Derechazos e izquierdazos

Incidentes partido Lille-Montpellier 2018
(foto sólo referencial y sacada de El Deportivo La Tercera)
Por Gonzalo Figueroa Cea

Las 30 mil personas presentes en el principal coliseo deportivo del país están perplejas. El elenco local, de mayores pergaminos que su rival de turno, no estaba haciendo un buen partido y, producto de su inefectividad en el área y en general de un fútbol opaco, sólo estaba alimentando la molestia de sus numerosos hinchas. El equipo visitante, en cambio, no dominaba, se defendía bien y, en las dos ocasiones que durante casi 40 minutos se había generado, hizo lucir a la principal figura y capitán de los anfitriones con formidables atajadas: Buenaventura Llosa. Es más: Llosa se había transformado en el único elemento rescatable de la escuadra que debía ser protagonista. Pero...ocurrió lo indeseable y, en cierto sentido, la gota que rebalsó el vaso para esos sufridos seguidores.  

En una pelota dividida entre Arias y Domínguez cerca del arco defendido por Buenaventura, el primero sacó la peor parte y cayó aparatosamente al pasto. Como suele pasar en jugadas de esas características, se produjo instantáneamente una numerosa asamblea entre árbitro, jugadores y hasta asistentes de los equipos, con airados reclamos de los visitantes por lo que consideraron una jugada que merecía al menos una tarjeta amarilla para Domínguez. Desesperado y algo fuera de sí, aunque ladinamente, Buenaventura se aproximó al lugar, le restó protagonismo a los rivales por la vía de manotazos y, mientras Arias siguió en el suelo con muecas de dolor, el arquero desde arriba le pidió en términos no muy amables que se parara. 

Sin embargo, el delantero siguió tendido en el pasto sin mostrar señales de recuperación. El doctor de su equipo, Rolando Cornez, corrió rápidamente desde la banca hasta donde estaba Arias y, al llegar, hizo un ademán a Llosa para que se fuera de allí, mientras la asamblea seguía. Sin embargo, más molesto todavía que antes, el guardavallas estrella dio paso al acto que provocó la mayor exclamación del público y, por ende, un impacto superlativo. Al más puro estilo del legendario multicampeón de boxeo, Marvin Hagler, activó con su brazo derecho un uppercut que dejó a un nuevo tendido en el piso: el médico del equipo rival. El "¡oooohhh!" generalizado de treinta mil almas debió sentirse hasta varias cuadras alrededor del estadio.
 
La tensión se intensifica y da paso a la furia. Varios jugadores de la escuadra adversaria arrinconan cerca del arco a Llosa, quien se defiende como puede. Sus compañeros actúan como escuderos. Otros, más empáticos con los caídos, van hacia Arias y Cornez para ayudarlos a recuperarse o, al menos, averiguar como están. También se dirigen hasta allí los cuerpos técnicos. El árbitro y sus asistentes corren hacia donde tiene lugar la trifulca mayor, ya trasladada al arco que custodia Buanaventura, a fin de separar a los jugadores. Los manotazos van y vienen. Algunos futbolistas, más conciliadores que la mayoría, tratan de apaciguar a los ingobernables, incluyendo entre aquellos a Llosa.

De pronto se produce una sorpresa: casi por acto de magia tanto Arias como Cornez se ponen de pie como resortes. Pareciera que alguien les sacó a la madre y a toda la familia en los improperios en su contra. Heridos en su orgullo no sólo se ven súbitamente recuperados en lo físico, sino que hacen demostraciones acabadas de auténticas artes marciales.  

Por si fuera poco una treintena de hinchas se sube a la reja que separa la galería de la pista de rekortan, la pasa y corre hacia la cancha para ser partícipe de la batalla campal, sin que la fuerza policial, escasa en cantidad y no muy equipada, logre interceptarla. En el palco de la tribuna preferencial del estadio, Francisco de Assis Couture, el presidente de la federación -máximo ente rector del fútbol del país- solicita abiertamente a los dirigentes del club local y del visitante la suspensión del partido. Estos dan su beneplácito y van todos hacia el campo de juego junto a sus respectivos asesores y miembros de las planas directivas presentes para que el referí decrete el término circunstancial del pleito. El juez del cotejo se manifiesta plenamente de acuerdo con la decisión. 

Sin embargo, siguen los manotazos, los combos, las piernas en alto y las patadas voladoras. Pasan varios minutos, la fuerza pública no logra controlar aquel escenario nada feliz, el árbitro pierde el pito y vuelan por el campo de juego cámaras fotográficas, otras de televisión, grabadoras, micrófonos, camisetas y hasta una dentadura y una peluca. A la treintena de espectadores que llegó a la cancha, se suma otra treintena de tipos y, luego, una cincuentena de energúmenos, varios de ellos con palos y cuchillos. La cosa se pone más brava. De hecho ya hay un incendio y destrozos en las graderías.

La policía llama a la policía para que lleguen más policías y logran detener a una veintena de individuos de las varias decenas que invadieron la cancha, incluyendo a algunos jugadores y miembros de los cuerpos técnicos. Tras enterarse casi una hora de la suspensión del juego, se produce algo parecido a la calma. De Assis Couture ya intuye como titularán los noticiarios de la noche y los diarios de mañana. De hecho ya sabe cómo los medios radiales están abordando el tema, evidentemente con sones de escándalo. 

De hecho llega a un acuerdo con los presidentes de los dos clubes involucrados para bajarle el perfil a la situación y que los castigos, que deberá resolver el tribunal de la federación, sean los más suaves posibles: ambos prefieren jugar el segundo tiempo a puertas cerradas, que el club local asuma la multa por destrozos y que las penas de las expulsiones correspondan a lo que debe ser para actos (con todo respeto) casi pugilísticos o de "todo vale". Nada más.

Francisco de Assis Couture es un hombre calmado, que suele ante los medios invitar a la reflexión. De hecho es característico en él pensar algunos segundos antes de dar con las palabras precisas en cada intervención verbal. El periodista de la radio Rodelindo Carranza, Oleg Olmos, se acerca a él para profundizar acerca de lo ya visto por al menos 30 mil personas y escuchado por otras cientos de miles a través de emisoras. Caminan rumbo a la tribuna preferencial.

-Don Francisco: ya sabemos lo que ocurrió y que los clubes apelarán si estiman que los castigos son demasiado severos. ¿Cuáles son los pasos a seguir por la federación y los clubes?

-Lo que ocurrió evidentemente nos avergüenza, pero conversando se llegan a soluciones y acuerdos. Estaremos pendientes de lo que resuelva el tribunal, confiamos en que la institución será razonable y, por ende, los castigos igualmente serán razonables.

-¿Temen algún castigo de la FIFA?

-Este es un partido de la competencia local, por lo tanto no debiese repercutir pensando en instancias internacionales. 

-Pero se avecina un partido de la selección en un par de semanas acá.

-Nuestro estadio cumple con todas las garantías. Además gozamos de un enorme prestigio...Esto es sólo una piedra en el zapato.

-Lo noto extremadamente tranquilo.

-Sí. Estoy muy tranquilo y mi conciencia también.

-Evidentemente usted no justifica las actitudes antideportivas.

-De ninguna manera. Imagínese qué sentido deportivo puede haber si caemos en simulaciones, provocaciones, agresiones, incitamos a la violencia y, más encima, provocamos la violencia. Eso es inconcebible y nosotros debemos predicar con el ejemplo -remata, con la serenidad habitual aunque con firmeza, el dirigente máximo del balompié local.

Segundos después un hincha de los infiltrados en la cancha se acerca y grita a viva voz muy fuera de sí, aparentemente drogado o pasado de copas: "¡ladrones!", "¡sinvergüenzas!" y otros conceptos irreproducibles para estas líneas. El tipo trata de aproximarse al mismo De Assis Couture, quien ya en la pista de rekortan y muy cerca de la entrada a la tribuna preferencial, sólo va acompañado por periodistas. Tratan de atrapar al tipo no sólo los profesionales de los medios informativos sino que además un grupo pequeño de jugadores que todavía permanece allí y que curiosamente están encabezados por Llosa, Arias y Domínguez, quienes dieron origen a la seguidilla de incidentes extradeportivos. 

El doctor Cornez trata de apoyar en los intentos por retener el sujeto, sin embargo aquel -de unos 30 años de edad y con un físico parecido al de un cultor de la halterofilia, pero de un metro y 70 centímetros de estatura- da muestra de tal fuerza bruta que se saca de encima a quienes buscan atraparlo, llega hasta De Assis Couture, quien parece no detectar su presencia cercana, y aplica un mangazo en línea recta que, inevitablemente, quienes observan deben pensar que dejará aturdido al presidente de la federación.

Sin embargo, casi sin posibilidad de anticiparlo y como si tuviese antenas invisibles, De Assis de Couture -un hombre casi sesentón, de contextura muy delgada y de similar estatura a la del tipo aludido- se da vuelta y no sólo detiene el grueso brazo izquierdo del individuo que iba derecho a su nuca, sino que le agarra la extremidad y dirige un izquierdazo en línea recta al estómago de aquel para luego derribarlo totalmente con la palma de la mano derecha sobre la cabeza en vigorosa acción. Con el grueso del público retirado del recinto, los perplejos ahora son los periodistas, quienes sólo atinan a ver cómo los camarógrafos filman y los fotógrafos aplican sus flashes para inmortalizar un verdadero nocaut.

Casi en forma instantánea y sin que ambos lo pensaran demasiado, Olmos dirige la mirada a De Assis Couture y éste sólo atina a preguntar: "¿qué fue lo último que le dije?".   

Comentarios