Fantasía en rock latino (quinta parte): luego de cinco horas

 

Intimidad (sitio Diario 26)
Por Gonzalo Figueroa Cea

"Juego de seducción" de Soda Stereo suena primero. Ya es un ritual. Orestes y Lidia viven intensamente el amor una y otra vez en un lapso de varias horas sólo de aquella noche, con el acompañamiento musical de fondo consistente en una secuencia que incluye otro tema del famoso power trío: "El ritmo de tus ojos", "Pecados para dos" y "Dicha Feliz" de Virus, "Los atacantes del amor" de Miguel Mateos, "Paramar" de Los Prisioneros y "Es por amor" de G.I..T., entre muchas otras famosas canciones clásicas del rock latino ochentero. El resto de la ambientación del rito contempla pisco sour, machas a la parmesana e incienso, muy pertinentes para una vorágine de liberación corporal sin culpa alguna. ¿Y por qué ha de haberla? Ambos dejaron muy atrás sus respectivos fracasos matrimoniales, los niños están lejos y a buen resguardo en la oportunidad, y la casa es la residencia de soltero de Orestes. ¿Qué más se puede pedir?

Orestes y Lidia se desearon y se desean al extremo de un delirio, el que camuflan en un plano más social y lo viven enajenadamente a solas. Allí la ansiedad es sólo una débil valla a vencer. Y, por si fuera poco aquello, se esmeran en vencer permanentemente a la imaginación asociada al amor vivido a full. Desnudos se recorren corporalmente con todas las ganas. Los dedos delicados de ella tocan de hemisferio a hemisferio los escasos y muy delgados cabellos que poblan la cabeza de él, con la palma toca suavemente su barba de no más de tres días, prosiguen en los pelos de su pecho y, luego, bajan paulatinamente por las planicies tanto delanteras como traseras hasta llegar a la parte más abultada y velluda, que ella aprieta con fuerza, como esperando alguna nueva respuesta. Y ya han sido cinco en más o menos igual número de horas. Son cerca de las 5 AM de un día de verano que pareciera eterno.

Las piernas de ambos tienen como un round aparte: se cruzan de un lado para otro, se confunden, se tocan, se acarician. Y él también la acaricia y besa de la cabeza a los pies: desde sus rizos castaños, sus labios carnosos y rojos, su delgado cuello incluyendo allí un hermoso collar dorado con la figura de un cisne como adorno principal, sus excitantes clavículas, sus senos lo suficientemente notorios dentro de su armónica delgadez, hasta sus zonas de mayor sensibilidad y siempre tan cálidamente húmedas. El ingrediente del aroma corporal es siempre fuerte pero extremadamente atrayente. Las nalgadas suelen ser la última parte del prólogo antes de ...la introducción a la sensación máxima.

No sólo la cama ha sido testigo de todo lo acontecido, sino también la gata Celeste y el gato Pericles, pero de manera más directa el sofá y un bergere del living de abundantes suavidades, la aterciopelada alfombra del mismo lugar y hasta una ventana corredera que, si no es por el gran equilibrio de ambos, habría sido destrozada con graves consecuencias.

Pero no sólo se destacaron Orestes como un gran equilibrista y Lidia como una trapecista eximia: ambos protagonizaron un desfile de moda y una escena de sadomasoquismo en el que él posaba en forma corporal de X (como el cuadro "El hombre de Vitruvio" del gran Leonardo da Vinci) en la cama, amarrado en sus extremidades y enganchadas estas mediante corbatas y medias largas en los extremos del mismo cuadrilatero para que ella se paseara en aquel continente masculino con todos sus accidentes geográficos y disfrutara su energía volcánica pese a la pasividad circunstancial de ese mapa de cuero humano.

Lo descrito es poco y no alcanza para dimensionar la totalidad de lo ocurrido y que ocurre al cabo de cinco horas. Todas las posiciones son posibles. Los mismos sentidos tienen como las pulsaciones a full. Las audacias mencionadas parecen insulsos juegos infantiles al lado de una poesía de amor en todo el sentido de la palabra y cuya sublime belleza no merece palabra, valga la redundancia. Así de simple. 

Pero de pronto un sonido los desconcentra intempestivamente.

-¿Sentiste? 

-Sí -responde él-. Pero debe ser uno de los gatos.

Tratan de retomar el largo y hermoso rito. Tras 15 minutos recuperan el ritmo y el estado en el que estaban sumergidos, como un equipo de fútbol brillante que, producto del juego sucio del rival de turno, se adormece pero después vuelve a controlar la situación...Pero a los veinte minutos vuelven a sentir un sonido, el que producto de la misma fricción de la poesía viviente, no pueden detectar de qué se trata.  
  
Intuyen ahora que proviene de la puerta que da a la calle. Orestes la abre y no advierte situación extraña alguna. Luego abre la ventana de uno de los costados y que permite ver el patio: nada. Creen que es un ladrón. Ambos están desnudos y recorren casi la totalidad de la casa. Él pone especial énfasis afuera. Acto seguido, trae una escalera de tijera, regresa al dormitorio y saca del entretecho un arma que tenía escondida en una caja fuerte. Vuelve al living, allí está ella tomándose un café y observan que una de las cortinas se infla. Detrás de ella, desde la misma ventana corredera que estuvieron a punto de romper y que se encuentra abierta, justo delante del patio trasero de la casa, irrumpe una voz risueña y una risa.

-No se te ocurra apretar el gatillo...No es para tanto, tío...- dice el dueño de aquella boca. Casi no pueden dar crédito a lo que están viendo. Es Luis junto a Amparo. 

Ella no despega su mirada hacia Orestes y él reiteradamente la dirige a Lidia. Los dueños de casa y gozadores totales de minutos antes, ahora están perplejos. Luis, al más puro estilo de Biff Tannen en la residencia de George McFly en "Volver al futuro" y antes del "Baile del encanto bajo el océano", se siente como Pedro por su casa, recorre el living, el dormitorio, saca unas calugas de un frasco y luego acude directo a la cocina de estilo americano para sacar del refrigerador una lata de cerveza. 
 
-Podríamos sacar una champagne después y celebrar nuestra amistad, muchachos -enfatiza entusiasta el siempre sonriente visitante. Como si fuera poco, después toma un casco de motociclista. Se lo prueba y se da cuenta que no le cabe. Amparo se ríe sonoramente. Pero Luis no se queda allí y agarra otro casco: uno de soldado del imperio romano, parte de un disfraz que el dueño de casa tiene pensado para regalarle a un hijo. Lidia sigue estupefacta pero al menos esboza una tímida sonrisa estilo Gioconda. Pero Orestes parece perder la paciencia.  

-¡Que hermosos y brillantes rizos, Lidia! ¡Estás radiante!...Me vas a recomendar a tu peluquero. ¿O es peluquera? -dice Amparo, igual de sonriente. Sin embargo la pareja anfitriona sigue sin reaccionar. Sus muecas siguen siendo de sorpresa y, el resto de su gestualidad corporal, rígida.

Los segundos se transforman en minutos en las mentes y las observaciones de Orestes y Lidia. Parecen un tiempo eterno. Pero ese lapso en el actuar de Amparo y de Luis se resumen en mucho relajo en pocos minutos: se pasean como quien tienen el control de todo, al estilo de los protagonistas de La Casa de Papel vigilando a los rehenes pero en versión amorosa. Se esmeran en llenar de loas a la pareja dueña de casa, además de reflexiones en torno a lo que especulan como la cotidianeidad misma para ella y él: "¡que cosas ricas tienen!", "que no haya niños en la casa les da plena libertad, ¿eh?", "la decoración es preciosa", "ustedes son una pareja maravillosa" y cosas por el estilo.

Los pensamientos de Lidia y de Orestes están a full, pero con un espíritu contrario al de Luis y Amparo. Abundan por sus cabezas frases del tono: "¡que se creen estos h...!", "¿entenderán estos dos lo que es vulneración de morada o privacidad...?", "Luis es un voyerista de campeonato?", "¡provocadores!" y "estoy que le pego un combo a este...", entre palabras u oraciones más fuertes que aquellas, pero que no se han atrevido a pronunciar porque están como congelados. Llega a tal extremo la situación que a los visitantes repentinos empiezan a asomárseles la curiosidad, pero sin perder el relajo.

-¿Y qué pueden decir de esta visita inesperada? -pregunta la siempre risueña Amparo.

-La noche es joven. Oye, pillé en el refrigerador una botella de champaña enterita. ¿La abro? -pregunta Luis, quien sin embargo sigue actuando como a quien no le importara demasiado el que dirán. 

-Oye, y aquí tenemos material suficiente para una pichanguita. Sólo faltó una torta -añade el mismo Luis antes de soltar una nueva carcajada. Es a todas luces el clásico holgazán chistoso de película. 

-¡Sabes!...-asevera Orestes con los labios muy juntos y la frente arrugada, como si estuviera a punto de estallar. Lidia se asusta. La pareja visitante está expectante.

-...Nos iremos a vestir. Así que tendrán que esperarnos acá....Y hablamos enseguida -completa Orestes y hace un ademán a Lidia para que lo acompañe. Luis ríe, se come unas calugas y hace un gesto con la cara como diciendo "tanto rato sin mover los labios pa' decirme eso". La actitud tiene igualmente respuesta.

-Comprenderán que no vamos a estar así todo el rato -argumenta Orestes. Tiene razón: recibir a las visitas como Dios los mandó al mundo, por muy singular que haya sido la llegada de aquellas, no calza.

-Estoy de acuerdo contigo -manifiesta Amparo.

-Bueno, pero ¿para qué tanto atao?, si no es tanto problema verlos así. Tampoco es algo nuevo -retruca Luis para luego lanzar una risotada entre audaz y burlona.

-¡Por favor, Luis! -exclama Amparo, molesta y empatizando con la pareja dueña de casa.

-Espera no más...-responde en tono desafiante Orestes, quien en forma casi instantánea va rápidamente junto a su mujer al dormitorio.

-Te das cuenta lo que hiciste. ¡Los provocaste!, ¡sobre todo a él! -le susurra airada Amparo a Luis.

-¿Tú crees? -pregunta Luis, como si tuviera una pequeña cuota de arrepentimiento, que disimula llevándose una caluga a la boca.

Luego de unos diez minutos vuelven Orestes y Lidia, pero esta vez vestidos a un estilo casero, sabatino y veraniego. Amparo queda sorprendida. Lidia está radiante. Luis está boquiabierto y Orestes irrumpe con actitud desafiante. Tras unos minutos de vacilación, este respira hondo, se aproxima a la cocina, agarra la botella de champaña, dispone una bandeja y unos copa, respira hondo nuevamente y se anima a hablar.

-¿Sobre qué quieren conversar? -consulta risueño. Los demás se relajan y también sonríen.

-Bueno, tú dirás -propone Luis, como quien cree controlar la situación a su entero antojo.

-Bueno, qué te parecen estos dos temas: "Cómo arruinar una hermosa velada de amor" y "La revancha".


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