Más que un duelo

Estadio Monumental de Colo Colo (fotografía
sacada de sitio Guioteca
Por Gonzalo Figueroa Cea

Grandón y Velásquez habían tenido un encontrón fuerte minutos antes. Y no fue el primero: como que siempre se buscaron, se siguen buscando y los mismos relatores y comentaristas por radio y televisión coinciden en aquello. Pero le bajan el perfil. "Esto es fútbol", "es parte del típico roce de una final", "los dos son tipos duros", "a Velásquez cuesta marcarle y Grandón es de pierna fuerte", "es un duelo clásico y, más encima siendo una final, es difícil que pase inadvertido" son algunas de las conclusiones que sacan al respecto.

Está por expirar el partido en su alargue y, si hubiese que definir el ganador de ese duelo puntual, todos coinciden en que es Grandón, pese a la tarjeta amarilla (con pinta de roja) que se ganó en el primer tiempo y los reclamos de los jugadores adversarios y del propio Velásquez entre ellos. En efecto el lateral izquierdo había anulado completamente al puntero derecho, quien no logró generar una sola ocasión de gol pese a su habilidad, velocidad y pases precisos, habituales en los pleitos anteriores para que algún compañero suyo anotara el tanto de cabeza o a ras de piso. Cortés había sido el destinatario de la mayoría de esos balones y, en efecto, es el máximo scorer de San Fabián, 

Cuando ya todos apuestan por el empate y la definición a penales entre el referido elenco y Unión del Cerro, en el minuto 119 Velásquez recibe desde atrás un preciso pase largo vía aérea de Sobarzo desde el costado izquierdo de la mitad de campo propio de San Fabián, corre casi destapado en dirección al área rival por el flanco derecho, ve sin marcas a Cortés dentro del área, con el arquero rival solitario y desesperado, e intuye que bastará con hacer el centro para que el 9 conecté, marque el gol, se termine con la infernal mala racha de casi todo el presente trámite y se queden con la copa. 

Sin embargo Grandón va a una velocidad tan endemoniada que alcanza a pincharle la pelota a Velásquez para enviarla al córner. pero con tal nivel de violencia que pasa a llevar al delantero, quien cae aparatosamente y, exageradamente, da varias vueltas en el pasto. Marchant no duda en cobrar penal y en expulsar a Grandón. Velásquez, tras su histriónica performance, permanece muy sonriente en el suelo. Mientras tanto sus compañeros de equipo celebran como si ya tuvieran el campeonato a mano. 

Y, mientras los jugadores de Unión del Cerro reclaman airadamente las decisiones al juez, Grandón se aproxima al "caído" Velásquez para manifestarle su molestia ante lo que considera una trampa. Lo apunta agitando la mano y apuntándole con el dedo. 

-¡Te tiraste!, ¡te tiraste!... Yo fui a la pelota.

-¿Adonde la viste?, ¡si me hiciste volar con todo!

-Le daré mi versión al árbitro.

-¡Pero si te echó, huevón!

-¡Pero hiciste trampa también! 

-¿Y voh?, ¿jugaste gratis acaso? Además de las chuletas, me sacaste a mi madre y mi hermana todo el partido... Y me las banqué solo -retruca Velásquez ya de pie.

Cuando Marchant ve que Grandón y Velásquez están a punto de irse a las manos, les pide orden, le exige a Grandón que abandone el campo y a Velásquez, en su condición de capitán, que designe quien debe ser el ejecutante del penal. "Yo, señor", no tarda en aclararlo. 

El público de San Fabián, quien minutos antes estalló en júbilo tras el cobro, está naturalmente más optimista que el de Unión del Cerro, que al igual que los jugadores de su equipo y ante la evidente superioridad del elenco adversario, apostaban al empate y a obtener el título en la tanda de penales. Pero un penal puede cambiar la historia en el epílogo.

Velásquez está frente al balón. Fernández, a diez metros de distancia, parado y con los brazos levantados hacia los costados, hace gestos con ellos para distraer al delantero con la finalidad de incitar alguna equivocación de aquel. Todos estiman que, pase lo que pase, habrá algunos minutos añadidos debido a la ola de reclamos posteriores al cobro. Las apuestas a esa altura apuntan a que si Velásquez transforma en gol el penal, este partido de fútbol terminará en su sentido de lucha pese a los descuentos y San Fabián se quedará con el título.

Velásquez ubica la esférica en el punto penal, toma vuelo, se concentra y decide en su mente el sector donde ubicará el balón confiado en que engañará a Fernández. Corre como si compitiera para los 100 metros planos y aplica con el alma un fuerte puntete a la pelota, pero su disparo es desviado hacia el córner por el portero. La algarabía de los numerosos hinchas de Unión del Cerro se hace notar con estruendo. El silencio entre los seguidores de San Fabián es casi sepulcral. 

Llama más que particularmente la atención la actitud de Fernández, que no sólo festeja su circunstancial triunfo, sino que en un gesto groseramente desafiante se lleva las manos a los testículos y mientras salta les grita improperios a los rivales, quienes liderados por Cortés intentan agredirlo. Pero estos son bloqueados por el árbitro y sus asistentes para evitar aquel fin. Grandón no que queda atrás en los insultos: en una actitud igualmente desafiante, en lugar de ir a los camarines les grita desaforadamente a los rivales desde la escalera que se dirige al túnel próximo a los camarines. En todo caso el fair play, que juramentaron todos respetar en el saludo inicial, algo ya se había perdido en el desarrollo mismo del match.   

Velásquez, al marrar el penal, se pone en cuclillas en el suelo mirando el pasto con mucho lamento. Uno de sus compañeros lo consuela y lo motiva a pararse luego porque el juego continúa y hay un tiro de esquina que favorece a su equipo. Uno de los asistentes del juez muestra el letrero electrónico que indica que se jugarán tres minutos extras. El penal fue ejecutado a los 121. Ya es el minuto 122...Por lo tanto se jugará un minuto más.

Vuelto el orden al campo y, advertido el juez por los jugadores de San Fabián sobre la insolencia del guardavallas de Unión del Cerro, decide seguir el partido con normalidad porque no vio el gesto de Fernández y los guardalíneas tampoco. Cortés, el más entero de los jugadores de San Fabián, encabeza la última arenga a sus compañeros y le hace un gesto con el ojo a Velásquez. El mismo Cortés decide ir a servir el córner. 

Evidentemente su equipo no ha ensayado jugada alguna originada de un tiro de esquina. Sólo había practicado jugadas de juego y, en materia de pelotas detenidas, tiros libres cortos, abiertos y (vaya lastimosa curiosidad) penales. Además nadie del elenco del santo es particularmente buen cabeceador. Por si fuera poco la mayoría de los jugadores de Unión del Cerro son buenos cabeceadores. Pese a que es centrodelantero el fuerte de Cortés no es el juego aéreo, sino aquel a ras de piso, el que ha fallado hoy. Tampoco es especialista en lanzamientos de esquina pero sí es preciso en pases a media altura, que terminan en buenos empalmes o cabezazos. Se tiene una fe tremenda.

Cortés pone histriónicamente el balón en la esquina izquierda mientras mira el arco. Todos están concentrados, el público grita pero la tensión se siente en el aire casi como un vientecillo corporal pesado. La concentración de Cortés se fija en el área. Las de Fernández y la de Velásquez en Cortés y el balón, aunque con objetivos distintos en cada caso: uno en sacarlo del área (y lo más lejos posible de allí) y el último en direccionarlo hasta el fondo del arco, en lo posible de cabeza (para su mayor efectividad). ¿Grandón? Siguen insultando a sus rivales, en especial a Velásquez, desde el túnel. El referí sólo está pendiente de Cortés y de lo que pueda acontecer segundos después en el área.

Marchant hace sonar el pito y, acto seguido, Cortés no le da tan potente y alto al balón. Éste empieza a bajar a poco menos de dos metros del primer palo de Fernández. Los defensores se mueven instantáneamente como bestias que estuvieron enjauladas, al igual que Velásquez. Este logra zafarse de la marca de López y de Robayo, quienes incluso lo tenían algo enganchado de los brazos, y se adelanta a ellos con una elegante palomita en fracción de segundos. No logra darle la potencia deseada a la esférica y cae al pasto y muy mal. Incluso se queja amargamente. 

La pelota va directo al arco aunque con escaso ángulo a favor y la oposición de Fernández. Éste se lanza portando una sonrisa triunfal y logra atraparla. Sin embargo, se le escapa y traspasa toda su circunferencia la línea a pesar de un último esfuerzo por sacarla antes que entre al arco. El grito de gol de la parcialidad de San Fabián, mayoritaria entre los 50 mil espectadores que han abarrotado el estadio, es estruendosa. Fernández, sentado en el pasto, esconde la cabeza entre las piernas. Sus compañeros lo recriminan. Velásquez pasa de villano a héroe y arranca a celebrar  al sector de la galería donde más abundan seguidores de su escuadra: sabe que se ganará la tarjeta amarilla, pero es la más feliz de todas, porque lo celebra con sus compañeros. 

El juez, muy criterioso, estima que ante el tiempo perdido entre el cobro del penal, la ejecución misma y lo que tardó antes del tiro de esquina, deben jugarse al menos un par de minutos más. Se reanuda el juego. El esquema ultradefensivo ya no le sirve a Unión del Cerro. Además, jugados 120 minutos y como reza el dicho, ya no hay piernas: sólo los deseos del elenco que va perdiendo por lograr empatar y, en el caso de los ganadores, defender más que atacar. 

Tras un lateral, Montes recibe una pelota filtrada por parte de Aballay, quien jugó casi todo el partido más retrasado que de costumbre. Montes corre con balón dominado y algo de convicción por el flanco izquierdo. Polanco, quien sabe que Montes le gana en velocidad, hace lo posible por correr al lado del mismo puntero izquierdo, no necesariamente para pincharle la pelota, pero sí para bloquear cualquier intento por llegar al arco que defiende Figueroa. Ya cerca del área y a punto de desbordar, Montes aprovecha una pequeña vacilación de Polanco y remata casi sin ángulo, pero Figueroa alcanza a despejar el peligro con la punta de los dedos. Servido el córner, Figueroa atrapa la esférica sin mayores dificultades y el juez, nada de leso y ante la ansiedad de la mayoría de los presentes, da por finalizado el pleito.

El final de la final es tan emocionante que motiva a Lientur Varas, relator de radio Rodelindo Carranza, palabras de gran inspiración literaria:  

"¡Terminóóó el partido!, ¡terminó el gran encuentro del año! , ¡la gran finaaal! ¡San Fabián es el nuevo campeón! El grueso de la humanidad de este coliseo, con banderas albiazules, celebra y se permite el lanzamiento de algunos fuegos artificiales mientras entona el himno del club. En un trámite irregular, trabado, de poco fútbol, pero no por ello menos dramático y emocionante, se hizo justicia. Digámoslo así, amables oyentes y con todo el respeto que se merecen los hinchas de Unión del Cerro, que hoy alentaron fielmente a su escuadra con sus hermosas banderas color burdeos: el tesón encomiable de este equipo no bastó para detener la tromba inoficiosa de San Fabián. Pero la entrega sin limite de los jugadores de San Fabián y, sobre todo, de sus mayores figuras: Cortés y Velásquez, transformados en héroes en un final épico, de antología, de best seller, cuando el fútbol no es argumento, cuando las fuerzas flaquean, ellos, de overol, sacaron a relucir lo mejor de sí para cambiar la historia. El penal errado no los amilanó y, cuando el partido agonizaba, esa zambullida, poco elegante pero bendita de Velásquez, tras el córner servido por Cortés, fue el acto de magia para lograr lo que durante más de 120 minutos le fue negado a San Fabián. ¿Después?, sólo aguantar un par de minutos más para luego decir con toda propiedad: ¡somos campeones!". 


*El cierre del cuento es un homenaje en vida a Vladimiro Mimica, cuya carrera en radio tuvo como característica una alta creatividad en la narración de partidos. Imborrable es el recuerdo que tengo para la final de la Copa Libertadores de 1991, obtenida por Colo Colo.     

  

Comentarios