, mangas, manos, sólo se limitan a esperar. El resto de los compañeros y compañeras de curso del tercero A entran. Salvo el comportamiento de preocupación extrema de cuatro jóvenes, el resto de los muchachos entran y nada más hay que llame la atención. Sólo hay que esperar a la docente más temida de todo el profesorado del liceo, no sólo por ser de matemáticas sino por ser implacable a la hora de establecer ciertos académicos castigos. 

Pero la mujer, cercana a la cuarentena de edad y con una presencia mezcla rara entre alta oficial y femme fatal (algo así como la irresistible y sexualmente insaciable villana de ciertas películas) charla con unas colegas ya en plena superficie del segundo piso y a unos 30 metros de la sala donde hará clases... La conversación se prolonga y los cuatro jóvenes se "bañan" en perfume. 

-Mejor así porque en el peor de los casos creerá que algunos exageraron la nota al echarse demasiado perfume - reflexiona Eloísa. 

-Además estuvimos siempre en el segundo piso. Nadie se dio cuenta y ella no se dio cuenta - enfatiza César con plena seguridad. 

-¡Ya, muchachos!. ¡Entremos! - ordena Gianluca. La profesora se aproxima a la sala. Todos los jóvenes esperan sentados y ordenados...En silencio. 

-¡Buenos días! - saluda secamente la mujer, mientras entra a la sala. Su delantal blanco es inconfundible. Sus tacos también se hacen notar. Como de costumbre azota el libro de clase y, acto seguido, se mira las largas uñas pintadas de color rojo. 

-¡Buenos días, miss! - responde un coro tímido. 

-¿Tuvieron clase de educación física a primera hora? - pregunta la maestra. 

-No - precisan algunas tímidas voces. 

-Me llama la atención el aroma a perfume en exceso, cigarro y sudor - opina ella. Las caras de los alumnos son variadas: indiferentes, extrañados, algunos molestos y... cuatro de ellos, desencajados y nerviosos. No obstante, todos permanecen en silencio. 

-Que algunos jueguen fútbol me da igual -complementa la experimentada docente con la frente arrugada y mirar inquisidor. De pronto, tras eternos segundos de silencio, con esa misma mirada recorre los rostros de Eloísa Alkorta, César Dubovsky, Gianluca Hormazábal y Ferenc Mancilla. Los específicos aludidos se miran entre ellos, muy nerviosos y en silencio, pero si con las puras muecas dijeran "¿a qué se refiere, miss?".

-¿Qué me dicen, niños, de un par de colillas de cigarros que están justo debajo de una puerta? - detalla la maestra. 

Aunque los muchachos están separados, incluso con metros de distancia entre puesto y puesto, las risas nerviosas y las miradas cómplices entre ellos se suceden sin pausa. "¿Cómo se dio cuenta que fuimos nosotros?", "la vieja tiene un ojo", "nos habrá visto desde el primer piso", "¿cómo fue que no nos dimos cuenta?", piensan. Evidentemente la tensión sube y el resto mira muy callado. 

-Pero, profe, agradezca que con el olor de la colonia no se nota tanto - responde César, intervención que genera automáticamente muy sonoras y prolongadas carcajadas del resto del curso. "¡Esta fue la talla del año!", le comenta casi susurrando Rosamel Vitale a Ferenc, quien está sentado a su lado.

-¡Señores Dubovsky, Hormazábal y Mancilla, y señorita Alkorta!... ¡Me acompañarán a Inspectoría inmediatamente! - interviene furiosa la mujer. Los aludidos no tardan en pararse como resortes para acompañar a la docente a Inspectoría. ¿El resto?. Mira estupefacto y callado. 

-A la vuelta, les haré una prueba con seis ejercicios, llevará nota, valdrá el 50 por ciento del trimestre y les daré 15 minutos para hacerla. 

-¡Pero, profesora...! - trata Ballero de persuadir para que desista la dama, pero...

-¡Este es el precio de infringir la norma y de burlarse de mí! - interrumpe la aludida. Parece que Eloísa tenía razón.

¿A quién no le pasó alguna vez?.


Por Gonzalo Figueroa Cea

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