Pajaritos con 5 de abril

Pajaritos con 5 de abril (Jorge Barrios Riquelme)
Por Gonzalo Figueroa Cea

La fotografía no dista mucho de lo que ocurre dentro y fuera de la estación del metro Los Héroes. La única diferencia radica en que es la terminal: Plaza de Maipú. El calor veraniego es tan apenas soportable como el frío invernal, pero con menos ropa.

Al detenerse el tren la mayoría de la gente está de pie, aguardando la apertura de las puertas. Las excepciones las constituyen quienes no tuvieron posibilidad de dosificar suficientes energías antes o, simplemente, algún distraído que no se dio cuenta del momento de la llegada y se concentró en las bondades de su celular. Nada raro para un lunes de febrero temprano un cuarto para las siete de la tarde. 

Menos soportable que el calor, aunque tampoco necesariamente grave, es la salida de la gente desde el interior de la máquina: una mezcla extraña de partida de carrera de 100 metros planos con sensación de libertad tras un enjaulamiento circunstancial. Como son muchas personas, se nota más y también hay riesgo de atropellos entre humanos.

La composición de perfiles socioraciales (si se me permite el término) no dista mucho de aquel de otros populosos sectores de nuestra capital. Prevalece el mestizaje indoespañolizado con matices euroasiáticos entre teces blancas y amarillas, no obstante la presencia no menor de morenos, como paulatinamente se ha ido dando en la última década y media. 

Se podría decir que nos parecemos más a un Nueva York moderno que al Santiago de los 80, pero convengamos que somos un Nueva York bastante pobre y sin puerto. Prefiero enfatizar que somos un Santiago... algo más nutrido de gente y más urbano que otros de antaño. 

Una vez fuera de la estación ya se nota una mayor presencia de haitianos, venezolanos y colombianos. Entre la muchedumbre no falta el sujeto que le mira el culo a una veinteañera con ajustadídimas calzas, aunque el tipo se esmera en disminuir la calentura visual con un acomodo de sus anteojos de sol o un repentino vistazo a su artefacto móvil. "Tan propio de la raza masculina", podrían decir muchos y muchas. "Son tan huevones los hombres. Como si una fuera estupida: son tan obvios pa' mirar", añadirían otras damas. Alguna mujer de mentalidad anticuada (por no usar el adjetivo "retrógrada", claramente más agresivo), diría "ella es provocativa, busca llamar la atención o que la violen". 

Los vendedores ambulantes se distribuyen aquí, allá y acullá. Y no solamente en la gran plaza -no demasiado distinta en extensión a la de Armas- sino que en los cuatro costados de la interseccion más concurrida de la comuna. Hay de todo y llama tanto la atención como el griterío asociado (sólo vinculables con una feria o con la salida de un estadio de fútbol repleto): bebidas de todo tipo, dulces artesanales, calcetines, juguetes, lencería, artículos electrónicos, etcétera. ¿Y el comercio establecido? No que es pase inadvertido, pero el impacto visual del comercio callejero es potente.

En una de las esquinas de la célebre intersección están los colectiveros. "Un mundo aparte", dicen muchos. "Sólo se ganan la vida como todo mortal", dicen otros tantos. Una mujer de más o menos un metro y medio de estatura, de unos cuarenta años de edad y muy delgada (aunque con lo demacrada, de lejos podría parecer de 70) es la que en forma muy canchera y a grito limpio (añadido a un humor muy de varón) administra, o al menos coordina, la salida de los vehículos, cuyos usuarios y usuarias hacen largas filas para finalmente hacer uso del servicio. ¿Los destinos? Distintos confines maupucinos.

Cerquita están quienes esperan la I 11 -entre ellos ...yo- micro cuyo destino principal de recorrido es la Ciudad Satélite, lugar que en los tempraneros años 90 era el predilecto para muchas noveles familias de la mañosamente denominada "clase media emergente". Hoy, con más de 35 mil habitantes, tiene más perfil de comuna que de villa. En la respectiva parada del vehículo de transporte grande -muy cerca de los colectivos- el clima humano, en la apariencia al menos, está lejos de ser hostil, aunque no faltan los varones que mueven sus miradas hacia las cuatro direcciones (como si fueran cámaras o regaderas automáticas) y damas que se aferran a sus carteras como si fueran sus bebés.

No es que la hostilidad o la mala fama sean el sello de un lugar X. Éste, en sí mismo, puede ser encantador. El cerro San Cristóbal puede ser tan atractivo como destino como también lo pueden ser, en el resto del Gran Santiago, la Plaza de Armas o las clásicas ferias libres de Teniente Cruz o del paradero 27 de la Gran Avenida. Lo señalo sólo por mencionar algunos.

Tampoco se trata de discriminar actividades o individuos, pero ciertas circunstancias y ciertas personas son los que siembran las malas famas. Tampoco se trata de rendirle pleitesía a las policías en el combate respectivo a la delincuencia. Ellas solamente hacen su pega cuando le facilitan el accionar. 

Además, si se trata de hablar sobre realidades notablemente más controvertidas, tendríamos que ir solamente algunos kilómetros al sur, específicamente en el campamento instalado debajo del conjunto de vías a distintos niveles de Pajaritos con Camino a Melipilla. La compra de terrenos ilegales tiene molesta a la vecindad, alerta a alguna autoridad y sensibilizados a todos quienes nunca nos dejamos de asombrar ante la pobreza de quienes no pueden acceder a viviendas dignas y también, como contrapartida, por la falta de escrúpulos de quienes hacen negocios fomentando esa forma de pobreza...Discúlpenme este paréntesis (además nada es peor que las guerras u otros flagelos). 

En fin, creo que Pajaritos con 5 de abril es encantador a pesar de lo que puedan parecer ciertas cosas. La plaza que le da nombre a la estación del metro ha sido espacio de grandes eventos, entre aquellos populares festivales de teatro y musicales. La otra plaza, la Monumento (algunas cuadras más hacia el norte yendo por Pajaritos) también ha sido terreno de importantes espectáculos o acontecimientos relevantes. Sin ir más lejos (y también en el sentido literal) está el estadio Santiago Bueras, donde Magallanes fue local y, por algunos recientes años, permitió a Maipú ser una ineludible sede de nuestro fútbol profesional. 

Recuerdos más, recuerdos menos, en el baúl de los recuerdos algunos, mas otros olvidados (valga la redundancia allí) en materia de gustos muchos y muchas prefieren los espectáculos culturales realizados en la actual administración que las rimbombantes coreografías de la anterior alcaldesa en plena crudeza pandémica. Evidentemente hay mucha más material para enorgullecerse ...o para avergonzarse. En el ámbito de lo primero, es difícil olvidar el gran Templo Votivo. Pero su sola mención da casi para un texto aparte (digamos, un ensayo). 

Es el centro de Maipú. ¿Será ese centro muy distinto a otros centros? 

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