El minuto eterno

Datáfono 
(Sitio Radio Nacional de Colombia)
Por Gonzalo Figueroa Cea

Son las seis de la tarde. Raimundo Montuori y su mujer, Tania, atienden su pequeño negocio casero. Tras la compra de una vecina, llega otro cliente habitual, también vecino. El día había sido duro: el “Tano” durmió mal: un dolor de espalda lo dejó caminando demasiado despacio, en la madrugada del día anterior y tras una intensa lluvia detectó una gotera en el dormitorio de uno de los niños y, esta mañana, el dinero no alcanzó para traer un stock suficiente de café para vender. "¿Qué podía ser peor?", pensó. "Tendré que generarme serotonina?", añade en su mente. Y, de pronto, aparece la sonrisa que le es tan característica, la del “Tano", como cariñosamente lo apodan.

-¿Cómo estás “Tano"?, ¿harto frío?, ¿eh? Pero tú con la sonrisa de siempre -dice el vecino y amigo, Ferenc.

-Sí, así es la vida: siempre con la buena cara pensando en la clientela -responde risueño.

-Muy bien, ¡pueh!...Oye, lo de siempre: veinte panes -solicita amablemente Ferenc, quien le pasa la bolsita del pan y su tarjeta de débito a Raimundo. Hay que comprar en buena cantidad porque los cuidados ante la pandemia indican que hay que salir poco por semana. Por fortuna, están todos muy abrigados y provistos de mascarillas bien puestas.

Acude el italiano a la parte de los panes, donde su esposa pone las unidades pedidas en la bolsa, las pesa y verifica el precio. Eso está bien, Ferenc marca su contraseña, pero algo inesperado ocurre con la tarjeta de débito. La información del pequeño datáfono, el artefacto que permite el pago en red al pasar la tarjeta por el lector, se queda pegada, como los computadores y los celulares cuando su valor de uso va declinando.

-¿Qué pasó, amigo? .pregunta preocupado Ferenc.

-Nada...Un poco lento el sistema, no más -dice el titubeante Raimundo. De pronto el dolor de columna se intensifica y los dígitos del monto seguían detenidos allí. "¡Vaya noche que pasé", murmura. Su mujer intenta calmarlo: "pero así es nueva la maquinita. Tú sabes: hay que esperar", argumenta ella. En ese instante llega un nuevo cliente, uno que es amable con ellos pero un poco irritable.

-¡Llegó éste...! -murmura nuevamente el tano.

-¡Raimundo, cálmate! –reconviene firme pero en voz baja Tania.

-Amigo: ¿hubo algún problema? - pregunta Ferenc, quien manifiesta cierta ansiedad incipiente. Además nota que el “Tano” y su mujer empiezan a sudar un poco: como que se pasan la mano por la frente.  

-No, amigo, pronto estamos listo -responde Raimundo, mientras Tania respalda con una sonrisa.

Y llega otro cliente, quien es amigo de unos pocos pero distante de unos muchos: se dice que anda metido en tráfico de drogas. Saluda pero no es bien mirado. Lo curioso es que estando algo oscuro el cielo y siendo invierno, aparece con lentes de sol.

-¡Más encima llega este otro...! -murmura nuevamente el tano.

-¡Raimundo, por favor"- vuelve a reconvenir su esposa.

Aparentemente no se han dado cuenta del problema, pero...los dígitos siguen parados.

"Más encima la gotera en el dormitorio de Enzo...Tengo que ver cómo arreglo eso. Anteayer durmió en nuestra cama, ¡qué incomodidad!", grafica Raimundo en su mente, mientras el dolor de espalda persiste y casi lo hace caer. Pero alcanza a sostenerse en el mueble donde están los productos de aseo.

-¿Estás bien, mi amor? – pregunta Tania.

-Sí, no te preocupes... 

-¿Tienen café? -pregunta sin preámbulo el hombre de los lentes de Sol.

-Lo siento, se acabó -responde Tania.

El tano sabe que es mentira ("nunca hubo, al menos en este día", piensa), pero al menos hay una preocupación menos y le agradece a su mujer mediante una mirada bonachona. Además ese tipo de clientes no les agrada. En efecto, el tipo de los lentes de sol se va del lugar algo molesto. "¡Tendré que caminar tres cuadras más para encontrar café!", dice en voz alta y socarrona.

Y, de pronto, la máquina vuelve a funcionar, se concreta la compra y sale de ella el pequeño comprobante. Como que a Raimundo le volvió el alma al cuerpo junto con la sonrisa. 

-Amigo está: acá está el pan, lista la compra. Disculpa la demora.

-¡Gracias, Raimundo!...No te preocupes: un minuto es nada. ¡Chau!

Tras la despedida y haber atendido al otro cliente, el tano mira a su mujer y sólo atina a decir sonriente: "¡vaya el minuto eterno!". 

Ver también otras historias acerca del "tano": 

"En un supermercado de nombre rimbombante"

"El tano"





Comentarios

  1. Cuentos de lo cotidiano pero muy exquisita la sensación de suspenso que experimenta el lector y que termina con una trama sencilla.

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