Resistiremos

Luna en la noche (foto de 
Shutterstock sacada de sitio Colombia.com)
Por Gonzalo Figueroa Cea

El recuento del día es tan humano que, salvo que la jornada vivida haya sido visitada por la insipidez de la monotonía o los esquemas reiterados, los recuerdos se agolpan inevitablemente en la agonía. Y para Raimundo Montuori, el “tano”, no sólo era costumbre por su condición de comerciante, sino porque solía preguntarles a su mujer y a sus hijos, a la hora de la once estilo cena, cómo habían vivido el día. 

La costumbre es parte de su esfuerzo por ser un padre y marido cariñoso, preocupado y presente, tal como lo fue el suyo con su madre, él y sus hermanos en Sicilia, muchos años antes de venirse para Chile. Pero su preocupación mayor no es ésa en este momento, porque sabe que la saludable costumbre es sólo para mantener vivos los lazos afectivos genuinos con su mujer e hijos. Se siente orgulloso de ellos.

Sin embargo los temas preocupantes de ese día son otros. Su hijo de 12 años de edad y su hija de 10 lo detectan pero prefieren concentrar sus energías, pasadas las tareas escolares, en Internet, la lectura, Disney por Netflix u otros pasatiempos. “Papá y mamá conversarán”, le dice el uno a la otra. 

Su mujer, Tania, como siempre: pendiente de él en todo momento, detecta con bastante facilidad esas inquietudes, pero a la vez, finalizado el lavado de platos y guardadas la mantequilla, la mermelada y el queso, se aproxima a conversar con él. Al principio, unos quince minutos, no hay una conversación profunda, sólo caricias y después otras expresiones de cariño, algunas superfluas y las restantes un poco más audaces. Los niños están despiertos y ven televisión en sus respectivos dormitorios.  

-Tendremos que esperar –afirma Tania.

-Pero no creo que pueda…Disculpa, estoy muy cansado –responde con serena resignación Raimundo.

-Te dejó atravesado lo del datófono -enfatiza ella.

-Sí, me descompuso un poco -reconoce él. Alude al instante en que el artefacto, con que se valida una compra, no funcionó, lo que inquieto a los clientes que estaban esperando que él y su mujer atendieran más oportunamente, y molestó especialmente a Raimundo. Ya habían pasado cuatro horas de aquel incidente. Ya son cerca de las 10 de la noche. 

-Pero no fue más de un minuto. La máquina es nueva, es buena, pero …tiene sus cosas. Además, ellos después se fueron con sus compras hechas y satisfechos –responde Tania. El “tano” asiente.

-Creo que el tema de fondo es más profundo –señala el “tano”, hundido cómodamente en su bergere favorito.

-Sí, ¿cuál? –pregunta extrañada Tania, sentada a un costado del bergere y apoyando una mano en un respaldo y la otra en el pecho de su marido.

-No me siento bien. El negocio funciona lo necesario para no generar deudas, pero con bastante menos ingresos que antes y no podemos ahorrar mucho…-responde con resignación.

-Lo entiendo …-retruca, con amable y afectuosa sonrisa, Tania.

-Primero fue el estallido, después la pandemia…Entiendo que haya que cuidar la salud de la gente, pero veo que las cosas avanzan tan lentamente…

-¿Te refieres al 10% de las AFP y los bonos? –pregunta la mujer.

-Eso y mucho más – responde Raimundo.

-Bueno, pero resistiremos –subraya ella, mientras frota una mano en la espalda de él.

-Sííí, pero mientras tanto y, ahora mismo, ¡a descansar! –complementa él con seguridad.

No pasan más de cinco minutos, el ritual que involucra lavado de dientes, cambio de vestimenta y algo parecido a una mezcla de mindfulness con meditación budista o una sencilla meditación cristiana, bastan para dar a entender que mañana será otro día. 


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