Cuando medio kilo de papas significa mucho

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EN TERCERA CLASE
Por trámites particulares ineludibles interrumpimos con mi mujer nuestras vacaciones por un día. Es un martes de cielos despejados de un enero agonizante. ¿Las pequeñas?. A cargo de mi madre adoptiva (no me gusta la palabra "suegra": suena fría) están en custodia circunstancial en la residencia circunstancial (valga la redundancia) de nuestro descanso estival, con hermosa vista al mar en pleno litoral (valga el arjonismo).

A bordo de un Chevrolet Yaris del 2001 regresamos a Santiago cerca de las 10 AM. Tras algunos minutos en nuestro hogar y luego de dejarles comida y agua suficientes para un lapso de varios días a nuestros gatos, saco algunos dividís de películas y recitales, y unas papas para llevarme a la playa.

Tras dejar a mi esposa cerca de la estación del Metro Cerrillos, a la altura de Pedro Aguirre Cerda con Departamental, sigo por Las Rejas hasta casi empalmar con la Alameda (cumplida la misión, la idea es después juntarnos y volver a la playa en el vehículo). Allí, mientras el semáforo nos indica la detención a los conductores, un tipo de unos 50 años de edad, de pelo cano, de 1.80 de estatura, corpulento pero con una camisa escocesa y unos jeans algo sobreutilizados, y quien apenas se sostenía con una muleta, aprovecha el tiempo muerto para acercarse a cada automovilista, mostrarles un documento y relatarles algún testimonio... Evidentemente pedirles plata.

Y obviamente se me acerca. No pretendo entrar al detalle acerca de la conversación inicial. Lo relevante es que el tipo está jodido. Por decirlo de una manera muy simple, el sistema de protección social ya no le brinda el beneficio deseado para subsistir, no puede volver a su trabajo y, evidentemente, no tiene dinero. "Nadie se va a exponer a un calor casi demoníaco para hacer eso por gusto", pensé.

-Sabe, amigo, a raíz de mi problema, no tengo nada pa' comer... Y tengo familia - me explica, mientras estira la mano.

La conmoción me invade. Quedo sin habla y sólo me limito a mirar las papas que llevo en una bolsa del asiento trasero. Son algo más de medio kilo. Ando sin monedas ni billetes, el dinero plástico la lleva hoy, y no lo pienso dos veces: decido regalarle las papas. Así de simple.

-Tome. Es lo único que puedo ofrecerle.

-¡Gracias, amigo! Es de gran ayuda - me responde el hombre, quien sonríe pero con los ojos llorosos. ¿Yo? Lloro un poco pero más por dentro que por fuera.

Da la luz verde y le deseo suerte. Cruzo la Alameda, inicio la marcha por avenida Las Rejas Sur (cuyo nombre cambia por el de María Rozas Velásquez, en recuerdo de la dirigenta de los profesores y de la ANEF) y reflexiono en forma conclusiva: para mí la revisión técnica es sólo una "piedra en el zapato" que debo resolver. Para él, el día a día es un desafío diario de alto calibre (por decirlo de una manera suave)...Que no lo sea por mucho tiempo más. 

Al menos el obsequio del medio kilo de papas es un pequeño grano de arena en la mejora de una situación familiar. 

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