Bolita de acero

Bola de acero
(sitio http://www.ferresuin.net/)
Por Gonzalo Figueroa Cea

No se trata de la pandemia, ni de su mujer, ni de sus dos pequeñas hijas: ellas están bien y él también. Se trata de ecos del pasado. Un sábado muy matinal, tendido en su cama, Ferenc Mancilla recuerda una mañana en su casa de infancia. Calcula que allí no tiene más de cinco años de edad, que comparte el dormitorio con sus hermanos, quienes tampoco son demasiado grandes: uno de 13 y el otro de 10. El casi virgen discernimiento de lo bueno y de lo malo de ese Ferenc no le permiten a aquel saber detalles de la dictadura en Chile y, menos, otras de países cercanos: es muy pequeño. Es 1976, Kiss lanzó "Destroyer" y había destronado a Led Zeppelin entre los grupos de rock más famosos del mundo, pero eso da muy lo mismo comparado con lo que le sucede a Ferenc.

Es una mañana como la mayoría, pero los hermanos mayores están de vacaciones de invierno. Ferenc había dormido, como es habitual, en una cuna metálica un poco más pequeña en ancho y largo que el camarote que compone las camas de sus consanguíneos. Todos despertaron recién.

-¿Salió el Sol? -pregunta el pequeño.

-No sé, ¡anda a ver si está por ahí, pueh! -responde el hermano de 10, Ramón, con un resto de sueño y algo fastidiado.

-¡Y voh, levántate, también! -retruca el de 13, Bastián.
 
-Parece que la abuela ya tiene listo el desayuno. ¡Anda a ver, Ferenc! -ordena Ramón.

-¿Y por qué no vai, voh! -responde desafiante, aunque risueño, Bastián.
 
-Bueno -responde Ramón. 

Bastián se afirma en uno de los maderos horizontales largos del camarote para saltar audazmente desde su cama, ubicada en la parte superior del mueble, a la de abajo, donde se encontraba su morador: Ramón. Forcejean y, al más puro estilo de algunas películas o series policiales gringas, Bastián hace el gesto técnico de querer ahogar a Ramón con su almohada. Es una de las tantas bromas habituales. En el salto aludido Bastián tuvo el cuidado de evitar la desafortunada acción que le significó, algunos años antes, la rotura de parte de su dentadura al caer de boca, luego de lanzarse de un sillón del living. 

Finalizadas las niñerías, Ramón se aproxima a la puerta y siente el aroma a pan tostado y el que expele el vapor del café con leche calentito, los que provienen de la cocina, a algunos metros de distancia. Una sonrisa se le dibuja en su rostro y le comunica la buena nueva a sus hermanos. Justo en ese momento, la abuela materna, Rosita, los llama para que vengan a tomar desayuno al comedor. La abuela no es exigente en cuanto a reglas: los chicos van regularmente en pijama, pero a veces vestidos con la ropa elegida para el día posteriormente a la ducha de rigor. Pero lo importante es que estén en el comedor. 

Ese día no es la excepción en materia de esos rituales, como tampoco lo es para Salomé, la hermana mayor, quien ya tiene 14 años y escucha Peter Frampton. Claramente sus intereses tienen perfil de adulteces para Bastián, Ramón y, sobre todo, para Ferenc. Pero lo más importante es que están de vacaciones de invierno, que es casi lo mismo que estar en verano o que sea sábado, domingo o feriado. Son cerca de las 10 de la mañana. Sólo los adultos tienen obligaciones.

Antes de llegar al comedor, con esa curiosidad tan característica de los niños más pequeños, Ferenc agarra una bolita de acero y, de tanto jugar: tocarla, lanzarla de un lado a otro y pasarle la lengua, accidentalmente se le introduce en la boca. Es tal su urgimiento que cree que se va a morir. Una vez vestido, se aproxima al comedor para tomar su desayuno. Basta con que sus hermanos y su abuelita lo vean con cara de preocupación extrema, para preguntarle qué le ocurre al pequeño.

-¿Qué te pasa Ferenc? -pregunta Bastián

-Me tragué una bolita de acero.
  
Obviamente las risotadas de sus hermanos no se hicieron esperar. El palanqueo no tuvo compasión, como si la tuvo su abuelita, quien los reconvino y consoló a Ferenc. No obstante, para tranquilidad de él, la solución fue unánimemente referida por todos.

-Bueno, ya sabes por dónde saldrá la bolita -enfatiza Ramón, antes que las risas prolongaran su notoriedad en el comedor.

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