En la casa de Robin

Pareja (Foto de Gustavo Fring, de Pexels) 
Por Gonzalo Figueroa Cea

Pasada la medianoche los amigos deciden partir de la fiesta colegial. La casa de Robin está sin moradores por un viaje de sus padres y sus dos hermanos menores, razón por la que determinan quedarse allí. Él está cansado pero sus fuerzas alcanzan para facilitarle frazadas a sus tres visitas. Se terminan ubicando en el dormitorio que Robin comparte con sus hermanos.

Susana lo mira con ternura. Es de su gusto: delgado, con escasas mechas de corte de pelo militar, unos anteojos que le dan perfil de niño bueno, es caballeroso y como que eso calza para ella, que es bajita, de perfecta figura y pelirroja…Pero con pena ve que está muy cansado.

-Disculpen, chicos. Veo que siguen muy prendidos. Susana: yo dormiré en la parte superior del camarote y, tú, abajo.

-¿Y nosotros en tu cama?  -pregunta el corpulento Roger, mientras la trigueña y esbelta Juana lo mira con admiración a medio metro de distancia.

-…Por supuesto…No creo que haya problema –indica Robin.

Robin no tarda en quedarse dormido. Susana conversa una media hora con Roger y Juana, a quienes tiene al frente. Anécdotas de la fiesta, risas, alusiones a los tragos y a los cigarros favoritos de cada uno son parte del diálogo. Cerca de las dos de la mañana a Susana le da sueño, quizás algo inducido porque detecta que entre Roger y Juana hay mucha onda. 

-Lo siento chicos, pero acompañaré en los brazos de Morfeo a Robin –reconoce graciosamente la muchacha casi somnolienta.

-¡No me digas!...Es lo que has esperado harto tiempo, ¿eh? -enfatiza risueña Juana.

-¡Ay!, ¡tonta! –responde igual de risueña Susana, antes que la última risotada colectiva se sienta entre los tres. Luego, se viene el primer sueño de ella y…Juana y Roger se pierden en la tinieblas.

Ya en la mañana, a los pocos segundos de abrir bien los ojos, Robin queda muy sorprendido: Juana y Roger no están. Como si estuviera sintonizada con Susana, esta se despierta y se pregunta lo mismo que su amigo: ¿dónde están?. Tras una serie de inútiles conclusiones, acuden al living. Allí, desnudos, Juana y Roger están encima de unos cobertores sacados del closet del dormitorio matrimonial. Sorprendidos, Robin y Susana se ríen con tal fuerza que despiertan a sus amigos.

Una sinfonía de sonrisas cómplices suceden a la escena misma. Se inicia allí una de las historias de amor más lindas que atravesaron todo el año escolar del tercero “B”, cuyos protagonistas fueron los reyes de la alianza verde, ganadora de aquel sábado: Juana y Roger.

Felicidad a lo grande

Sentados en clases, tomados de la mano en los recreos, confundiendo los regresos a casa: él va donde ella y, a veces, viceversa, nada hace presagiar algo diferente. Y no es difícil inferirlo: ocho meses avalan cualquier relación seria de muchachos de 16 años de edad.

Las celebraciones de cumpleaños de los dos –primero la de él, en mayo; y, en julio, la de ella- son dignas de matrimonio salvo por la ausencia de formalidades: abundan en ellas bombardeos de globos, karaokes, disfraces de superhéroes (los “Avengers” son los regalones de la primera; los personajes de “Star Wars” son los predilectos de la segunda), mucha comida y bebestible, la necesaria supervisión de los adultos, pero el necesario jolgorio donde Juana y Roger son vistos por sus amigos/as y cercanos/as como la pareja ideal. Ni la lluvia del cumpleaños de la muchacha opaca la felicidad.

-¿Te acuerdas de los cobertores cuando dormimos donde Robin? -pregunta Roger a Juana, sentados una tarde dominical en una plaza.

-Sííí. Los tuvimos que lavar a la rápida después –recuerda Juana, sonriente.

-Sí, quedaron pasaditos a muchas cosas. Menos mal que Robin sabía usar la lavadora y el secador de su mamá –detalla Roger. Los jóvenes se ríen a carcajadas.

-Después supimos que los padres de Robin y sus hermanos volvían al medio día- agrega la siempre sonriente Juana.

-Claro, fue todo muy apurado. Menos mal que su familia no se dio cuenta de lo que había ocurrido -complementa su pololo.

-Pero fue todo muy lindo: esperamos que Susana se quedara dormida, que Robin no se diera cuenta de la pieza y salimos de ese dormitorio -precisa ella

-Y después el tiempo y el espacio fueron absolutamente nuestros -añade él, antes de besar a Juana apasionadamente, como en el prólogo de lo que sucedió la recordada noche después de sacar los cobertores de la pieza de los padres de Robin y establecer una cama improvisada para los dos sobre la alfombre en el living.

Un día de noviembre

Agosto, el mes patrio, octubre y el inicio de noviembre fueron la repetición de un hermoso esquema, cuyos escasos cambios de escenarios fueron el cumpleaños de sus amistades, algún recital, ir al cine, un partido de fútbol o ir a bailar a algún lugar entretenido con otros amigos.

La relación de Roger y Juana ya es como parte del paisaje, algo así como una costumbre. La incondicionalidad de los/as amigos/as no se terminan en esos primeros días del penúltimo mes del año. Como se avecina el final del año escolar, los/as muchachos/as se inscriben en cursos de baile entretenido y salsa. La alegría prosigue y todos siguen sintonizando muy bien. ¿Y la pareja ideal?. Admirada siempre por todos y todas.

Sin embargo, un imprevisto ocurre. Al principio pocos lo advierten pero, como suele ocurrir, paulatinamente todos/as se dan por enterados/as. Un día de noviembre Roger y Juana dejan de sentarse juntos en la sala de clases. Él está serio, taciturno, desganado. Ni siquiera jugaba a la pelota y no cotizaba mucho a sus amigos de siempre, entre esos a Robin. Ella está triste, abúlica y con tendencia a llorar a menudo. El rendimiento académico de ambos experimenta un declive estrepitoso en ese lapso de pocas semanas. Susana no sabe qué le ocurre a Juana. También Juana se aleja de sus amigas, entre las cuales está Susana.

Tras la agonía de la primavera y la llegada del verano, las típicas actividades de final de año con cierto tinte festivo entremedio y sus tradicionales fiestas, se produce un relajo que permite a los/as amigos/as de siempre acercarse entre sí.

Es el mismo Roger quien rompe el hielo tras acudir a casa de Robin.

-No sé qué pasó. De la noche a la mañana Juana no quiso hablarme más –confiesa Roger.

-Pero ¿de puro antojo?. ¡Que extraño! -consulta Robin.

-Por lo que ella misma me contó, simplemente no soy del agrado de sus padres.

-Insisto: me suena demasiado extraño.

-Así de simple. Bueno, tú sabes: él es un destacado cirujano, ella tiene una galería de arte muy pituquita, van a misa todos los domingos y son ...muy de las apariencias -resalta Roger.        

Casi paralelamente, como si el relajo de las circunstancias pusiera de acuerdo a  personas que están en distintos lugares, Juana acude donde Susana y le confiesa los detalles de su repentina ruptura de un mes atrás con Roger.

-Le dije que no viniera más. Lo que hice fue lo que más me ha hecho llorar en toda mi vida –detalla Juana.

-Pero eso de que Roger no le gustaba a tus papás me resulta tan poco creíble, amiga…Perdona que lo piense así –opina Susana, sobándole la espaldita a Juana. 

-Es que hay algo más, querida –cuenta Juana, con ojos llorosos.

-¿Cómo qué cosa?

-Mi papá se movió por cielo, mar y tierra con colegas cirujanos y especialistas de su ámbito, de los más connotados…-relata Juana dando origen a su enésimo mar de lágrimas.

-¡Ay, amiga!, por favor dime que no es cierto -expresa Susana, con un nudo en la garganta, ojos vidriosos y a punto de estallar en lágrimas.

-Fue hace exactamente un mes: yo tenía dos meses de embarazo, Susana –confiesa Juana.

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