Adminículo (segunda parte)

Cumpleaños de oficina (sitio Clementine Deli)
Por Gonzalo Figueroa Cea

Clemencia le dicen a una forma de castigo con algún guiño de compasión y benevolencia. Tras el error garrafal de sacar fotografías lejanas a lo que se entiende por ética (por decirlo suave) a la esposa del gerente de la empresa y a la del primo de aquel, Alarcón recibió la peculiar pena de un mes sin goce sueldo más diez horas extras semanales en el mismo lapso. Las miradas más críticas en torno al personaje consideraron que era poco castigo porque este debió ser "más duro y realmente ejemplar". Las voces más compasivas consideraron que pudo haber una resolución diferente porque se vulneraron derechos laborales. Para la mayoría, sin embargo, el individuo "las sacó barata".

Pero como el olvido suele ser un placentero anestesiante, Uribe y Pedetti convocaron a sus respectivos equipos, cuyas áreas de acción están muy vinculadas entre sí, para celebrar el cumpleaños de Margarita, la secretaria del cuarteto que dirige Pedetti. Es un viernes primaveral, son cerca de las 5 de la tarde, la oficina de Uribe, donde tendrá lugar el festejo, está muy fresca y ventilada con todo listo: gaseosas, jugos, té, café, torta y otros ricos comestibles tanto salados como dulces, una simpática decoración y los ocho participantes, todo con la capacidad de organización que sólo pueden brindar Peña, el auxiliar, y Martita, secretaria, integrantes del equipo de Uribe, ambos de gran iniciativa.

Inaugurado el cumpleaños, con las amables y sencillas palabras de bienvenida de los jefes, a las que se añade el homenaje a Margarita en palabras de cada uno de los presentes, Alarcón pide la palabra para contar una "ceremoniosa historia". Se la conceden. Se trata de un chiste y así lo comprende el resto. 

-Muy cortésmente el feriano a cargo de la pescadería exterioriza a la joven su sentir mediante un piropo: "¿qué tendrá el cielo, el sol y las estrellas que caen los angelitos tan cerca? -relata Alarcón.

-¡Que creativo el señor! -señala una sonriente Martita. Son tiempos en que no se corre el riesgo de demandas por lanzar piropos o por contar chistes sobre esa clase de cumplidos, sean estos elegantes o nada finos.

-La joven sonríe y se sonroja -continúa Alarcón-. El señor de la pescadería contraataca con otro piropo: "y si de lindas caperucitas se trata, su amiga luce muy bien", dice. La joven y la muchacha que la acompañaba le responde a coro, "¡que amoroso!"

-Oiga, el hombre era un poeta -comenta Margarita, la festejada.

-Y como buen poeta y relacionador público, se concentra luego en su trabajo: "¿qué se les ofrece señoritas? Tengo merluza, congrio, jibia...

-Tenía de todo el señor -enfatiza el siempre compuesto Uribe.

-Era un puesto de pescadería muy surtido -añade con pícara sonrisa Pedetti, gran amigo de Uribe. Como que Pedetti adivina el final de la historia.

-Las jóvenes dudan -prosigue Alarcón- y el ocurrente vendedor añade: "tengo hasta choritos. ¡Están deliciosos!" A lo que la primera muchacha retruca, con inocente sonrisa, "¡oh!, disculpe, nosotras ya tenemos. Ojalá sean igual de ricos". Dicho esto, el propio Alarcón ríe sonoramente, pero en forma espontánea Pedetti no se aguanta y le da un ataque de risa que se prolonga por varios segundos. Uribe, Peña y el otro varón presente ríen pero sin mucho ruido. Marta no entiende el doble sentido del chiste. Margarita, muy seria, queda mirando a los dos jefes (Uribe y Pedetti) sin pronunciar palabra alguna pero como si la mirada dijera "pobrecito, si ya sabemos como es". A la otra dama, claramente, no le gustó la historia narrada por Alarcón.

No obstante, como suele ocurrir en reuniones provistas de relajo de oficina, la celebración del cumpleaños prosiguió con una conversación extendida sobre los gustos personales de la festejada en materia de perfumes, viajes, restoranes y actores, y acerca de anécdotas laborales, el soplido de velitas junto con la manifestación de los mejores deseos de Margarita, la degustación de la torta y la apertura de los regalos, solicitada y aplaudida por todos. Hay, pese a la repercusión del chiste contado por Alarcón, distensión y risas.

Finalizado el festejo y próximos todos a volver a casa, se despiden entre sí y, al bajar por la escalera próxima, con cierto sigilo Uribe, algo molesto, se acerca a Alarcón y le susurra sin disimular una ironía: "tú siempre con tus performances, por no decir numeritos". A lo que Alarcón, sonriente y sin asomo de culpa, responde: "es que usted sabe, jefe: el que nace chicharra, muere cantando".   


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