Reacciones preliminares en estado de catástrofe

Sánguche (fotografía de Erin Wang)
EN TERCERA CLASE
Por Gonzalo Figueroa Cea 

Ya está decretado el estado de catástrofe por el Covid-19, ha pasado el mediodía, decido ir a comprar mi colación fuera del edificio y regresar para almorzar en la oficina. Finalizada aquella necesidad vital mi idea es concretar la mayor cantidad de tareas pendientes antes de terminar la jornada. La idea del teletrabajo es inminente. 

Acudo a un negocio mezcla de pastelería, panadería y, en general, comida rápida reducida para llevar, el que está a la vuelta. Las tres mujeres que trabajan allí están con mascarillas y, la que entrega los productos, con guantes. Ella es la que me atiende de inmediato. Es veinteañera y tiene acento venezolano. 

-¿Qué se le ofrece, señor?

-Deme, por favor, una empanada de pino caliente y una bebida light para llevar.

Hasta ahí nada es muy trascendente: preciso el detalle del bebestible, me pasa el vale para pagar en la caja y, como no hay fila, acudo directo hacia allí. Y allí, detrás de la respectiva casetita, están las otras dos muchachas dependientes del negocio, una de las cuales es la cajera. Inevitablemente me transformó en testigo, siendo partícipe al menos auditivo, de una conversación entre ambas algo más trascendente que todo lo ocurrido antes. 

-Y tenemos que venir igual - dice la cajera. 

-Hay que hacerlo, no más - responde su compañera. 

-Tiene que haber transporte. 

-Debiese. No han entregado más información. 

-Y supongo que haremos turnos éticos. 

-Por supuesto, no creo que trabajemos todas el mismo día y a las mismas horas. 

Pagadas la empanada y la bebida, las retiro agradeciendo y, acto seguido, deseando buena suerte a la gente del local. Me voy reflexivo. 

Almuerzo similar, conversación impactante 

En el transcurso de la mañana del jueves, tras el análisis de rigor de las jefaturas respectivas, la materialización de la idea de teletrabajo para todo el personal se avecina. Sólo falta ultimar detalles técnicos.

Tras la autorización para trabajar desde mi casa, me voy de la oficina y antes de tomar el transporte de regreso a mi hogar, decido almorzar en una sanguchería al aire libre, que funciona en la avenida principal en un sector de locales del rubro y otros de artesanía. Me atiende una dama, de unos 40 años de edad, quien está en la caja, mientras la mujer que prepara los sánguches, de unos 60, está en la zona de cocina del pequeño negocio. Ambas, al igual que las del referido negocio cercano, están con las protecciones de rigor. 

-¿Qué se le ofrece, señor?

-Deme la oferta del chacarero con una bebida light.

Detallada la marca de la bebida, me invita a tomar asiento en el sector de las sillas y las mesitas redondas metálicas, limpia una superficie y me siento. La mujer que prepara el sánguche me dirige la palabra: "¿lo quiere con todos los ingredientes, incluyendo picante?". Me limitó a responderle "sí, gracias".

Hasta allí nada fuera de lo corriente ocurre hasta que se produce una peculiar conversación entre ambas mujeres.

-Ella quiere que siga atendiendo. Pero ella sabe que soy del grupo de riesgo - comenta la mayor.

-Sí, pero ella casi nunca viene y como que no le importa tu salud - responde su compañera de trabajo. 

-Le da lo mismo. Y tú sabes que sólo le importa que el local esté abierto.

-Y es de mínimo sentido común que te vayas para tu casa.

-Y se lo he dicho en todos los tonos -se queja la manipuladora de alimentos. 

Comido mi sánguche y tomada mi bebida, pago y me retiro con una amable despedida y el deseo de mejor suerte para ambas. La retribución es igualmente bondadosa...Me voy reflexivo. 

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