Exceso de confianza

Foto de Maurício Mascaro
Cada vez que se topa con amigos de tiempos del liceo, Ferenc Mancilla y ellos recuerdan a dos hermanos gemelos que causaban bastante gracia tanto a él como al resto de sus compañeros de curso. 

Los hermanos Torrejón: Romualdo y Renato, eran graciosos. ¿Qué será de ellos?. Romualdo no se caracterizaba por ser muy despierto, pero tendía a hacerse respetar y, cuando conquistar el corazón de una chiquilla era supuestamente una muestra de aquello, él se jactaba que tenía cierta facilidad para eso. 

Renato, en cambio, se caracterizaba por ser más despierto, pero el éxito en el ámbito de las conquistas no era lo suyo. Sí era más chistoso que Romualdo. Ferenc se acuerda, en específico, de una historia sobre ellos muy puntual, ocurrida en la última semana de marzo de 1987.

A la espera del inicio de la primera fiesta del año en el liceo, Ferenc llega a las proximidades del gimnasio del establecimiento educacional cerca de las 8 y medía del atardecer anochecido de aquel sábado de un naciente otoño. Adentro, en la infraestructura destinada al deporte, están en plena prueba de sonido y, afuera, el tiempo hay que matarlo de alguna manera.

Se pone a conversar con unos amigos hasta que aparece Alma, la muchacha de sus sueños. Apenas se conocen pero hay muy buena onda entre ella y él, lo que ya es harto decir en una época de... ciertos despertares, sobre todo cuando uno/a no cuenta con más de 14 ó 15 años de edad. 

Una vez que se escuchan los primeros segundos de un tema de Soda Stereo, los/as jóvenes apostados en el acceso del coliseo pagan su entrada e ingresan. Evidentemente les marcan la mano con un timbre para que después puedan salir libremente del gimnasio a fin de ir al baño, refrescarse y volver. Tras ingresar no tardan en copar la multicancha las primeras parejas, quienes se ponen a bailar. Romualdo, uno de los amigos de Ferenc, desafía a éste. 

-Vamos a sacar a bailar a las minas. Bailaré con unas ocho está noche - proyecta, muy canchero, Romualdo. 

-OK - responde, serio, Ferenc. En cambio, Renato, el hermano de Romualdo, se ríe.

Sólo bastaron algunos segundos para que Romualdo lograra seducir a una joven para bailar. La pista ya está más nutrida de gente. Ferenc se acerca a Alma con la clara intención de pedirle amablemente "¿bailemos?". Y así fue...en lo que concierne al intento. 

-Lo siento Ferenc, pero... ahora no - responde la mujer de sus sueños. Un espeso aire frío y un agregado de malestar espiritual invade a Ferenc. Alma prefirió seguir la conversación con una amiga y, después, no le dio más bola a su compañero de clases. El muchacho da una nueva vuelta por la multicancha, que ya está copada mientras se escucha "Boys don't cry" de The Cure. 

Después de dar un par de vueltas por la pista, el joven se topa con otra muchacha, menos agraciada que la trigueña Alma, pero más sonriente. Mientras toma un refresco, Ferenc la invita, a lo que ella accede. 

-¿Cómo te llamas? 

-Rosario. ¿Y tú? 

-Ferenc.

Tras algunos intercambios de palabras, lo suficientemente básicas  y nada profundas para augurar una posterior monotonía ("¿en cuál curso vas?", "¿conoces a fulano?", "¿eres compañero de zutana?" y otras preguntas por el estilo con respuestas provistas de más sujetos que predicados) y un par de temas bailados más, la muchacha se aburre, le dice amablemente al joven "no quiero seguir, gracias" y se junta con una amiga. 

Ferenc va al baño, acude luego al casino del recinto a tomar un refresco y comer un completo, conversa con un amigo y regresa al gimnasio. El ritual se repite: la secuencia de temas que se suceden al oído son éxitos de Bon Jovi, Europe, Virus, U2, Los Prisioneros y Nadie; y... se da cuenta que ha pasado una hora desde su último baile y ha dado cinco vueltas sin animar la voluntad de joven alguna para ir a la pista. Pero él tampoco pone mucho de su parte. Para darle más condimento a su desánimo ve que Alma engancha con un muchacho ante el cual a ella parecen brillarle lo ojos cuando él habla. 

-¿Y cómo vai, Feri? - le pregunta en tono burlesco Romualdo. 

-Bailé con una niña - responde Ferenc muy serio, como vaticinando que será objeto de burlas por parte de su amigo.

-¿Con una?. ¡Ja!. ¡Con unaaa!... ¡Yo ya llevo cuatro! - enfatiza Romualdo, quien complementa con una risotada sonora que contagia a un par de muchachos que también estaban allí. Ferenc se ríe incómodo y nervioso, pero evita seguirles la corriente. 

En todo caso después Romu (cómo le llaman sus amigos del liceo) le palmotea la espalda y le confiesa al oído: "no te sientas mal: mi hermano ni se ha acercado a una mina pa' sacarla a bailar". En su fuero interno a Ferenc le molesta la comparación con Renato, porque éste es un muchacho muy retraído y como que vive su propio mundo. 

Pasa una hora y media. Se produce como cierta repetición de esquemas salvo por un detalle: Ferenc se anima a preguntarle a una chiquilla si quiere bailar. Ella accede y, luego se suma otra y otra más...Romualdo ya lleva ocho, según lo que le cuenta Renato. 

Cuando la fiesta está agonizante y los jóvenes del centro de alumnos deben entregar el recinto al administrador, los muchachos se vuelven a juntar. Y aprovechan de hacer estadísticas: "yo bailé tres veces con tres niñas distintas", dice uno. "Yo con cinco", replica otro. "Yo con siete", complementa el restante. Como se aprecia, la conversación tiene un tono aritmético y, dado su inocente matiz lúdico, más propio de escolares de quinto básico que de hombres en formación y que ya están en primero medio. 

Salidos del recinto, el grupo se encuentra con un par de amigos que vienen desde otra dirección. Al ver a Romualdo, uno de ellos la formula una pregunta muy básica.

-¿En qué movimientos andas ahora, Romu? -le pregunta.

-Me metí a una academia de karate.

-Sí...¿Y cómo se llama? -le preguntó el otro amigo.

Romualdo pronuncia unas palabras muy extrañas: "Guan Chus Kein Yim Kam Ying..." (supuestamente chino) y los muchachos le piden que haga una demostración de lo que ha aprendido. 

-Lanza una patada alta.

-¿Hasta qué altura? -responde con seguridad el Romu.

-Trata e llegar hasta acá -el joven le indica con la mano extendida en posición horizontal una altura más o menos asociada a la estatura promedio de los varones de la edad: 1.70. 

Es tal el ímpetu que Romualdo le pone al desafío que hasta sobreactúa con sus propias fuerzas. El resultado es un sonoro costalazo en el cual, para fortuna de él, cae de espalda en el pasto sin azotarse la cabeza, pero a la vez sin evitar la risotada de aquellos amigos que le pidieron la "exhibición de arte marcial", quienes se alejan del lugar prolongando la risa del numerito de Romualdo. "¡Bacán tu academia!", se burlan. Entre quienes siguen acompañando al adolorido, Ferenc acude en su ayuda para que se logre levantar.

-Me imagino que lo tu "academia" no es verdad - se limita a decir Ferenc, un tanto molesto, a Romu.

-No -responde aquél todavía con ciertos signos de dolor.

-Lo supuse. Quisiste hacerte el choro - enfatiza otro de los amigos.

-¿Puedes caminar bien? -consulta Ferenc.

-Sí.

Toda esa actitud canchera que había mostrado un rato antes en la fiesta del gimnasio, se diluyó. Como que el acto fallido en la demostración de sus "destrezas de karate"  afectó a Romualdo en su espíritu. De hecho en el camino de vuelta a sus respectivas casas, no hubo demasiadas palabras entre los amigos salvo las típicas "chau", "descansa","que te vaya bien" y "nos vemos el lunes". Quizás las naturales preocupaciones de sus mayores, esperando la vuelta en cada vivienda, influyeron en aquellas actitudes un tanto frías de los muchachos. 

Como la residencia de Ferenc es la última del trayecto y la de Romualdo la penúltima, el joven que sacó a bailar a cuatro muchachas fue el último que tuvo el "privilegio" de despedir a quien bailó con ocho y luego se sacó la cresta...Por cierto, las frases de despedida fueron breves. 

-¡Cuídate! -dice Ferenc tras el abrazo de rigor.

-Pero lo que ocurrió hace poco no se lo cuentes a nadie -responde, preocupado, Romu. 

-Ok.

Se despiden, Romualdo gira la llave en la puerta de forma sigilosa, entra y...segundos después y a una cuadra de distancia siente que alguien no puede evitar un ataque de risa.   

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