Actitud

Copa de vino (PhotoMIX LTd., de Pexels

Por Gonzalo Figueroa Cea

Robin llega a la inauguración de la muestra de Roger. Le atrae la energía que transmiten los artistas: está por terminar periodismo y desea ser crítico en ese ámbito. Roger, a su vez, está próximo a recibirse en la carrera que lo lleva hoy a ser parte de una exposición colectiva de su universidad.

Quedan algunos minutos para el momento crucial: la inauguración de la Pinacoteca del Arte Joven -nombre que figura en la colorida invitación que portaba Robin-, ya hay una cuarentena de personas en el hall de acceso del museo y sigue llegando gente, pero él está sólo en un sector. Roger está afinando detalles junto a los organizadores y el resto de los/as artistas cuyas obras ya están expuestas en la amplia sala posterior, la Picasso.

De pronto Robin levanta la vista y su mirada se detiene: llega Susana, una ex compañera de colegio de él y de Roger. Sus calzas azules y una polera amarilla, nada a tono con las circunstancias, lucen muy bien en su menuda y hermosa figura que deslumbra todavía más con su pelo rojizo y sus ojos claros. Afloran los recuerdos del liceo y una bonita amistad que pudo haber terminado en pololeo. Eso lo marcó negativamente y él lo atribuye a su timidez. Pero han pasado cinco años desde la última vez que ambos se vieron y hoy siente que es un hombre más resuelto.

En efecto se acerca a la muchacha pero se le adelanta un tipo alto y delgado, con aspecto de gerente de multinacional pero sin corbata, y sin mediar saludo alguno conversa con ella. La mueca de incomodidad de Robin la disimula mirando su celular. “¿Y quién será ese gallo?”, se pregunta. Incluso llega a dudar si él está con la ropa apropiada: viste camisa lila, pantalón negro y mocasines. “Pero, por favor, ya tengo 22 años. No puedo andar fijándome en pendejadas. No soy menos que otros hombres”, reflexiona. Y vuelve a aproximarse.

Susana se ríe a carcajadas. El tipo que se le acercó gesticula harto y también se ríe. Robin decide detenerse en su aproximación hacia ella. Se disgusta más, aprieta los labios, agacha la cabeza y vuelva a escenificar su pseudo interés en leer lo que aparece en la pantalla de su celular. Afloran en él recuerdos de tiempos del colegio: estuvo muy enamorado de ella. Hubo mucha complicidad entre ambos, pero su falta de determinación ante lo que era evidente entre él y Susana fue siempre reprochado por sus amigos.

Y se acercó otro tipo a ella: uno con pinta de rugbista alemán, que logra verse más canchero y más corpulento con su camisa blanca. El individuo también conversa y, al igual que el otro varón, concentra su mirada en la joven. No tardan en reírse bastante más sonoramente que un rato atrás. Y prosiguen con más entusiasmo. Pero la incomodidad no amilana a Robin. “¿De dónde salieron estos tipos?”, añade a su reflexión. El histrionismo de los tres llama la atención de los asistentes, aunque prevalece el relajo para todos, salvo para Robin.

Saber hacer

Tras algunos minutos de fastidio, llega el momento esperado: la invitación de los organizadores a la sala Picasso, referencias acerca de la importancia de la muestra y el talento de sus creadores, los aplausos de rigor y otra invitación, esta vez a un cóctel: copas de pisco sour, vino blanco y tinto, toda clase de quesos y mini empanadas, entre otras exquisiteces, son parte de la degustación.

Tras haber probado el primer sorbo de pisco sour, Robin va decidido a conversar con Susana. Es el momento preciso: el amigo en común y una de las “estrellas de la jornada”, Roger, es requerido por la prensa y deberá esperar las felicitaciones del resto…Pero surge otra situación que molesta a Robin: un tipo rubio, del estilo de cualquier conductor ancla de un noticiario de televisión, se aproxima a la joven. “¡Otro jote más!, ¡hasta cuándo!”, exclama sin pudor.

Se da vuelta y una joven sonriente le ofrece un canapé. Sonríe automáticamente tras sacarlo de la bandeja. Pero ya sabe lo que tiene que hacer: sabe que ha pasado mucho tiempo desde la última vez que habló con Susana, por lo tanto tiene que decirle que la recuerda mucho, que él estudia periodismo, que desea saber cómo está ella, qué hace, qué estudia, etcétera. “Sé lo que tengo que hacer. Hoy tengo más aplomo y soy más comunicativo que cuando tenía 17”, musita.

Se da vuelta nuevamente sin pensarlo demasiado y mira hacia donde está Susana. Como si las situaciones mágicas estuvieran a la orden del día, ella advierte su presencia. Es un instante que parece sacado de una película: deja la copa en una mesita, las poses de sus contertulios quedan como congeladas en una conversación insulsa y corre hacia Robin. Se abrazan fuerte y se acarician espaldas y cabezas.

-¿Cómo estás, Susana?, mira dónde nos hemos venido a encontrar.

-Robin querido. Lo mismo me pregunto -revela ella. La emoción los hace jadear un poco, pero los ojos brillosos de ambos los mantienen alerta y gratamente sorprendidos.

-Debo confesar que estaba mirándote desde varios minutos antes de empezar la actividad  -confiesa él.

-¿Y por qué no te acercaste? -le pregunta extrañada ella.

-No quise interrumpir tu…conversación con ellos – responde él. Ella reacciona con una risa tan sonora como aquellas de la conversación anterior. Robin la mira con mucha curiosidad.

-Mejor te hubieras acercado. Lo único que quería era ver a alguien conocido para zafarme de ellos. Menos mal que te vi – detalla ella.

-Su hubiera sabido…-retruca Robin.

-¡Ay, amigo!. Espero que no sigas tan poco decidido cómo cuando estabas en el colegio –le reprocha ella, mientras sonríe y esa pasa la mano por el pelo.

-No lo estoy. Además sólo tardé algunos minutos en decidirme a hablarte –responde sonriente él, como si ese anterior lapso de tensión interior nunca hubiese existido.

-¿Algunos minutos?. Pero habías dicho “varios” -retruca ella.  

-Detecto que sigues siendo muy observadora -enfatiza él.

Su vuelven a reír con entusiasmo. Pasa la misma muchacha que ofreció canapes pero esta vez con una bandeja de copas de vino tinto. Ellos sacan las suyas y las sonrisas siguen entusiastas.

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