Ido con el viento (parte 1)

Imagen de พงษ์ดนัย ทองเกษม en Pixabay 
Por Gonzalo Figueroa Cea

Cuando mi imaginación vuela casi no tiene límites. Allí están también los recuerdos: se filtran allí muy a menudo y con facilidad, pero como fragmentos que trato de reinterpretar. Gracias a mi mente busco, conforme a la lógica, las relaciones entre las situaciones pasadas, las uno y, así, logro "recomponer" lo que fue. Y eso, de por sí, también es imaginación pura. 

Entre esas filtraciones que a veces irrumpen en mi mente acerca del pasado propio bien pasado, aparecen en escena las caminatas de ida y de vuelta entre la casa y el liceo. 

Se trata de un regreso al pretérito que no requiere de máquinas del tiempo estilo Delorean ni de la ayuda de H. G. Wells al describirlo. No es la primera vez que me ocurre. Puede trasladarme a 1988, 1989 ó 1990...por ahí. En lo concreto es la época en que lucho por definirme entre mis predilecciones todavía adolescentes y la gravedad de las responsabilidaes adultas en su fase temprana. Todavía hay tiempo de privilegiar un poco más lo primero.

Escapado ya del control de mi papá y de mi mamá en términos funcionales básicos, me despierto cada mañana como desde hace varios años antes: sin necesidad de que lo hagan por mí, y me preparo para ir en buen estado, no necesariamente elegante, a ser partícipe de cualquiera de esos días en los últimos años de la enseñanza previa a la denominada "superior". 

Para la ocasión me pongo el mismo vestón azul marino que ya he usado durante un mes y el mismo pantalón gris que ya he utilizado por varios días seguidos. Con la camisa no ocurre lo mismo: al menos uso una distinta por día. Como tengo pelo abundante, en la parte delantera me hago, gracias al arte de la peineta más algo de agua y gomina, una chasquilla con forma de signo de interrogación. Lo cierto es que no pretendo ser, ni parecer, brillante (creo que lo he logrado con creces), ni ser Danny Zuko (¿se acuerdan de "Grease"). 

Entre mis 16 y 18 años de edad mi trayecto habitual desde la casa hasta el establecimiento educacional ha sido y es Las Hualtatas, Wisconsin, cruzar Avenida Presidente Kennedy (que no es autopista ni tiene pasarela), Reina Astrid y Presidente Riesco. Hay muchos automóviles circulando, pero es factible cruzar Kennedy a mitad de cuadra, evidentemente con cuidado, cuando los suficientemente distantes semáforos de las intersecciones más próximas: con Las Tranqueras y con Gerónimo de Alderete, exhiben la luz roja para que otros muchos vehículos paren, porque Wisconsin y Reina Astrid, producto del "dique" de los rústicos bandejones, no están conectadas entre sí. 

A más de 30 y tantos años de concretarse 2021 me pregunto si, al igual que el estadio de Colo Colo, todo eso mejorará. Felipe y Miguelito, amigos de Mafalda (el gran personaje del historietista Quino), se imaginarían Kennedy transformado en una autopista. Manolito, el otro amigo de ella, se imaginaría la misma autopista pero con pago de peaje. 

Todo tiene perfil de clase media, como la mayoría ha entendido siempre el concepto de clase media. No sé si en el 2000 aquella idea cambiará. La Villa El Dorado es lo más parecido a un sector residencial tradicional, como muchos en el territorio nacional (amén por el verso y no me referiré a otras zonas residenciales de Vitacura, como tampoco a los campamentos): gente que va a su pega y sus hijos e hijas al colegio, micros en las principales arterias que trasladan tanto a los que van como a los que llegan (quizás habrá un día, y me cuesta imaginarlo, en que las proporciones serán algo distintas: más numerosos los que llegan y que se van en la tarde, muy probablemente trabajadores/as dependientes), casas de unos 70 metros cuadrados con suficientes antejardín, jardín y patio trasero (pocos se han animado a agregar un segundo piso), mononas y coloridas; poco y nada de automóviles espectaculares y del año  (salvo alguna camioneta grandota por ahí y bien por ahí) y, llegando al colegio, algunos vehículos estacionados (la mayoría de profesoras/es) y mucho estudiante de a pie, algunos fumando, o piteando, a escondidas... Nada extraño, en todo caso. 

Cóctel con aroma a abono 

Evidentemente no noto opulencia ni delirios de grandeza, dignos de sociedades individualistas. Y si lo hay, sólo a veces se puede notar. Pese a que el gobierno de facto agoniza en términos de poder formal (el plebiscito del Sí y del No, con triunfo de esta ultima opción, sentenció ese epílogo), se generan, sobre todo entre quienes somos los jóvenes más jóvenes y menos niños que los niños, debates entretes y hay cierta conciencia de clase: allí algunos/as acusan a otros/as de jactarse del (controvertido) orgullo de provenir de alguna "clase social superior". No lo plantean tan así: abundan la ironía y una serie de argumentos, a veces algo inocentes, que enfatizan las diferencias. Discusiones, no obstante, bastante controladas. Pero esa es otra historia. 

Las peleas a combos de los proclives al aletazo o de los más "mecha corta", no suelen ser por eso. Son peleas de niños, digámoslo, con envalentonado espíritu de grande. 

Al llegar a la esquina de Las Hualtatas con Wisconsin contemplo el disco de ceder el paso que está justo en esa última calle antes de la interseccion. No quiero que parezca demasiado audaz (por decirlo suave) lo que describiré: cuando tenía siete años de edad, al estilo de las mujeres que practican el saludable ejercicio del caño, muchas veces agarré la columna que soportaba el letrero, con cierre de muslos y las manos agarradas fuertemente en ella para subir y tocar el letrero. ¿Un juguetón e inocente ejercicio de niño? Sí. Pero ¿dónde está la magia? Fue mi primera aproximación al sexo. Descubrí la particular calentura que provoca en los genitales el acto en sí. Pero a los 16 ya es un poco raro estar subiéndose a eso. 

Wisconsin, antes de llegar a Kennedy, tiene como sello de distinción la Plaza República de Honduras. Entre las 7.30 y las 8 de la mañana no abundan los jardineros, pero tampoco hay un guardia a cualquier hora. En las noches, sobre todo de los meses cálidos, se juntan varios jóvenes a charlar, a fumar o (usando el lenguaje "chorizo" de algunos) a "chupar". A veces participo. Muchas son las historias. Pronto les contaré algunas al respecto...Allí los inviernos también están incluidos. 

Durante los fines de semana, incluso en las horas ociosas (y, a veces, no tanto) de algunos días hábiles en el epílogo de la época escolar, no faltan la guitarra que suena en manos de un diestro de las cuerdas (el repertorio aguanta desde Silvio Rodríguez, pasando por la Nueva Canción Chilena y el Canto Nuevo, hasta los Beatles, Led Zeppelin, Pink Floyd, Kansas o Guns N' Roses) y tampoco las muchachas, aunque estas son pocas y se ríen mucho menos y menos fuerte que los muchachos salvo que el efecto del trago o algún papel las torne más... espontáneas (pero son casos muy puntuales). La tónica no solamente se da en el sector aludido, sino que en plazas como las de Las Tranqueras entre Puerto Rico y Cleveland. Hay amores concretos, otros que se insinúan y otros que solamente tienen una almohada de soporte con un relato armado por el guionista de la mente. 

En pleno verano del 89 hay un penetrante aroma a abono en la plaza del cuadrante Wisconsin-Fernando de Argüello-Texas-Montana (que incluye locales comerciales), el que se extiende sin contrapeso en la zona residencial aledaña. No hay pasto nuevo todavía. Seguramente algún trabajo de largo aliento tiene lugar allí. No detecto quejas aunque aquel "perfume" ya es un sello veraniego. No sé cuándo escuché a alguien decir que eso era como afrodisíaco (¡que loco!, ¿eh?), pero alguien lo dijo. Pero en algún momento terminará... No el efecto afrodisíaco pero sí el aroma a abono. Nada es eterno salvo la muerte y el recuerdo, o la memoria, como posta de olimpiada (y esto último mientras la arqueología y la historia existan). 

Son épocas de despertares fuertes. No en el sentido literal, sino espiritual. La música popular me mueve: me atraen más los sonidos rockeros menos intensos que los intensos netos (ya saben: en cosa de gustos...). ¿Será lo melodioso? Claramente, aunque sé que las guitarras duras también pueden generar melodia y mucha. Es como en el fútbol: existe un tipo de fútbol más pragmático que galano, pero seduce igual a nuestra vista. 

En ese horizonte de despertares fuertes también pienso en héroes idealistas con musas inspiradoras, haciendo el amor dentro de un yate. Aunque el perfil de revolucionario en la selva amazónica también me seduce y con heroínas por el estilo. Son sólo sueños o ridículas expectativas en la mirada más crítica de un cincuentón de 2021 o de cualquier época. Pero esas proyecciones mentales son muy propias de un muchacho que no ha traspasado las dos décadas de vida. Pero está bien: revela, al menos, una gran imaginación. Además, en la realidad palpable irrumpen fracasos amorosos que revelan las dificultades de conquistar con éxito algún corazón. Eso sí que no es un juego, pero las expectativas la transforman un poco en eso. 

¡Juventud, divino tesoro! 

¡Salud!

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