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Pendrive (fotografía sacada de sitio Kingsons)

Por Gonzalo Figueroa Cea

Uribe está muy molesto pero no lo manifiesta abiertamente. El quehacer de su equipo va notablemente bien, pero el motivo de no rozar la perfección y de las quejas de la clientela tiene apellido: Alarcón. Para variar tuvo ese mismo día una peculiar conversación con él, una más de tantas.

-Redáctame la información tal cual como te la pedí -enfatiza Uribe, muy amable.

-Sí, pero se pide por favor -señala Alarcón con una sonrisa irónica 

-Soy tu jefe -insiste Uribe, serio y algo desencajado  .

-Sí, pero los jefes también piden las cosas diciendo por favor -vuelve a sonreír aunque alzando levemente la voz.

-Cada cual es responsable de lo suyo. Después veremos qué ocurre -responde sereno pero lo sufientemente desafiante Uribe, quien pese a su mayor juventud (da la casualidad que es veinte años menor que su subordinado) es alabado por las jefaturas superiores por su mesura, amabilidad y enorme capacidad de trabajo, visión que también tiene el resto de la gente de las áreas próximas a la unidad que dirige.

Como contrapartida, Alarcón es visto como el epítome del empleado indeseable: dueño de un sentido del humor impredecible, cambios de genio repentinos y muy notorios, narcisista, mitómano, poco productivo, con mayor presencia en la calle que en la oficina durante la misma jornada de trabajo y con alta propensión a la conflictividad, incluso entre sus propios compañeros de trabajo.

Además Uribe ya perdió la cuenta de las veces en que le ha "salvado el pellejo" al sujeto producto de sus continuos "numeritos". Algunos de ellos son de antología: una vez ocupó el correo electrónico institucional para referirse en tono burlesco y grosero a una compañera de trabajo, lo que motivó un airado reclamo de un par de dirigentes gremiales; luego protagonizó un altercado verbal con un compañero de oficina, que casi los llevó a las manos y, por último, fue el blanco de las quejas de las encargadas de Género e Inclusión de la compañía al enterarse aquellas de acusaciones de acoso sexual en contra del tipo y de mantener este un "dossier de traseros" en un archivo fotográfico digital, registrado en el computador que ocupa regularmente, propiedad de la empresa.

Para fortuna de Alarcón, Uribe no tuvo que esforzarse demasiado para salvarlo: respecto de la primera situación, a Alarcón le aceptaron las disculpas tanto su compañera de trabajo como los dirigentes gramiales; en la segunda, el mismo Uribe generó un acercamiento amigable entre su subordinado y quien casi se enfrentó a golpes con este; y, en el caso de las acusaciones de acoso, no hubo pruebas y, además, no encontraron fotografías obscenas en el computador que ocupa (se cree, no obstante, que los habría borrado al enterarse de la grave acusación).   

-Pero, ¿qué debes hacer para echar a Alarcón o, al menos, pedir que lo trasladen de área?. Da lo mismo si no hay pruebas que demuestren que es un problema. Él es un problema para ti y el resto de tus colaboradores -inquiere con preocupación Pedetti a su amigo, Uribe.

-Tiene cierta cercanía con el gerente -responde Uribe.

-¿Mucha? -pregunta Pedetti.

-Alarcón es concuñado de un primo del gerente. Hasta le ha hecho algunos favores al gerente -detalla Uribe. Pedetti repite con énfasis "favores" y se ríe.

-Me imagino que al gerente, no creo que a la mujer del gerente...Es broma, disculpa -complementa arrepentido Pedetti.

-Pero fíjate que aún así creo que podría elaborar un informe detallado sobre del desempeño de Alarcón, tan sólo con mi punto de vista, y luego ir a conversar con el gerente -añade motivado Uribe.

-O que Alarcón cometa un desatino tal, que vulnere las normas de convivencia de la compañía -plantea Pedetti.

Un desperfecto

Un par de días después, Alarcón informa que el computador que ocupa habitualmente no está funcionando bien, razón por la que el propio Uribe acude a un informático para solicitar ayuda. Tras el análisis de rigor del especialista, este determina que el problema es de tal magnitud que tendrá que respaldar toda la información en un disco externo.   

Alarcón se toma la situación con relajo, sin decir palabra alguna y se va. "Seguro que este va ir a un café con piernas y va a estar toda la mañana afuera", comenta risueño Peña, el auxiliar. Martita, la secretaria, también se ríe. Uribe se preocupa y sólo se limita a musitar: "en fin, este joven tiene que arreglar el computador".  

Lo de Peña es premonitorio. Tras dos horas de trabajo del informático y sin que Alarcón todavía esté en la oficina, el computador queda en perfecto estado, pero el joven especialista solicita amablemente al jefe conversar a puertas cerradas. Uribe hace un ademán simple con las manos, como diciendo a sus colaboradores: "no se preocupen, será sólo un rato" y cierra por dentro la puerta de su hermética mini oficina.

-Señor Uribe: el computador ya está en perfectas condiciones, pero me veo en el deber de revelarle que rescaté de allí información delicada -señala con preocupación el técnico mientras le pasa un pendrive al jefe.

-Dígame.

-Revíselo con tranquilidad, pero creo que debe tomar una decisión al respecto. No nos podemos quedar de brazos cruzados -dice el informático en tono algo grave pero respetuoso.

-¿Tan compleja es la situación? -pregunta Uribe, cuya frente está arrugada y, sus manos, un poco húmedas.

-¿Se acuerda de la denuncia en la que fue involucrado el señor Alarcón tiempo atrás?  

-Entiendo.

-Además, una de las mujeres denunciantes... es mi novia -señala el joven.

Hechos consumados

Tras la hora de almuerzo y revisar los archivos del pendrive, Uribe se aproxima tranquilamente a la estación de trabajo de Alarcón, quien se ríe sonoramente. El jefe lo pilla viendo por Youtube una popular serie de televisión chilena alusiva a la indefelidad y le formula amablemente una petición similar a la de algunos días atrás.   

-Como tu computador está perfecto, quiero que redactes la información que te pedí en la mañana.

-¡Pero por supuesto, jefazo! -responde entusiasta Alarcón, como quien fuera maestro de ceremonia de un festival del humor.

-Me alegra tu buen humor. Ojalá lo mantengas en la reunión que tendremos una vez que termines -manifiesta Uribe, con el aplomo de las pocas veces en que puso en su lugar a su díscolo colaborador.

-¿Por qué? -pregunta ya algo curioso Alarcón.

-Algo sabía que en tus "sesiones fotográficas" les tomabas instantáneas a muchachas de la calle sin que ellas se dieran cuenta -detalla el jefe.

-¡Qué!

-...Eso me da exactamente igual. El problema con nuestra empresa se da cuando involucras su tecnología y, lo que es peor, le sacas fotos a las damas de acá -añade Uribe.

-¡Esto es una emboscada! -exclama el aludido.

-Quizás -responde Uribe.

-El problema peor, Alarcón, es cuando en las fotografías incluyes a las esposas del gerente y de su primo, y no muy artísticamente que digamos -agrega un tipo que aparece detrás de un relajado Uribe: el gerente. 

 

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