Casi pan de cada día

Fotografía sitio Cepyme News
Por Gonzalo Figueroa Cea

No es agradable lo que le ocurre a Raimundo Montuori en el mayorista. Por ahí se produjo una situación chistosa con un dependiente del supermercado, pero no fue suficiente para cambiar su rictus funebrero por una sonrisa genuina. Que la tarjeta de débito no funcione es incómodo para cualquiera y, darse cuenta de eso cuando estás a punto de pagar, peor todavía. Y así le ocurrió a él. 

Lamentablemente, a pesar de las alternativas de uso de dinero propias de la modernidad, Raimundo no usa cheques y no tiene activada la clave de su exclusiva tarjeta de crédito. Por si fuera poco, por el desperfecto de su tarjeta de débito, no puede sacar plata. 

Pero no todo es lamentar en el reino terrenal y, afortunadamente, por ser cliente habitual de aquel supermercado destinado a los comerciantes, le cuidarán su mercadería impaga hasta que solucioné el inconveniente en la sucursal más cercana de su banco. 

-Tendré que llamar a Tania para que se haga cargo del negocio y funcionar con lo poco que tenemos- reflexiona en voz alta Montuori, a quien sus vecinos, amigos y clientes regalones le llaman cariñosamente el tano. 

Aunque la mañana ha avanzado, es la hora del desayuno para varios vecinos y algunos suelen llegar a comprar al almacén casero que tienen Raimundo y su mujer antes que formalmente abran la jornada. Sin embargo, no hay suficiente todavía: faltan más tarros de café, cajas de té, trozos de queso y jamón, unidades de mermelada y paté de jamón, mascarillas desechables y frascos de alcohol gel, por ejemplo. 

-Menos mal que hay pan porque nos levantamos temprano a preparar. Y menos mal que los niños duermen a esa hora. Si estuvieran despiertos nos distraeríamos mucho y hacer pan requiere de concentración –reflexiona antes de volver al auto y partir al banco para solucionar lo de la tarjeta. Espera que la reposición en el banco no tarde demasiado. 

Pero al llegar, una escueta explicación de un empleado que está a un costado de la fila de cliente, basta para que rictus de Montuori agarre una forma más funebrera todavía. 

-¡Pero cómo es posible!, ¿y mientras tanto con qué compro? Yo no trabajo con monedas. ¿Quién trabaja con monedas a estas alturas? -se queja el tano. Estaba fuera de sí. El guardia trata de calmarlo junto con una ejecutiva, pero empieza a aletear apenas lo tocan, forcejea mientras tratan de agarrarlo para que baje las revoluciones y reitera su malestar a los gritos. Es un escándalo: la gente mira, hay tensión y manifestaciones de molestia, susto e incertidumbre. Dos varones atléticos y una dama corpulenta, que estaban en la fila, ayudan a calmar a Raimundo, quien con su metro 85 y sus más de 100 kilos de humanidad no es alguien fácil de domar.

-Por favor, señor, tranquilícese. Procuraré resolver lo de su tarjeta pronto -le dice la ejecutiva. 

-Pero, ¿cómo?. Es lunes y me dicen que espere hasta el miércoles. ¡Es imposible! Tengo una clientela que atender –le responde Montuori, con jadeos propios del cansancio, aunque ya más sereno. 

-Señor: comprendemos la situación. Le garantizo que resolveremos este tema a la brevedad. Confíe en nosotros. Por algo nos dicen que somos el banco de todos los chilenos - responde la ejecutiva al tano. Montuori sonríe, mientras una secretaria llega con un vaso de agua para que el hombre se refresque y calme algo más.

-Ok -responde Raimundo , quien está con el rostro algo enrojecido y la voz desgastada. Da la impresión que se fuera a salir de sí mismo. Como dato curioso, no sólo él, sino que varias personas más contravienen las normas de higiene a la que la pandemia reinante ha obligado: se sacan su mascarilla y la dejan a la altura del cuello. Aparentemente las dificultades de respiración no son exclusividad de unos pocos. Los guardias están vigilantes allí mismo, por si acaso fuese a ocurrir alguna situación que ya se escape abiertamente de control. 

Han pasado 45 minutos desde que comenzó la espera a la solución y dos horas desde que el tano llegó al banco. Está sentado: lee unos mensajes de Whatsapp desde su celular. Tania, su mujer, aclara que, pese a la falta de algunos productos muy solicitados, el negocio ha funcionado bien. Está aburrido pero tiene la corazonada, por cierta distensión energética del ambiente, que habrá una solución y tendrá una nueva tarjeta, además habilitada para ser usada de inmediato.

De pronto aparece la misma ejecutiva que ayudó a tranquilizarlo y lo invita a su pequeña oficina.

-Señor Montuori: aquí tengo su tarjeta, que puede habilitar en cualquier cajero automático dentro de las próximas 48 horas. Dentro del sobrecito sellado está la clave actual y las instrucciones para que, por la seguridad de su tarjeta …y la suya, cambié su clave. 

La escena siguiente fue digna de película de Alex de la Iglesia: el tipo llora de la emoción casi al borde la caricatura, la mujer se conmueve y le pasa un pañuelo, él le agradece tanto el gesto como la gestión principal, y ella le responde dulcemente, con sonrisa algo postiza, que para eso están porque son el banco de todos los chilenos.

-Ruego que me disculpe por el exabrupto de un rato atrás. No soy yo cuando me enojo. Me desesperé mucho. ¡Discúlpeme! –expresa Raimundo en forma épica: con la cabeza ladeada, la cara resignada pero agradecida y moviendo los hombros.

-No se preocupe, señor Montuori. Es parte de nuestro trabajo y no creo que lo suyo haya sido tan, tan terrible. Después de dos asaltos en menos de una semana, clientes que presentan antecedentes falsos para pedir créditos y algún chantita que viene a pedirnos algo a nombre de una autoridad, lo suyo es …es…casi pan de cada día.


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