Y pudo ser Cachiyuyo

Militares (Foto de Pixabay)
A raíz del reciente estallido social, causado por las grandes contradicciones del país en los planos político y económico, y consistente en una profunda crisis social y política, Ferenc Mancilla recordó de golpe una situación que le tocó vivir 29 años atrás. Bastó con que el ministro del Interior pronunciara la palabra "reservistas" para que le gatillara una incómoda secuencia de hechos que, para fortuna de él, hoy sólo están alojados como archivos en el disco duro de su cerebro.

En 1990 Ferenc ya tenía 18 años de edad y le preocupaba el servicio militar... Pero para no hacerlo. Ante los sucesivos llamados por medios de comunicación: televisión, radio y diarios para que los muchachos que cumplían 18 ese año estuvieran alertas ante un eventual llamado, acudió un día a las oficinas de la entidad a cargo del tema, ubicadas en un casi escondido lugar de un centro comercial, igualmente algo escondido, de Las Condes.

Ferenc estaba poco entusiasta por esas fechas. Pese a que se sentía muy a gusto al escuchar música rock de diversos exponentes -principalmente The Police, Soda Stereo, Charly García, Genesis, Pink Floyd, Rush y Led Zeppelin- y deseaba que Colo Colo fuera bicampeón por primera vez en su historia, no tenía claro si debía estudiar periodismo, música o teatro, su promedio de notas apenas se empinaba sobre el cinco (un panorama muy diferente al de un par de años antes), la joven que le gustaba no le daba bola y, por si fuera poco, estaba muy desmotivado espiritualmente. Pero sí tenía muy claro una cosa: no debía hacer el servicio militar.

Cuando vio la lista casi se cayó de espalda: figuraba su nombre junto al de Gianluca Hormazábal, compañero del colegio. "¿Sabrá él también?", pensó automáticamente. Solidario, consideró que era relevante contarle a su amigo.

Y, de vuelta al colegio al día siguiente, le expuso su experiencia a sus amigos: Rosamel, Ballero, César, Gianluca, Guido y Francisca. Con Francisca había un vínculo muy especial: había hecho muy buenas migas con las dos hermanas menores de ella. Y ellas comprendieron lo sensible que estaba Ferenc respecto a la posibilidad de hacer el servicio militar. 

-¿Y cómo te lo vas a sacar? -le preguntó Rosamel, el compinche de siempre.

-No lo sé. Igual estoy sano -respondió Ferenc.

-¿A lo mejor por estudio te lo puedes sacar? -inquirió César.

-Debiese ser, porque además hago deportes. Eso me juega en contra, pero pretendo seguir estudiando antes de hacer el servicio militar. Quiero sacármelo con eso -retrucó el ultra estresado joven.

-Ésa es una buena razón -sostuvo Guido, el "James Dean" del curso (aunque menos irreverente que el malogrado genuino).

-¡Y así será!-respondió con seguridad  Ferenc.

Unos minutos después (estaban en pleno recreo), allí mismo: en un rincón del patio, apareció Gianluca. Ferenc aprovechó la ocasión de revelarle lo que el resto sabía y él no.

-Oye, la cara de funeral que tienen. ¿Ando con cara de perro? - dijo Gianluca, sonriente, irónico, con la soltura de quien nada tiene que perder.

-Viejo: tengo que informarte de algo que no te lo podía soplar en clases -enfatizó Ferenc.

-Je, je...No me digas que te gusta mi polola -responde Gianluca con la misma soltura de unos segundos antes y muy risueño.

-Gianluca: figuras en una lista de llamados a hacer el servicio militar. Tienes que presentarte la próxima semana en un regimiento de Peñalolén, igual que yo -respondió el habitualmente taciturno Ferenc.

El rictus de Gianluca automáticamente desfiguró la satisfacción de un segundo antes. Las comisuras de sus labios se vinieron guarda abajo.

-Me estai h...

-No compadre. ¿Crees que soy capaz de eso?- respondió Ferenc. El silencio era sepulcral. Al muchacho bonachón, fanático de Kiss, se le vino al suelo la distensión original.

Eso fue un día viernes. Se avecinaba el final de año. Se hacían los preparativos para una linda ceremonia de graduación de todos los cuartos medios del liceo en el teatro El Golf...Y los alumnos de esos siete cursos se preparaban para rendir la Prueba de Aptitud Académica. Era octubre, pero diciembre parecía que estuviera a la vuelta de la esquina. Las tensiones se acumulaban. Y llegó el lunes siguiente. Ferenc y Gianluca sabían que debían presentarse el martes en el aludido recinto militar.

-¿Estás preparado? -preguntó Gianluca. Los jóvenes aprovecharon un momento de relajo, a la salida del establecimiento educacional, para fumar.

-Me lo sacaré con un certificado de estudios y unas radiografías de hace algunos años -respondió Ferenc. 

-¿Y qué tienen las radiografías ?

-Tengo una sombra rara en un pulmón...Bueno, es del año 84. Pero soy asmático.

-¡Uh!, es un poco antigua. Pero tú corres, nadas, juegas a la pelota...Eres buen deportista. Eso te puede jugar en contra.

-Quizás. Pero también tengo el argumento de los estudios. ¿Y tú? -respondió Ferenc.

-Bueno...

-Tú eres buen deportista también...Y también estudias -dijo sonriente Ferenc.

-Pero tengo pie plano, escoliosis....

-¿Será suficiente? -consultó Ferenc.

-Yo creo que sí -respondió Gianluca.

Los dos muchachos estaban muy nerviosos, nada seguros. Las risas sólo distensionaron el ambiente y sólo deseaban sacarse a como dé lugar el servicio militar.

Y, al decir de un famoso reality televisivo, ¡había llegado el momento!. 

Ese martes de octubre (a siete meses de la vuelta formal a la democracia), Ferenc y Gianluca acudieron al regimiento de Peñalolén, una comuna que le traía gratos recuerdos al primero (ver "Dulce y juguetón paréntesis"). Eran las 8:30 de la mañana y había allí 100 hombres recientemente titulados de adultos (conforme a los parámetros de estas latitudes).

Hechos los trámites de rigor y la tensionante lata de cerca de cinco horas -exámenes médicos y revisión de papeles- llegó el momento clave: un sargento de bigotes, 1.80 de estatura, gordo y de ojos claros, tenía la misión de dar el veredicto definitivo. Tras los llamados de un subordinado, los muchachos salieron de la oficina donde habían permanecido largo rato y se dirigieron a la multicancha del ala norte del recinto. Fueron separados en dos grupos: junto a unos 50 -la mitad- del costado izquierdo quedaron Ferenc y Gianluca. Los jóvenes sonrieron nerviosamente. Sabían que pasara lo que pasara, iban a estar juntos en el mismo grupo. El destino podía ser Los Andes.

Pero, al más puro estilo de esos programas conducidos por Rafael Araneda, la incertidumbre se extendió y hasta una historia añadió. Un muchacho, pelilargo, algo más delgado que el promedio y menos aventajado físicamente que la mayoría, apareció a las 12:45 en el regimiento...Recién a esa hora. El joven tuvo un problema: aparentemente se quedó dormido, pero...bastó un llamado de atención del sargento para que el mozalbete supiera que su destino, al menos hasta octubre de 1992, estaba sellado.

-Dada su situación, deberá estar hoy a las 18 horas en un sector de Colina que le detallaremos enseguida. Tiene que llevar una mochila con ropa de cambio, pijama,  pasta y escobilla de dientes, y jabón. Lo va a recoger un bus que lo llevará en dirección a Los Andes.

Un "¡Uuhhh!" generalizado y espontáneo y de estupefacción pronunciaron los 100 jóvenes que estaban allí presentes. El muchacho tenía ganas de llorar, pero se fue cabeza gacha hasta la entrada del recinto...Seguramente para salir, ir a almorzar donde su madre y revelarle su destino...que iba a tener lugar sólo dentro de algunas horas. ¡Vaya saber uno que habrá pasado por esa mente, recién azotada por una realidad inexorable!.

No pasaron más de cinco minutos en aquella multicancha, algo acalorados todos sus protagonistas, cuando el corpulento hombre que lideraba la circunstancia dio el esperado veredicto. A punto de tomar la palabra el sujeto, tanto Ferenc como Gianluca sintieron esos segundos  como eternos, incluso al escuchar ya la primera exclamacion del militar... En sus cabezas sólo cabía dos conceptos: "hacer el servicio" o "seguir una vida común y corriente". 

-¡Los de la derechaaaa!...¡Esperan acá!...Y, ¡los de la izquierdaaaa!...Se van directo a la salida, ¡escorias!, ¡buenos para nada!...-obviamente el listado de adjetivos nada halagüeños del tipo no se quedó allí.

La algarabía de los izquierdistas ocasionales fue espontánea y total. Les importó un carajo los insultos del sargento. Fue señal de que estaban a salvo. Estaban felices. En la vereda opuesta estaban los otros jóvenes, Quizás algunos de ellos querían hacer el servicio, pero el resto, no; la mayoría estaban cabizbajos. Lamentable.

Ferenc y Gianluca volvieron aliviados a sus casas. Declarados hombres de paz y reacios a sacrificios nada agradables, al día siguiente comentaron la experiencia a sus amigos del colegio. Para Ferenc fue una carga mental menos. Para Gianluca, también, aunque con el simpático agregado que sus amigos le dedicaron a final de año en el anuario de 1990: "pudo tener la dura misión de cuidar el único teléfono público de Cachiyuyo (*), pero el destino, para su fortuna, quiso otra cosa".

Por Gonzalo Figueroa Cea

*En 1990 la localidad de la Región de Atacama, de algunos centenares de habitantes por entonces, se hizo conocida a nivel nacional al contar con su primer teléfono público.      

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