Cuando se exagera en los gestos

Saxofón (sitio La Carne Magazine)
Por Gonzalo Figueroa Cea

Ferenc Mancilla acude raudamente, aunque con el relajo del viernes post trabajo y por segunda vez en menos de una semana, al simpático restobar recomendado por Juvenal. Justamente allí, en un sector al aire libre, él lo espera con un shop recién solicitado. La temperatura del verano terminal sigue siendo agradable.

La conversación fluye tan agradable como el lugar. Los proyectos personales, el ámbito familiar y las contradicciones del mundo y de la pandemia en lo puntual, son parte de un diálogo crudo en el fondo de algunos contenidos pero siempre amable en la forma dispuesta por la amistad. Pero algo falló en la cocina del local y, en consecuencia, Juvenal aprovecha de solicitar wantanes, arrollados de primavera y otras variantes de comida oriental en el restaurante chino del costado.

-Nada más audaz que pedir algo extra en el local del lado y ocupar la misma mesa -opina sonriente Ferenc. 

-Y me bastó hablar con el dueño del local -contesta igual de sonriente Juvenal.
 
-Fue una acción muy eficaz, como espero que lo vaya a ser mi proyecto literario. Sé que lo terminaré. La forma es difusa todavía, pero al menos tengo claro los temas. Me tomaré mi tiempo, eso sí - reflexiona. Ferenc

-Y lo tendrás - enfatiza Juvenal. Saben que la pandemia, por sus involuciones y pese a las evoluciones del proceso de vacunación, ofrece ese tiempo necesario. Suena fuerte pero es así y hay que tomarlo como una ventaja. Además ya está anunciada, por diversas fuentes, una cuarentena total: la cifra de contagiados ha aumentado considerablemente y hay muy pocas camas en los hospitales. Yendo nuevamente al lado más amable de la vida, Juvenal al igual que Ferenc tiene un propósito parecido en el plano de las letras, aunque no igual.

-Afortunadamente otra vez podemos disfrutar una cerveza y conversar en este restobar tan agradable -agrega Mancilla. 

-Sííí...Quizás cuánto tiempo pasará hasta que nos juntemos de nuevo acá -reflexiona Juvenal.

Son cerca de las 6 de la tarde y, tal como ocurrió el viernes anterior, aparece Gerardo, amigo de Juvenal y fanático del jazz. Con Ferenc se conocieron la semana anterior y hubo una gran sintonía. Tras los saludos es invitado a la mesa.

-Oye, supe que falleció hace algunas horas Cristián Cuturrufo -detalla Ferenc.

-Sí, me encantaba: un trompetista de primera. Y muy joven: 48 años...El covid -sostiene, con gesto de lamento, Gerardo. 

-Tremendo, tremendo...-complementa Juvenal, quien tras un silencio de algunos segundos entre los tres se acuerda de algo relevante respecto a Gerardo, el jazz y Cuturrufo- Oye, este bandido tiene un tremendo dossier con fotografías y sabe historias memorables de aquel local donde tocaban Cuturrufo y otros próceres del jazz: el Ellington Bar. Yo no sé qué espera para hacer como un libro de colección -añade con pícara sonrisa.  

-Sííí, fueron muchas jornadas realmente increíbles, pa' escribirlas -reconoce el aludido.

-¿Es factible adelantar algo de esa eventual obra? -consulta Ferenc. Gerardo ríe sonoramente. 

-¿Una "papiiita"?-pide un siempre sonriente Juvenal, aunque fomentando algo de morbo.

-¡Pero son tantas cosas! -responde Gerardo, cuyo gesto es propio de quien quiere evitar hablar de más.

-Pero...tenemos harto rato -propone Juvenal en tono cómico e inquisidor a la vez.

-Pero debe haber algo que te haya llamado particularmente la atención...Claro: reservándote las mejores partes para tu eventual obra literaria -sugiere a su vez Ferenc.
Gerardo se mantiene quieto algunos segundos, le suda un poco la frente, sus amigos se dan cuenta y ríen nerviosamente. Uno esconde los brazos debajo de la mesa aunque sosteniéndolos en la silla y mira fijo a Gerardo. El otro los pone arriba, junta las manos cruzando los dedos y apoya los codos en la mesa, pero también mira fijo a su amigo. Están claramente esperando una respuesta. Gerardo detecta que no tiene escapatoria.

-Miren...-agrava la voz- esto que les contaré no es lo mejor, lo más jocoso o lo más fuerte que vi en el Ellington Bar, pero es de antología.

-¡Jajajaj!, a esta altura pareces Rafa Araneda en algún concurso televisivo -señala sonriente Juvenal.

-Hace un par de años me tocó presenciar un festival power allí. Había un saxofonista de primera, muy canchero y que se juraba Richard Gere...Diría que hasta se parecía -cuenta Gerardo.

-Vestía unos jeans muy ajustados y con patas de elefante, muy setentero, y una camisa de mezclilla arremangada que le permitía hacer sobresalir los músculos prominentes de sus brazos -agrega el narrador ocasional. Ferenc y Juvenal miran muy atentos.

-Pasada la media hora de recital y, tras una serie señales muy gestuales entre él y un par de muchachas de la mesa más próxima al escenario, empieza a prolongar sus solos de saxo casi al extremo del ridículo - complementa Gerardo.

-Algo así como una mezcla rara entre Sanders, Zorn, Coltrane y Parker con Kenny G y algo de ...Richard Gere -opina Ferenc, lo que provoca las risotadas de sus compañeros de conversación.   

-¡Claaaro!, una cosa así. Aunque digamos que se trataba de una especie de Richard Gere de unos treinta y tantos, como del tiempo de "Reto al destino" pero con una cabellera más abundante y desordenada. Y las chicas, con pinta de gringas de película tipo comedia, estaban muy pendientes de él, muy risueñas y, el resto de la banda, muy mosqueada.

-¿En serio? -consulta incrédulo Juvenal.

-Sííí, ¡estaban choreados! Se miraban entre ellos como diciendo: "¡y este hace sus solos de saxo y no se acuerda de nosotros!" -relata el testigo de aquella historia.

-Es que, además, cuando un músico se roba mucho el escenario, como que el resto del grupo siente que se pierde y le cuesta seguir el tema cuando el tipo finaliza su solo -reflexiona Juvenal.

-Y siguieron así pero con un añadido muy importante: el tipo agarraba cada vez más confianza. Además de lucirse con el instrumento, les sonreía a todos los asistentes del local abarrotado, pero era notablemente más histriónico con esas dos jóvenes, a quienes les hacía guiños, movía graciosamente las cejas o hacía gala de contorneos corporales ultra rebuscados y exagerados...para terminar cada solo con una sonrisa y dar cabida a los furiosos aplausos, a los que respondía con los brazos abiertos y una reverencia -detalla Gerardo.

-Si hubiera sido uno de los músicos de la misma banda que lo acompañaba, me largo y lo dejo botado -reflexiona Juvenal.

-Pero la historia no termina allí. Completaron la hora y media de recital y llegó el novio de una de las muchachas.

-Deduzco que allí el saxofonista ya no estaba tan expresivo...-deduce Ferenc.

-No -prosigue Gerardo- lo que ocurrió fue que la pareja de la chica se sentó obviamente al lado de ella y, pasados unos minutos y en el enésimo solo, el saxofonista se aproximó a la mesa y, en una acción nada deliberada, le dio de lleno con la parte inferior del cuerpo del instrumento, justo donde está el arco, al grueso y alto vaso con espumosa cerveza hasta arriba que el joven tenía puesto en la superficie. Lo botó violentamente, lo que causó el esparcimiento del olorosamente alcohólico contenido en la polera y el pantalón del novio -complementa el narrador. Las caras de interesada estupefacción con interjecciones naturales de Ferenc y de Juvenal piden la continuidad de la historia .

-Y la cosa no quedó ahí: la respuesta del afectado no fue pacífica. El combo que le dio al doble de Richard Gere lo dejó en el suelo de una, el pesado instrumento cayó también y más encima sobre él, los demás músicos fueron a imponer justicia y, al más puro estilo de algunas películas de pandillas de los años 50, no tardaron muchos segundos hasta que se produjo un festival de aletazos que iban y venían. Hasta rompieron sillas y llegó la policía...Fue la media cagada -detalló Gerardo.

-¿Y cómo terminó todo? -pregunta Ferenc.

-Secreto de sumario -responde Gerardo. Las risas entre los tres irrumpen instantáneamente. Se sobreentiende que el final de la historia ya será parte del proyecto literario de él.  

-Tienes para un guión policial power -reflexiona sorprendido Juvenal-. Si el resto de las historias son buenas o mejores, tendrás bastante trabajo para llevarla a la palabra escrita -añade-. Ferenc coincide y Gerardo asiente con una sonrisa de confianza. La complicación inicial antes de contar aquel episodio del Ellington Bar quedó atras. La cerveza es reemplazada por copas de vino y por el brindis de una tarde agonizante. La inminente cuarentena será una ocasión para trabajar en aquellos proyectos literarios inconclusos. 


       


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