El tano

Dulces Chile (foto sitio Marca Chile)
Por Gonzalo Figueroa Cea

Raimundo Montuori nació en Italia, pero no es Luca Prodan, ni Leonardo Da Vinci, ni Fellini o algún tano que se haya hecho millonario con el fútbol o con alguna empresa gastronómica, sino que un hombre y padre de familia "muy de clase media y desde siempre", como lo define su vecino y amigo Pedro, un chileno muy chileno. 

Y Pedro lo sabe muy bien porque, precisamente, las habilidades de Raimundo tienen que ver con la venta denominada en buen chileno "almacén de barrio", aunque lo suyo es un quiosco...O lo era antes de la pandemia. Con su maciza complexión, distribuida en un 1,85 de altura y 43 años de edad que demuestran sobriedad pero a la vez vigor, antes de la pandemia cargaba día a día, cerca de las 7:30 de la mañana, cajas de abarrotes desde su hogar hasta el quiosco del lado del colegio, ubicado a algunas cuadras de distancia.
 
Es cierto que su camioneta le facilitaba la tarea, pero una vez llegado al estacionamiento del colegio y del quiosco del lado del recinto, su fortaleza era clave para llevar los pesados bultos desde el vehículo y distruibuirlos oportunamente en la pequeña infraestructura, de tal manera que cuando los niños y los muchachos se aproximaban al establecimiento, el tano ya estaba en condiciones de vender. Así fue hasta fines de marzo, cuando las autoridades determinaron la alerta sanitaria.

A partir de ellí no se vio a los profesores y los alumnos, pero tampoco se vio a Raimundo Montuori desde esa última mañana. Evidentemente pocos lo notaron, entre ellos don Juanito, el cuidador del colegio, a quien siempre le llamaba la atención la presencia del amable señor de chaqueta negra y corpulento, que trasladaba las cajas de bebidas y de comestibles dulces y salados desde su camioneta, que estacionaba todas las mañanas, a las 7:40 AM, en el sector destinado al descanso de los vehículos visitantes del colegio. "¿Qué será del tano?" se ha preguntado y se sigue preguntando muchas veces don Juanito en estas fechas.

No es que Raimundo Montuori no vaya volver al mismo quiosco, que hoy por obvias razones permanece cerrado. Él esta bien, pero producto de la pandemia tuvo que reinventarse, aunque mínimamente. En su casa, muy de clase media, al decir de su amigo y vecino Pedro, se siente bien y goza de buena salud con sus dos hijos -la parejita- y su mujer, quien hace unos exquisitos queques y pastelitos caseros, que son la delicia del resto de los vecinos. 

En efecto, en su casa, muy de clase media, montó con sus propias y fuertes manos una especie de mini negocio de material ligero, al que le puso "dolce e salato", donde vende casi lo mismo que ofrecía en el quiosco del colegio, con el agregado de productos para el desayuno, el almuerzo y la once. La costumbre de usar la camioneta todos los dias no la ha perdido. Aunque el lugar de trabajo es distinto al del quiosco y la hora de salida es un poco más tarde de lo que acostumbraba, el objetivo es el mismo: comprar lo que venderá.   

Esta historia continuará... 
 


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