Dos personas en una

Fotografía del Blog de la Guitarra Acústica y Clásica 
Por Gonzalo Figueroa Cea 

Narciso Chevalier llega al sala de baile en la forma que le es característica: erguido, serio y con una mueca de seguridad poco vista a una hora en que las pocas energías que quedan son más bien para entretenerse... o aprender en forma entretenida. Ya próximo a los sesenta, con una estatura algo más alta que la del promedio de las naciones próximas al Pacífico sureño, con las nieves del tiempo en su sien (al decir de Gardel), unos anteojos que refuerzan el respeto que transmite, un poncho que combina elegantemente el café con el gris, el negro y el resto de los colores de vestimenta, apoya la base de su guitarra en una silla y abre su funda para sacarla.

Hay siete alumnos (cuatro hombres y cuatro mujeres) en la amplia sala que la empresa facilita para su clase de cueca. Escasas las palabras del arranque, no obstante son amables. 

-¿Cómo están muchachos?, ¿cómo estuvo esa pega? -pregunta en voz alta, con timbre de locutor radial y una seguridad a prueba de balas. Mientras tanto, en un gesto de rutina higiénica a primera vista menor, se mira las uñas y se saca lo que pareciera ...diminutos objetos de sobra en las mismas. Las uñas son largas y lo suficientemente apropiadas para no usar uñeta al tocar el instrumento de cuerda.

-Bien, profe -enfatiza risueño el más joven, un entusiasta veinteañero. El resto, tímidamente, responde algo similar. Narciso retruca con un gesto igualmente amable y dice: "yo también". Acto seguido agarra la guitarra y, antes de analizar qué tan afinada está, se vuelve a mirar las uñas de sus dedos. Luego, deja el instrumento, hace unos ademanes característicos de elongaciones de extremidades y le solicita a los asistentes, con voz de sofisticada locución, seguir al pie de la letra "unos ejercicios que son vitales para que nos vayamos soltando, porque los profesionales y los aspirantes a serlo, debemos hacer esto". Acto seguido, erguido como de costumbre, Narciso vuelve a tomar su guitarra. Tras hacer nos alardes al estilo de Paco de Lucía u otros próceres de las cuerdas, vuelve a mirar a sus alumnos y les solicita, "por favoooor", que se junten en parejas.   

-Los grandes maestros no usan uñeta -revela serio y alzando la cabeza. Luego, mientras el resto se acomoda y se saca algo de ropa (a pesar que es invierno, alguien previamente exageró la nota con el aire acondicionado y la sala se siente muy calurosa), el mismo maestro se acerca al mismo muchacho que le contestó primero minutos atrás y le susurra risueño al oído: "las uñetas son pa' los maricas". El joven se ríe sin hacerse notar mucho.

Pasados un par de razonables minutos, Narciso empieza la clase haciendo gala de todo lo que sabe en cuanto a folclor y cultura popular, aunque casi al borde la caricatura, verborrea que le ha generado tanta admiración como rechazo. 

-Si bien es tipificada como baile nacional, la cueca existe en diversas formas y no tiene su origen en nuestro país. Tampoco es netamente latinoamericana. En el fondo, el baile de raíz folclórica típico de las fiestas de las clases sociales más privilegiadas del siglo XVIII y principios del XIX, fue un gran producto de exportación, que fue traído por los colonizadores para divulgarlo y fomentar su práctica en Estados Unidos y el resto del nuevo continente. Sudamérica no es la excepción y, por cierto, no lo es Chile, donde con algunas diferencias en las formas, lo bautizaron cueca -resumió Chevalier con una velocidad verbal de tal exhibicionismo, que dejó perplejo a los alumnos, no sólo por la cantidad de información en tan poco rato, sino porque probablemente no alcanzaron a retener mucha información. El mismo Narciso detectó que fue demasiado lejos.

-En el fondo nuestro baile nacional es producto de muchas cosas -precisó con una sonrisa pícara. Los alumnos se mostraron más conformes, aunque nadie lo puso de relieve.

-Lo importante es que ustedes van a terminar mi curso y van a saber bailar bien no sólo la cueca, sino que muchos tipos de baile. Y lo vamos a hacer en tiempo récord: cuatro semanas...Recuerden que cada clase dura dos horas -enfatiza erguido y seguro, Narciso Chevalier. No todos parecen creerle, pero sonríen. 

Durante cerca de una hora y media siguen las instrucciones de Narciso casi al pie de la letra, se mueven, giran, dan vueltas enteras y medias vueltas, zapatean, cepillan (en términos de baile, obviamente), intercambian parejas, realizan nuevos movimiento casi ajedrecísticos, en varios bailes participa el mismo Chevalier con música grabada de fondo, en otros sólo acompaña con su guitarra y lanzan algunas tallas para hacer más liviano el juego del aprendizaje. 

Curiosamente Chevalier, quien se jacta mucho de lo que sabe, de ser un hombre de gustos finos, un ejemplo para muchos y haber anticipado algunas vez cosas que finalmente ocurrieron, hace algo que no pasa desapercibido en el resto de la gente y que no habla muy bien de un caballero. Centra mucho su atención en Olivia Cinquetti, no sólo por elegirla como compañera de baile sino por manifestarle extrañas insinuaciones: "¡muy bien, regia!", "esa es la forma", "además te queda muy bien eso", "ya me imagino un traje apropiado para ti"....Narciso no es indiferente con las otras damas, pero ellas notan una excesiva preferencia que las molesta un poco. 

Cuando ya están agarrando cierta confianza, aunque no del todo segura (son varios tipos de baile y también una apreciable cantidad de detalles), basta un mal movimiento de pies para que el siempre erguido Narciso trastabille y ponga sus manos en el trasero de Olivia, quien lleva unos jeans muy ajustados y una blusa que resalta su exuberancia. No alcanzan a caerse pero ocurre algo más inesperado: vuelve a resbalar Chevalier y, junto con terminar de caerse ambos, no pasa un segundo para que se produzca un nuevo toqueteo, esta vez dirigido a los senos de la mujer, que quedaron bastante descubiertos. "¡Perdón!", exclama afligido Narciso. Evidentemente nadie se ríe se inmediato, aunque las mujeres no tardan en expresar cierta aliviadora mueca de agrado y los varones presentes tratan de ayudar a levantar a ambos casi de inmediato. 

De pie, Olivia se acomoda la ropa, le da a Narciso una cachetada digna de mujer despechada en la más cebollenta de las telenovelas, toma la cartera, le da la gracias a los varones y se retira sin despedirse, indignada. La reacciones del resto deambulan entre la incredulidad de los hombres, la risa contenida de las mujeres y cierta estupefacción del hasta hace algunos minutos erguido y muy seguro profesor de cueca.  

-Pero les juro que ni la toque...O sea la toque, pero no quise tocarla. Puse mal un pie en el suelo -se justifica, afligido, Narciso.

-No se preocupe, máster. Se caen los aviones y es difícil que no se vaya a caer usted -dice el alumno más joven, quien en un acto de curiosa solidaridad y un aplomo extraño en él -quien se mostraba tan tímido- se acerca a Chevalier y le susurra al oído: "además es de marica mostrarse débil. Usted es todo un hombre". Narciso lo queda mirando con la boca abierta, como al estilo de los bebés cuando miran los móviles y curiosean. 

El muchacho se marcha con la mano en alto en señal de adiós. Chevalier se sienta cabizbajo y algo abatido, a pesar que falta una media hora para que termine la clase. 

-Profe: ¿seguiremos? -pregunta una de las damas. Narciso se queda mirándola pero como si su vista se perdiera en el horizonte, con la boca abierta y como si hubiese perdido el habla. Pasan segundos que parecen eternos...Las otras dos muchachas se aproximan luego de degustar galletas de oblea y café, que quedaron después de una pausa en la clase. Tras ese lapso sin verbo y muecas que llamaban a la compasión, Chevalier se limita a pronunciar una palabra 

-Noo... -dice con una falta de motivación que invitaba a socorrerlo psicológicamente. Las mujeres se miran entre ellas, muy serias y sorprendidas.

-Ok...

-Seguiremos la próxima semana. Ensayen harto ...-agrega Narciso con una falta de convicción impropia de alguien que hace clases. 

-Hasta el martes profesor -dicen a coro ellas. En la medida que pasan la mampara de la sala que separa aquella del pasillo, se sienten unas risotadas femeninas. Acto seguido, los tres varones restantes, que no pronunciaron palabra alguna en esos minutos, se despidieron de Narciso con fría amabilidad. 

Finalmente el tipo se levanta, agarra su guitarra y le coloca la funda antes de irse. Y lo hace con la cabeza gacha, aparentemente indefenso y con una mueca de desaliento. 


 

 

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